3• ¿Héroe o asesino?

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«Amy, no puedes desmayarte, no ahora». Me animo, intentando no ceder a la ensoñación y el cansancio de la fatiga, pero simplemente no puedo evitarlo, y finalmente caigo rendida sobre sus brazos.

Y es entonces, antes de despertar, cuando la incógnita se formula por sí sola, «¿héroe o asesino?»

Pego un grito ahogado al mismo tiempo que me paso las manos, cubiertas por una fina capa de sudor, por la frente y los mofletes, retirando todo rastro de miedo color rojo escarlata. Ni siquiera puedo respirar; me sujeto el pecho con ambas manos, y directamente me vuelvo a dejar caer sobre la cama.

Involuntariamente, un escalofrío me recorre de pies a cabeza; principalmente le echo la culpa a la brisa que se cuela por las rendijas poco aisladas de las ventanas de madera, pero después, simplemente descubro que el cristal está abierto de par en par.

Las cortinas se mueven al unísono, las persianas tiemblan levemente contra la repisa de la ventana apaisada, y la cerradura está partida en dos.

Me escondo un poco más bajo las sábanas, sin apartar los ojos del vidrio transparente con manchas blancas de vaho, y me recuerdo a mi misma los movimientos básicos que he realizado antes de irme a la cama; en los que casualmente, la ventana había permanecido cerrada en todo momento.

[•••]

«Estúpido despertador».

A pesar de que mi mano derecha se mueve por si sola, a tientas bajo la almohada, mientras que mi mano izquierda da manotazos por doquier a ninguna parte en concreto, mi cuerpo se resiste a levantarse.

El despertador es persistente; hundo más —si eso es posible—, la cabeza en la almohada, al mismo tiempo que me obligo a mí misma a mantener los nervios a raya; pero mi cordura va dirigida por la aguja de los segundos, y cada vez, todo va cogiendo una velocidad mucho más rápida... Tan rápida que, hasta los sucesos más recientes parecen no haber ocurrido jamás.

No sé en qué momento lo hice; ni siquiera estaba pensando en ello, antes de tirar, con un manotazo, el reloj de la mesilla, mientras volvía a incorporarme de nuevo sobre la cama. Las luces seguían apagadas, y el ruido insaciable de las agujas moviéndose se había detenido hasta reducirse al silencio.

Y de esta forma, el aparato inservible para vagos murió.

Me levanto gruñendo a causa del sueño acumulado, mientras camino somnolienta chocando de vez en cuando con varios objetos de la habitación. Digamos que el incentivo de mis pasos, es el esquivar a toda costa a Thalia, y sus muchos sermones sobre la actividad del sueño, como factor primordial para la salud.

Voy hacia el aseo a ducharme; y casualmente no es porque todas las mañanas lo haga, sino porque esta vez, a diferencia de muchas otras, iba sudando como un cerdo de fábrica, y sabía que no me despertaría hasta que no me tomaste una larga y reparadora ducha.

—¡Joder!

No pasaron ni diez segundos, antes de que unos tacones se oyesen impactando contra los peldaños de madera. La puerta de mi habitación se abrió de par en par —lo supe a causa de las bisagras oxidadas—, y seguidamente la puerta del baño chocó contra la bañera.

Mi madre se veía agobiada, tenía la piel pálida, y los labios cortados a causa del frío. Su mirada se clavó en mis ojos demacrados, y finalmente soltó un suspiro exasperado.

—¿Qué te ocurre? —Señalé mi cara, y ella frunció el ceño como respuesta—. Sigo sin saber que te ocurre.

—Por si no te has dado cuenta, tengo dos bolsas negras y gigantes bajo los ojos; estoy sudando y mi pelo está hecho un asco —respondo recalcando lo obvio.

Dark SecretsWhere stories live. Discover now