09 | Solo tienes una vida

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—Trato hecho. —Casi de inmediato, añadió—: Ahora que ya estamos en paz, ¿puedes dejar de hacer eso, por favor?

—¿De hacer qué?

—De sonreír. Me distraes. Sonríes todo el rato, y es molesto.

Enarqué las cejas.

—¿Disculpa?

—Por favor, para.

Pero no le hice caso. Al ver que ese gesto que tanto odiaba seguía presente en mi rostro —e incluso podría decir que se había enfatizado—, Nash rodó los ojos y se dio la vuelta para entrar en la cafetería. Como todavía muchas cosas que decirle, solté una leve carcajada antes de echar a correr detrás de él.

Una vez allí dentro del comedor, visualicé su cabello castaño al final de la fila de estudiantes que esperaban para pedir su comida.

Hoy había mucha más gente que otros días, ya que los lunes la cocinera se dignaba a dejar de lado la sopa mohosa y servir otro menú, que básicamente consistía en puré de patatas y un filete de carne requemado.

—Odio la comida de la cafetería —le susurré nada más llegar a su lado.

Nash se estremeció al notar mi presencia.

—No deberías decirlo aquí —me aconsejó, mirándome de reojo—. La Señora Duncan es muy sensible. Ya sabes, podría ponerte gato para comer en vez de ternera.

—¿De verdad crees que eso es ternera?

Se encogió de hombros.

—Lo dudo. Solo lo he probado una vez, y me sentí como un caníbal. No sé a ti, pero a mí eso me sabe a carne humana.

—No seas exagerado...

—Estoy hablando en serio. Además, estaba podrida, y tenía un hueso. Fue como chupar el dedo de un muerto del cementerio. Apuesto a que va allí a por la carne.

—Vas a conseguir que vomite, para.

Tras soltar una carcajada, tiró de mí para hacerme dar un paso hacia adelante y que ningún listo se nos colase en la fila.

—Eres una quejica.

—Eso no es verdad.

Volvió a reírse.

—Sí, claro que lo es.

—No, tú eres el problema. —Dudé un momento antes de continuar—: ¿Sabes? No sabía que eras así.

Nash frunció el ceño.

—Así, ¿cómo?

—No sé, así.

—Bueno, supongo que al principio parezco aburrido.

Hice una mueca.

—Yo no pienso que seas aburrido —le dije—. En absoluto.

De un momento a otro, me lo encontré sonriendo de nuevo. Abrí mucho los ojos. ¿Qué bicho le había picado?

—Vaya, gracias.

Estaba a punto de responderle, pero entonces Nash me empujó suavemente los hombros y me di cuenta de que era nuestro turno.

Como era habitual, la cocinera me miró con cara de pocos amigos nada más coger la bandeja y ponerla sobre el mostrador. Ni siquiera se molestó en preguntarme qué quería beber, sino que llenó un pequeño vasito de plástico de agua del grifo y lo me lo tendió sin cuidado alguno, vertiendo casi todo su contenido. Al ver sus ojos brillosos (se divertía mucho maltratándome), retuve una palabrota y falseé una sonrisa; era mejor no enfadarla.

Un amigo gratis | EN LIBRERÍASWhere stories live. Discover now