8 | Consecuencias.

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8 | Consecuencias.

Si llego a cruzarme algún día con el estúpido ser humano que tuvo la brillante idea de instalar un equipo de música en la habitación de Jason, juro por Dios que encontraré la forma de encerrarlo en la cárcel.

Y de mandar a mi hermanastro detrás.

—Papá, del uno al diez, ¿cuánta autoridad crees que tienes en esta casa?

Ante esto, mi progenitor suelta un suave gruñido, aunque no responde. Está agachado en la cocina, toqueteando los botones de la lavadora. Ya han pasado diez minutos desde que metió la ropa sucia dentro del tambor, pero todavía no ha descubierto cómo poner la máquina en funcionamiento. He pensado en sugerirle que vaya a hablar con Rose, pero dudo que llegue siquiera a considerarlo. Papá es muy orgulloso. No soportaría que su prometida supiese que no puede valerse por sí mismo.

Sin embargo, soy consciente de que está empezando a exasperarse. Una gota de sudor frío, que parte de algún punto bajo la gorra oscura que lleva hoy —la misma de todos los miércoles—, se desliza lentamente por su mejilla. De vez en cuando pega la oreja al cacharro, como si quisiese comprobar si se ha activado algo ahí dentro, pero dudo que sea capaz de escuchar nada, con la música de Jason sonando a todo volumen. Está tan alta que hace rato que ha empezado a dolerme la cabeza, y ha llegado un punto en el que ni siquiera puedo prestar atención a mis propios pensamientos.

—Papá —insisto, porque quiero que me haga caso.

Lo consigo.

—¿Que cuánta autoridad tengo, dices? Bueno, considerando que Rose solo me quiere para fregar, cocinar y hacer la colada... —duda antes de continuar—: Creo que ninguna, cielo.

Su respuesta me hace gracia, pero no me río. De repente, mi hermanastro cambia la canción de rock que estaba oyendo por una cuya letra me parece obscena. Identifico el género con rapidez y hago una mueca.

—¿No puedes subir a decirle que baje un poco el volumen? —le pregunto a mi padre, mientras siento cómo me arden las mejillas. La composición es tan desvergonzada que está consiguiendo incomodarme—. O que apague el equipo, directamente. Son las siete de la mañana, debe de estar molestando a los vecinos. Además, esa música no es adecuada para su edad. Seguro que acaba empequeñeciéndole el cerebro o algo así.

Tengo la esperanza de que deje de enredar en la lavadora, se ponga de pie y cumpla con lo que le estoy pidiendo; pero no mueve un músculo.

—Solo tiene un año menos que tú, Abril. —Esboza una sonrisa burlona—. De todas formas, seguro que en el instituto le enseñan cosas peores.

Ahí es donde me quedo sin argumentos.

Sé que tiene razón.

—No puedo concentrarme —lloriqueo.

Estoy empezando a frustrarme con esta situación. La pantalla de mi ordenador portátil, que yace en la mesa de cocina frente a mí, prueba que lo acabo de decir es cierto: aunque llevo más de veinte minutos tratando de avanzar con mi reportaje, solo he conseguido escribir el título.

No obstante, sé que no puedo culpar solo a la música de Jason de mi repentino bloqueo: Emma, la chica sobre la que Kira me habló ayer, aquella a la que decidí convertir en la protagonista de mi redacción, no me inspira en absoluto. Odio menospreciar así su talento, pero dudo mucho que el señor Miller me dé un puesto en la redacción si escribo un artículo sobre eso.

—¿Estás trabajando en lo del periódico? —me pregunta papá. Entonces, se levanta por fin y cruza la distancia que nos separa. Hago un puchero cuando se sienta junto a mí.

Mi conquista tiene una lista | EN LIBRERÍASWhere stories live. Discover now