CAPITULO VI

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Volvía a ascender la larga escalera de caracol hasta llegar al último piso de la torre, todavía temblorosa a causa de la descarga de adrenalina.

Esta vez no me molesté en no hacer ruido. Dejé resbalar al suelo la bandolera que llevaba al hombro y me desplomé en el sofá. Me habían quedado unas cuantas hojas enredadas en el pelo y empecé a quitármelas.

—¿TN_?

—Mi madre salió de su dormitorio, anudándose el cinturón de la bata. Me sonrió somnolienta

—. ¿Has madrugado para ir a dar un paseo, corazón?

—Sí —contesté, con un suspiro. Ya no valía la pena montar una escena dramática.

Mi padre salió a continuación y la abrazó por detrás.

—No puedo creer que nuestra niñita ya esté en la Academia Medianoche.

—El tiempo pasa tan rápido... —se lamentó mi madre con un suspiro—.

Cuanto mayor te haces, más rápido pasa. Mi padre sacudió la cabeza.

—Lo sé. Refunfuñé.

Siempre decían lo mismo y habíamos convertido en una especie de broma el fastidio que me producía. Las sonrisas de mis padres se ensancharon.

«Parecen muy jóvenes para ser tus padres», solía comentar la gente de mi pueblo, aunque lo que en realidad querían decir era «demasiado guapos». En ambos casos era cierto.

El cabello de mi madre tenía un tono acaramelado y el de mi padre era de un rojizo tan oscuro que casi parecía negro.

Mi padre era de estatura media, pero musculoso y robusto, mientras que mi madre era más bien pequeñita. La cara de mi madre era perfecta y ovalada, como un camafeo antiguo, mientras que mi padre tenía una mandíbula cuadrada y una nariz que parecía haber participado en más de una pelea de juventud, aunque en su rostro hacía un buen efecto.

En cuanto a mí... Mi cabello tenía una tonalidad rojiza que solo podía describirse así: rojizo; y mi piel era tan blanca que padecía de una palidez más mortuoria que antigua.

Allí donde mi ADN podría haber girado a la derecha, había dado un brusco viraje a la izquierda. Mis padres me decían que me convertiría en una mujer muy guapa, pero eso es lo que suelen decir todos los padres.

—Vamos a darte algo de desayunar —dijo mi madre, dirigiéndose a la cocina

—. ¿O ya has tomado algo?

—No, todavía no. Caí en la cuenta de que no habría sido una mala idea haber comido algo antes de mi gran escapada, me rugían las tripas.

Si Taehyung no me hubiera detenido, en esos momentos estaría vagando por el bosque con un hambre de lobo y con una larga caminata hasta Riverton por delante. Menudo plan de fuga.

En ese instante, me vino a la mente la imagen de Lucas abalanzándose sobre mí y los dos rodando entre la hierba y las hojas.

Me había dado un susto de muerte y me estremecí al recordarlo, aunque ahora por razones bien distintas.

TN_ —Mi padre parecía muy serio y lo miré con sentimiento de culpabilidad. ¿Acaso había adivinado lo que estaba pensando? Enseguida comprendí que estaba volviéndome paranoica, aunque era indudable que mi padre no sonreía cuando se sentó a mi lado—

Sé que no es lo que más deseas, pero Medianoche es importante para ti.

Era el mismo tipo de charla que me daba cuando era pequeña antes de tener que tragarme el jarabe para la tos.

—No quiero volver a tener esta conversación ahora.

—Adrián, déjala en paz. —Mi madre me tendió un vaso antes de regresar a la cocina, donde había algo friéndose en una sartén—

Además, como no espabilemos, vamos a llegar tarde a la reunión del profesorado previa a la presentación. Mi padre consultó la hora y rezongó.

—¿Por qué ponen estas cosas tan pronto? Como si a alguien le apeteciera bajar ahí abajo a estas horas.

—Cuánta razón tienes —murmuró ella.

Para ellos, cualquier hora antes del mediodía era demasiado pronto. Sin embargo, habían trabajado de profesores desde que yo tenía memoria, sin olvidar ni un solo día su larga contienda con las ocho de la mañana.

Acabaron de prepararse mientras me tomaba el desayuno, me gastaron unas cuantas bromas con intención de animarme y me dejaron sola sentada a la mesa. Pues bueno.

Bastante después de que bajaran la escalera y las manecillas del reloj se arrastraran sigilosas hacia la hora de la presentación, yo seguía en la silla. Creo que intentaba convencerme de que, mientras no me acabara el desayuno, no tendría que ir a conocer a todas esas personas nuevas.

El hecho de que Taehyung estuviera entre ellas —una cara amiga, un protector— ayudaba un poco. Aunque no mucho.

Finalmente, cuando fue obvio que no podía posponerlo más, entré en mi habitación y me puse el uniforme de Medianoche. Odiaba el uniforme; nunca había tenido que llevarlo. Sin embargo, lo peor de todo fue que, al entrar en mi dormitorio, volví a recordar la extraña pesadilla que había tenido esa noche.

Una camisa blanca almidonada. Espinas arañándome la piel, azotándome, animándome a regresar. Una falda roja plisada. Pétalos abarquillándose y ennegreciéndose, como si ardieran en medio de una hoguera. Un jersey gris con el escudo de Medianoche. Vale, ¿no es esta una buena ocasión para dejar de ser una morbosa sin remedio? ¿Como ya, por ejemplo?

Decidida a comportarme como una adolescente normal y corriente, al menos el primer día de clase, me miré en el espejo.

El uniforme no me quedaba precisamente mal, aunque tampoco de muerte. Me hice una coleta, me sacudí una ramita que antes se me había pasado por alto y decidí no darle más vueltas: ya estaba preparada.

La gárgola seguía mirándome con insistencia, como si se preguntara cómo era posible que alguien pudiera tener esa pinta. O tal vez se estuviera burlando por el estrepitoso fracaso de mi plan. Al menos ya no tendría que mirar su horripilante cara.

Me puse derecha y salí de mi dormitorio... por última vez: dejaba de pertenecerme desde ese momento en adelante.

Había estado viviendo en el internado con mis padres el último mes, por lo que había tenido tiempo para explorar la escuela de arriba abajo: desde el gran vestíbulo hasta las aulas magnas de la planta baja, que después se dividían en dos torres enormes.

Los chicos vivían en la torre norte con parte del profesorado, y además había un par de habitaciones que olían a moho y estaban llenas de archivadores, donde por lo visto iban a parar todos los expedientes.

Las chicas se alojaban en la torre sur, junto al resto de las estancias del profesorado, incluidas las de mi familia. Las plantas superiores del edificio principal, sobre el gran vestíbulo, albergaban las aulas y la biblioteca. Con el tiempo, habían ampliado y hecho adiciones a Medianoche, por lo que no todas las secciones compartían el mismo estilo o guardaban perfecta simetría con el resto. Había algunos pasillos serpenteantes que no conducían a ninguna parte. Desde la habitación de mí torre estudiaba el tejado, un manto de retazos de arcos, tabillas y estilos diferentes. Había aprendido a moverme por el edificio y sus alrededores, era el único modo en que me sentiría preparada para afrontar lo que vendría a continuación.

Volví a bajar los escalones. Daba igual las veces que hubiera hecho ese camino, siempre tenía la sensación de que caería rodando por la desgastada escalera hasta el último peldaño. Mira que eres tonta preocupándote por pesadillas con flores marchitas o por caerte por la escalera, me dije. Me aguardaba algo bastante más terrorífico. Llegué abajo y salí al vestíbulo.

Esa misma mañana, más temprano, todo estaba en silencio, como en una catedral. En esos momentos, estaba abarrotado de gente y sus voces resonaban por todas partes. A pesar del bullicio, tuve la sensación de que mis pasos retumbaban en la sala porque varias personas se volvieron hacia mí a la vez; era como si todo el mundo se hubiera vuelto a mirar al intruso, como si llevara colgada al cuello una señal de neón que dijera: LA NUEVA.

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