—Y si es así, ¿por qué Renart traicionó la Rebelión? Sabía incluso antes que cualquiera de las fechorías de Cornelius pero, ¿qué pasó para que desafiara a sus aliados y los matara? —argumentó Alexander.

—Aquí hay algo que no cuadra —comentó Drek, frunciendo el gesto.

Alguien tras Alexander carraspeó la garganta intencionalmente para llamar la atención, haciendo que voltearan a mirar. Radamanto se encontraba cruzado de brazos, con una ceja arqueada, confundido por no verlos discutir o pelear por quién debería cuidar a André en ese momento.

—Ya va a empezar el funeral, luego tendrán la reunión con Renart. Es mejor que vayan porque sin André, ustedes dos que son sus guardianes, tendrán que tomar las decisiones por ella —informó el nemuritor.

—¿No deberíamos esperar por lo menos? Ella sabe el paradero del siguiente objeto, deberíamos saber qué piensa hacer para dar el siguiente paso —indicó el chico que con atentos ojos mieles lo denotaba con severidad.

—Lo sé, pero entre más tiempo dejemos pasar, más estamos expuestos a que la Rebelión sepa lo que André quiere hacer y nos harán más difíciles las cosas. Es mejor que vayan porque ustedes son los que faltan.

Drek se levantó de su lugar sin demora, yendo hacia la puerta pero, antes de que les cediera el paso para que se marcharan, Radamanto se les quedó mirando de pies a cabeza, confundido de no verlos reñir.

—¿Les pasa algo? ¿Por qué no andan peleándose por el amor de esa chica? —inquirió, mientras con la barbilla, apuntaba en dirección a André.

Al escuchar eso, los guardianes se miraron el uno al otro, embrollados. Luego, con altivez, se dejaron de ver.

—Es la guerra, no hay que perder el tiempo en peleas estúpidas —explicó Drek, arrogante. Caminó a un lado de Radamanto, esquivando su musculoso cuerpo que ocupaba casi toda la entrada, saliendo de la habitación.

—Lo mismo digo —murmuró Alexander, esquivo, yendo tras Drek.

Radamanto rio entre dientes. Reparó entonces en la jovencita por la que ambos hombres se disputaban su mano. Suspiró con pesar, sin dejar de ver a quien tenía que vigilar.

Alex y Drek salieron de aquella casa, rumbo a plazoleta central. No había cuerpos, todos estaban a las afueras de la ciudad siendo incinerados por pilas o individualmente, dependiendo a qué bando pertenecían. Siguieron hasta que al filo de la salida de Voreskay avistaron a varios soldados conglomerados cargando antorchas, entendiendo la razón de que hubiera tantos.

Un tipo abrigado con una capa hecha de pelaje negruzco que resaltaba su cabello dorado, estaba en medio de la muchedumbre, alzando una tea en alto. Un hombre lo acompañaba, cobijado con una piel parda; su cabellera rubia estaba manchada de sangre en la parte de atrás y una venda a la altura de la frente le cubría. Era un joven con ojos de sangre que reflejaba una inmensa tristeza pero a la vez, en su mirada empañada, denotaba recelo. Eran Renart y Kidán, dos de las cabezas dirigentes del Cuartel Murder, ambos guerreros que enlutados, dieron inicio a la ceremonia que se consumiría los cuerpos de tres hombres que lucharon hasta el final por la justicia.

En un camastro de maderos con lecho de paja, reposaban tres cuerpos inertes, cubiertos con un manto negro. Los tres fallecidos no tenían sonrosadas sus mejillas como muchos de los presentes, ni una piel lucida, solo tenían el honor de que sus cuerpos ardieran bajo la noble tradición por pelear en esa misma batalla, perdiendo la vida por defender un ideal. En el costado derecho reposaba el cuerpo cadavérico y blanco de Vladdar, el vampiro que por desesperación traicionó a un amigo, cegado por la promesa de que algún día volvería a ser un mortal. Renart se las arregló para reacomodarle la cabeza en el cuerpo para darle un digno funeral. Nadie sabía con exactitud qué pasó con él y aunque los rumores que se esparcían, de que Vladdar fue quien traicionó al cuartel, Renart prefirió callar para llevarse esa verdad a la tumba.

El mensaje de los Siete [IyG II] ©Where stories live. Discover now