1 | Crónicas de un sujetador extraviado.

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1 | Crónicas de un sujetador extraviado.


—Avenida Hefferson, número 32. —El conductor del vehículo me dirige una agradable mirada a través del espejo retrovisor—. Es aquí, señorita.

Trago saliva y asiento con la cabeza, pese a que ya sabía que acabamos de llegar a nuestro destino. Hemos aparcado justo delante de un edificio alto y elegante, tirando a lujoso; que ha resultado ser el mismo que aparece en las fotografías que la nueva prometida de papá sube a sus redes sociales. Lo sé porque me he pasado horas revisando su Facebook a escondidas, como una agente del FBI, durante estos últimos días.

—Gracias —respondo, mientras abro la puerta del vehículo.

El hombre me regala una sonrisa. Tras devolvérsela, salgo del coche y lo rodeo para ir a sacar mis cosas. Puede parecer que traigo poco equipaje, pero eso es porque he intentado concentrar todo lo importante en esta pequeña maleta. Supongo que tendré que ir trayendo con papá el resto de mis pertenencias durante lo que queda de semana.

Una vez que he terminado, cierro el maletero. El taxista espera hasta que le digo adiós con la mano para marcharse. Con el corazón latiéndome a mil por hora, observo cómo conduce hasta perderse al final de la calle.

Estoy nerviosa. Muy nerviosa.

Pero sé que tengo que calmarme, porque ya no hay forma de echarse atrás.

—Vamos, Abril —me susurro, apretando con fuerza el mango de la maleta entre mis dedos—. Puedes con esto.

Luego, me giro hacia el edificio.

Basta con fijarse en la altura que tiene para comprobar que papá no mintió cuando me dijo que la familia de Rose está muy adinerada. Se trata de una vivienda refinada, de tres pisos de alto, que tiene las paredes exteriores pintadas de un color oscuro. Está lleno de ventanas y la puerta principal se alarga hasta el tejado. Para llegar hasta ella, es necesario subir tres escalones peliagudos, llenos de macetas con flores.

Trago saliva. Es un sitio bonito, pero me genera un irrefutable rechazo. No quiero llegar ahí arriba y enfrentarme a lo que me espera, de verdad que no.

Sin embargo, ya no me queda otra opción. Le prometí a papá que haría esto y no quiero decepcionarle. Así que dejo que mis piernas tomen el control, subo hasta el porche y me detengo a escasos centímetros del pomo. Una vez allí, me doy cuenta de que estoy temblando. Seguro que esto es una mala idea.

Maldigo mentalmente. ¡Ojalá nunca hubiese accedido a hacer esto!

Por desgracia, ya es demasiado tarde para ponerme a pensar en estas cosas. Antes de que me dé tiempo a echarme atrás, toco el timbre. La puerta se abre un par de segundos más tarde.

—Vaya, vaya. Pero si es Abril.

Me basta con escuchar su voz para que mi rostro se transforme en una mueca de disgusto. Mi mala suerte ha vuelto, para variar. ¿Por qué diablos no ha podido venir Rose a recibirme?

—Jason —pronuncio, tratando de sonar lo más seca posible.

Ante mi desgana, el crío esboza una sonrisa burlona. Está mofándose a mi costa, como de costumbre. Cuando doy un paso atrás, él abre la puerta del todo y se apoya contra ella. Se cruza de brazos. Tiene ese aire tan chulesco que caracteriza a todos los chicos de su edad, y va vestido con una chaqueta de cuero y unos vaqueros ajustados. Cuando abre la boca para seguir hablando, me doy cuenta de que se ha hecho un piercing en la lengua.

Mi conquista tiene una lista | EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora