Epílogo

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Epílogo

Los días pasan tan rápido que, cuando quiero darme cuenta, ya hace una semana desde que se celebró el certamen.

El lunes, me despierto un poco más tarde de lo normal. Tras refregarme los ojos, me incorporo y veo que tengo el ordenador portátil, apagado, a mi lado en la cama. Ayer me pasé toda la noche escribiendo el borrador que acabará convirtiéndose en mi segunda aportación al periódico del instituto.

Trata sobre unos chicos que dicen que quieren formar una banda. Fue Noah quien me puso en contacto con ellos, porque al parecer mi novio tiene amigos por toda la ciudad; en cuanto los conocí, decidí que no había mejores candidatos para el artículo que llevo semanas tratando de escribir.

Pero dejarse llevar por la inspiración siempre pasa factura. En mi caso, lo que he sacrificado han sido horas de sueño.

Suspiro sin ganas mientras me pongo de pie y cruzo la habitación hasta el baño. Allí, casi me río al ver la ducha de hidromasaje. El otro día, Jason estuvo intentando que aprendiese a usarla. Sobra decir que los dos acabamos con la ropa empapada. Pero fue divertido, y me trajo muchos recuerdos del día en que me mudé aquí.

Incluso pensé en ir a contárselo a Noah, pero después me acordé de que tendría que mencionar también mi sujetador y el tema del guarda-pelotas... y decidí dejarlo pasar.

Después de vestirme, me recojo el pelo en cola de caballo y bajo las escaleras en dirección a la cocina. Allí, me encuentro a Jason desayunando. Ha puesto sobre la mesa un plato enorme de tortitas con sirope. El estómago me ruge nada más verlas. Él no decae en mi presencia hasta que me acerco al armario para coger una taza en donde servirme el café.

Deja de revisar Instagram y sube la cabeza para mirarme.

—¿Tortitas otra vez? —le pregunto entonces, mientras saco la leche del frigorífico.

—Ayer fueron tostadas. El otro día, macedonia. No me hace tortitas desde el miércoles pasado. Le gusta ir variando. —Ruedo los ojos, aunque acabo echándome a reír. Cuando me siento a su lado en la mesa, Jason arrastra el plato en mi dirección—. Sírvete. Como siga comiendo tanto, llegará el día en el que no quepa por la puerta.

No necesito que me lo diga dos veces. Me sirvo y empiezo a comer de inmediato. Tengo que darme prisa porque he quedado con Noah en diez minutos para ir juntos al instituto, como todos los días. Siempre le riño porque es muy impuntual y sé que está deseando que algún día me retrase yo para echármelo en cara.

—¿Cuánto tiempo crees que seguirá haciendo esto? —demando, con la boca llena. Jason hace una mueca de asco y vuelve a mirar el móvil. Acaba encogiéndose de hombros.

—Supongo que cuando deje de sentirse culpable.

Asiento con la cabeza. Desde que su hijo decidió volver a casa, Rose lo trata mucho mejor que de costumbre. Si Jason ya era un niño mimado antes, cuando me mudé aquí, ahora es bestial. Ya no tiene que hacer la cama, ni limpiar la habitación, porque su madre se ocupa —por voluntad propia— de eso. Además, nos deja hecho el desayuno todas las mañanas. Y es una chef estupenda. Creo que estoy poniendo kilos y todo.

Sospecho que se debe a que está arrepentida por lo que hizo. Ahora, intenta arreglar sus errores mimando a su hijo como si todavía fuera un crío.

Pero Jason nunca se queja, así que un poco crío sí que es.

—¿Hay progresos? —demando. No me hace falta añadir nada más porque Jason sabe a qué me refiero. Sube un hombro.

—Más o menos. Anoche estuve hablando con ella y dice que me acepta. Que está aprendiendo a sobrellevarlo. —Jason suspira cuando ve que ruedo los ojos. Me pregunto cuándo entenderá Rose, por fin, que no hay nada que sobrellevar—. Pero quiere que Cody se haga pruebas médicas porque le da miedo que me contagie alguna enfermedad de trasmisión sexual. Es un poco exagerada —agrega, antes de que yo pueda decir nada—, pero supongo que, dentro de lo malo, está... bien.

Mi conquista tiene una lista | EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora