14 | Fin del trato.

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14 | Fin del trato.


—¡Sal de ahí de una vez!

Ruedo los ojos y subo el volumen de la música hasta que los gritos de Jason apenas son audibles para mis oídos. Imaginármelo al otro lado de la pared, malgastando saliva de esta manera, me hace sonreír. Me inclino sobre el lavabo y continúo aplicándome corrector en la zona de las ojeras. Por muy reacia que me muestre siempre a utilizar maquillajes, hay días en los que no puedo prescindir de él.

Hoy es uno de esos días. Básicamente porque me he despertado pareciendo una muerta viviente y no me gustaría asustar a todo el instituto.

—¡Abril! —Vuelvo a escuchar. Estoy a punto de girar de nuevo la ruedita del reproductor, cuando Jason empieza a aporrear la puerta con fuerza. Sobresaltada, dejo que el lápiz corrector se me escurra entre los dedos. Gruño con desgana.

—Que te den, Jase.

Sobra decir que la única razón por la que le llamo así es porque sé lo mucho que le molesta que lo haga.

Armándome de paciencia, consigo soportar sus gritos durante los cinco minutos que tardo en cubrir por completo las aureolas oscuras que se han formado bajo mis ojos. Me entretengo aplicando un poco de base encima de ellas, porque así se notará menos que me he maquillado, y cierro el estuche tras sonreírme a mí misma a través del espejo.

Cuando salgo del baño, con la mochila colgada al hombro, descubro que Jason todavía no se ha marchado. No sé cuánto tiempo llevo acaparando el único aseo con espejo —porque los demás prescinden de él— que hay en la casa, pero a él la espera debe de habérsele hecho eterna, porque se ha sentado en el suelo. En cuanto me ve, levanta la cabeza y empieza a ponerse de pie.

—Creía que estabas hibernando —comenta, con su característico desdén. Al decaer en que no me he apartado de la puerta, añade—: Muévete. Tengo que retocarme la barba.

Enarco las cejas mientras examino su rostro con rapidez. Por mucho que insista en ponerse chupas de cuero y pantalones ajustados para parecer más mayor, sigue teniendo cara de niño.

—¿Qué barba?

—Muy graciosa. Ahora muévete. —Me río de él sin tomarme la molestia de disimular. Luego, hago ademanes de estar a punto de apartarme. Sin embargo, escucharle hablar de nuevo hace que me detenga—. Por mucho que te maquilles, siempre parecerás una bruja. Espero que lo sepas, porque estás tirando el dinero.

—¿Disculpa?

—Quien es fea, es fea con o sin maquillaje. Métetelo en la cabeza y deja de acaparar mi jodido baño. Tengo cosas que hacer.

Mi cara es todo un poema ahora mismo. Jason esboza una sonrisa burlona, como si se enorgulleciese de haberme dejado sin palabras, y me pega un empujón para quitarme del medio. No obstante, yo no pienso dejar que me gane con tanta facilidad. Habiéndole declarado la guerra, corro a encerrarme en baño de nuevo. Apenas le da tiempo a reaccionar antes de vuelva a cerrarle la puerta en más narices, eche el pestillo y me apoye contra la madera, mientras siento cómo la aporrea desde el otro lado.

—¡Eres una hija de...!

Por suerte, no alcanzo a escuchar el final de su frase. Subo el volumen de la música hasta que me duelen los oídos y, tras ajustarme la mochila a la espalda, me acerco a la única ventana que hay en la habitación. Luego, la abro y saco la cabeza para cerciorarme de que los metros que me separan del suelo son pocos. Gracias a Dios, estamos en el primer piso.

Mi conquista tiene una lista | EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora