No estoy de acuerdo, pero prefiero no decírselo. Sé que Rose conseguirá superar esto con tiempo. O, al menos, tengo la esperanza de que lo haga. Mientras tanto, cualquier avance es un logro.

Me recuesto en la silla, empujo el plato de tortitas y esbozo una sonrisa.

—Creo que está intentando hacerte engordar —concluyo. Jason levanta las cejas, se sube un poco la camiseta y me enseña la barriga. Se da unas palmaditas en el ombligo.

—Qué dices, pero si tengo un tipazo —bromea—. De todas formas, a Cody le gustaría aun estando gordo.

Sonrío, de manera inevitable. Cuando Jason decae en sus palabras, empieza a ponerse rojo. Me entran ganas de echarme a reír. Es adorable.

—Hacéis una bonita pareja —le digo, y estoy siendo sincera.

—Nadie te ha pedido tu opinión. —Ya me da igual que utilice ese tono hostil conmigo. Sé que es parte de su asquerosa personalidad. De pronto, parece fijarse mejor en mi atuendo, y entonces su cara cambia por completo—. ¿Llevas puesta mi chaqueta de cuero?

Me lo pregunta con el ceño muy fruncido. Tardo un poco en reaccionar porque, siendo sincera, confiaba en que no se diese cuenta. Como sé que, si me quedo, acabará obligándome a que me la quite, me levanto de la silla a toda prisa y dejo mi taza en la encimera.

—Se me está haciendo tarde —comento, mientras salgo de la cocina, en busca de mi mochila. Mi hermanastro viene detrás de mí.

—Quítatela. Esa chaqueta es sagrada.

—Somos hermanastros. Los hermanastros comparten la ropa.

—¡No, no lo hacen! —Enseria su rostro y se detiene frente a la puerta de salida—. Siempre que la llevo, te metes conmigo. Si tanto la odias, ¿por qué la llevas puesta? Trae.

Hace el intento de cogerme del hombro para quitármela a la fuerza, pero retrocedo y lo esquivo como puedo. Estiro los brazos para impedir que se acerque de nuevo. En el fondo, sé que Jason tiene razón: llevo meses criticando su estúpido look de «chico malo», pero me gusta cómo me sienta esta chaqueta. Además, combina muy bien con los vaqueros y la camiseta blanca que llevo esta mañana.

Miro la hora en mi reloj. Son las ocho menos diez. Seguro que Noah ya está esperándome en donde siempre. No pienso subir a cambiarme ahora.

—¿Me dejas salir? —demando, con cierta impaciencia. Antes la situación me hacía gracia, pero ahora ya no porque voy a llegar tarde al instituto.

—Lo haré en cuanto me la devuelvas.

—Seamos sinceros, Jason: a mí me queda mucho mejor. Además, si no querías que me la pusiese, deberías haberla guardado bien.

—Pero si estaba al fondo de mi armario —se queja, apretando los puños. Yo me encojo de hombros.

—Y, casualmente, tu armario está muy cerca de mi habitación. —Esto empeora aún más las cosas. Jason se niega a moverse cuando hago el intento de pasar por su lado. Suspiro con impaciencia. Estoy cansada de perder el tiempo—. Bien —le digo, mientras me doy la vuelta—. Saldré por la ventana del baño.

«Tampoco es como si fuera la primera vez».

Enseguida, echo a andar por el pasillo con Jason pisándome los talones. Aprovecho que soy la primera en llegar para abrir la ventana y pasar ambas piernas por el alfeizar. Mis pies solo tardan unos segundos en tocar el suelo del jardín. Cuando Jason entra en el baño, yo ya estoy en la calle.

Se asoma y me señala con un dedo.

—Vamos al mismo instituto. No creas que no puedo perseguirte hasta allí.

Mi conquista tiene una lista | EN LIBRERÍASWhere stories live. Discover now