27 | Aterrizaje forzoso.

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27 | Aterrizaje forzoso.

Al día siguiente, cuando me despierto, lo único que se escucha en el piso de arriba es el insoportable tono de mi alarma. Gimoteo mientras estiro el brazo para apagarla; tengo los párpados pegados por culpa de la falta de sueño y no hay nada que desee más ahora mismo que quedarme durmiendo. Sin embargo, no me resisto a coger el móvil de la mesilla. En cuanto lo desbloqueo, mi último chat activo se ilumina en la pantalla.

Noah y yo estuvimos hablando hasta las tantas anoche. Él es el culpable de mis ojeras, por lo que espero que no se atreva a comentar nada cuando me vea pasearme con cara de muerta por el instituto. Aunque solemos quedarnos despiertos de madrugada, ayer la charla se alargó más de lo normal. Supongo que el hecho de que Jason haya dormido esta noche en su sofá tiene mucho que ver con eso.

Me muerdo el labio. Estoy tentada a mandarle un mensaje para preguntarle cómo ha ido todo, pero finalmente decido que prefiero hablar con él en persona.

Ya es hora de levantarme de la cama. Voy al baño a asearme, me visto con la ropa que dejé preparada ayer y me recojo el pelo en una coleta alta. Tras echarme una última ojeada frente al espejo que hay en el pasillo, me dispongo a bajar las escaleras.

Como era de esperarse, hoy la casa está mucho más silenciosa que de costumbre. Aunque nunca coincidimos todos a la hora de desayunar, siento que la cocina está demasiado vacía cuando entro y solo veo a papá.

Se me hace raro que Jason no esté aquí, sentado frente a su tazón de cereales, listo para empezar la mañana con una buena discusión.

Y tampoco hay ni rastro de Rose.

—Buenos días.

Al oírme, papá se vuelve a mirarme y sonríe. Está terminando de lavar los platos que usamos para cenar anoche. Todavía quedan un par de horas para que se vaya a trabajar; supongo que se ha levantado antes para arreglar la casa. Cuando me acerco al frigorífico para servirme un tazón de leche, me doy cuenta de que ha puesto la lavadora.

Por fin parece haberse enterado de cómo funciona.

—Encontré un tutorial en Internet —dice, al ver que me he fijado. Suelto una risita.

—Es vergonzoso que no supieras cómo poner una lavadora.

Enarca las cejas. Entre tanto, yo cojo el plato de tostadas que me ha preparado y voy a sentarme a la mesa.

—Disculpa —se queja—, pero estos cacharros tienen muchos botones. La mayoría de ellos, inútiles. Estoy seguro de que ni los fabricantes saben para qué funcionan. Más que un tutorial de YouTube, la próxima vez necesitaré sacarme un máster.

—Lo que tú digas, papá.

Él me dedica una última sonrisa antes de seguir con sus tareas, y yo me centro en seguir desayunando. Esta vivienda es tan diferente a la mía que todavía me resulta extraño vivir aquí; sobre todo en momentos como este, cuando ninguno de sus verdaderos dueños está presente, me siento como una intrusa.

Admito que ese sentimiento crece cada vez que pienso en cómo es Rose, la mujer que nos acoge, en realidad.

Mi padre está muy callado. Me apostaría mi puesto en el periódico que está dándole vueltas a algo. Tratando de ganarme su atención, me aclaro la garganta.

—¿Y Rose? —demando, aunque puedo imaginarme la respuesta.

—Hoy se ha ido pronto a trabajar. Están muy liados en la oficina.

Le doy un mordisco a mi tostada. Asiento distraídamente con la cabeza.

—Ah, vale.

—Y Jason está durmiendo en casa de un amigo —añade, pese a que no le he preguntado nada acerca de él—. Quedaron para hacer un trabajo para el instituto y se les hizo tarde.

Mi conquista tiene una lista | EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora