20 | Hacernos felices.

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20 | Hacernos felices.


—No puedo creerlo.

—¿Qué es lo que te sorprende tanto?

Wesley no responde, y yo echo el cuello hacia atrás para mirarlo. Estoy tumbada bocabajo sobre el sofá oscuro que ocupa buena parte de mi nueva sala de estar, con las piernas sobre el respaldo y la cabeza casi apoyada en el suelo. En esta posición, lo veo todo del revés, cosa que admito que está empezando a marearme. Sin embargo, estoy tan cómoda que moverme me da pereza.

Wesley se encuentra a unos metros por delante de mí, agachado junto a la estantería en donde mi hermanastro guarda sus videojuegos. Está examinando la carcasa de uno de ellos. Se vuelve para enseñármelo, con los ojos como platos.

—Jason tiene la versión deluxe extra-limitada de mi juego favorito —me dice, alucinando—. ¿Cómo diablos la ha conseguido? Yo estuve tres horas atascado en una jodida cola virtual y ni siquiera pude añadir el producto a mi cesta. Esto es increíble. No entiendo por qué te cae tan mal ese niñato. En mi opinión, tiene un gusto exquisito para estas cosas.

Ruedo los ojos, aunque me estoy riendo. Su comentario no me habría molestado, de no ser porque no tiene nada que ver con lo que estábamos hablando. En los treinta minutos que llevamos aquí, me ha dado tiempo a contarle todo lo que me ha pasado estas últimas semanas: desde el día en que mi sujetador cayó accidentalmente en el patio de los Carter, hasta lo ocurrido el viernes pasado. Obviando, como no podía ser de otra manera, el tema de la lista, pues no puedo permitir que nadie más sepa de su existencia.

Ni siquiera Wesley.

No obstante, acabo de comprobar que he estado malgastando saliva. Seguro que no ha estado prestándome atención. Queriendo hacerle ver que estoy indignada por eso, agarro el cojín más cercano y se lo lanzo a la cabeza.

Mi puntería es tan precisa que estoy a punto de acertar en el centro del estuche del CD. Por desgracia, mi mejor amigo lo esconde tras su espalda y el almohadón impacta contra su pecho.

—¡Ten cuidado! —me chilla, tras lanzarme una mirada llena de reproche—. Podrías haberlo roto. Eres una indecente. Tienes suerte de que tenga buenos reflejos.

Mientras habla, se entretiene dándole una rápida revisión al videojuego para comprobar que todo sigue en orden. A juzgar por cómo lo observa, apuesto a que tiene ganas de abrazarse a él y no volver a soltarlo nunca.

—¡No me estabas escuchando! —replico, haciendo un mohín.

—No, pero al menos fingía que lo hacía. Eso es lo máximo que puedo hacer por ti, teniendo en cuenta que es la primera vez que me dejas entrar en tu casa. —Pone el precioso tesoro de mi hermanastro de nuevo en la estantería y saca el siguiente videojuego. Este debe interesarle menos, porque vuelve a guardarlo de inmediato. Se gira hacia mí—. Tu nueva casa es una pasada. Estoy en todo mi derecho de alucinar con las cosas que hay aquí. Además, me has obligado a entrar por la ventana. Como se te ocurra volver a reclamarme algo, te juro que voy a tirarte del sofá.

Como sigo queriendo parecer enfadada, me muerdo el labio para evitar sonreír. Rose tiene la mala costumbre de emparejarme con cualquier chico que vea a mi alrededor, incluido mi mejor amigo. Por esa razón, me he visto obligada a pedirle a Wesley que se colase por la ventana del baño.

Debo admitir que ha sido muy divertido verle saltar cual ninja inexperimentado sobre el alfeizar. Sobre todo después, cuando hemos descubierto que Rose no estaba en casa.

Mi conquista tiene una lista | EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora