3 | Último día de vacaciones.

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3 | Último día de vacaciones.


—Cuéntame, ¿cómo es tu nueva casa?

En cuanto escucho la pregunta, suelto un suspiro de fastidio y apoyo la cabeza contra la rodilla de mi mejor amigo, que se echa a reír. Le miro de reojo. Está sentado en el respaldo del banco, con las piernas estiradas, como si no le preocupase el poder perder el equilibrio. Verlo ahí, tan confiado, hace que me pregunte si se enfadaría mucho conmigo si me levantase ahora mismo para empujarle.

Aunque la idea me resulta muy tentadora, acabo por desechándola. No quiero imaginarme cuán horribles podrían ser las consecuencias.

—Es una mierda —respondo y, pese a que no me molesto en utilizar un buen vocabulario, siento que me estoy quedando corta. Solo llevo allí veinticuatro horas, pero ya tengo suficientes argumentos para dar mi sentencia: vivir en la casa de Rose va a ser una auténtica tortura.

Partamos del hecho de que odio las mudanzas y continuemos hablando acerca de que ayer tuve, por primera vez, la desagradable oportunidad de asistir a una cena familiar. No sé a quién se le ocurrió la idea de sentarnos a los cuatro en el comedor, sin televisión, periódicos u otras distracciones; para que pudiésemos charlas y conocernos mejor. Pero fue un auténtico fracaso.

Me sobra con decir que papá y Rose estuvieron lanzándose miraditas extremadamente empalagosas durante toda la cena, lo que no pudo hacerme sentir más incómoda. Quiero decir, no es que me parezca mal que mi padre haya decidido casarse después de tantos años. De hecho, es todo lo contrario. Después de la muerte de mamá, creí que nunca encontraría a nadie que le hiciese feliz. Por eso me alegro tanto de que Rose ahora forme parte de su vida. Es una buena persona, pese a que su hijo deje tanto de desear.

El problema estuvo en que, con todos los dispositivos electrónicos apagados y ellos dos totalmente idos del mundo, la única opción que me quedaba para no aburrirme durante la cena era hablar con Jason.

Podemos dar por hecho que ni loca iba a ponerme yo a hablar con Jason.

Al final, acabé saltándome las normas de etiqueta y levantándome antes de tiempo para subir a mi habitación. Deshice mi equipaje, navegué un rato por mis redes sociales y acabé yéndome pronto a dormir. Esto último, junto al valioso hecho de que había conseguido recuperar mi sujetador extraviado, fue lo único que salvó al viernes de convertirse en el peor día de mi vida.

Sin embargo, mi mejor amigo no sabe nada de esto. Pese a que ha preguntado mucho al respecto, no todavía no me he tomado el tiempo de explicarle con lujo de detalles cómo es vivir en ese lugar. Esa es la razón por la cual no me sorprende que quiera sacarme más información:

—¿Por qué es una mierda? —se interesa. Luego, choca su rodilla izquierda contra la derecha, que es sobre la que yo estoy apoyada. Gruño cuando siento cómo me rebota la cabeza.

—Porque lo es. —Quiero limitarme a responder. No obstante, sé que no va a quedarse satisfecho, así que añado lo primero que se me pasa por la cabeza—: Mi habitación está encantada. No deja de darme mala suerte.

En cierto modo, estoy diciendo la verdad. Dentro de esas cuatro paredes, están tres de mis enemigos más acérrimos: la ducha de hidromasaje, que hizo que ayer acabase empapada, el balcón desde el que salió volando mi sostén, y el tenedor que acabé robándole a los Carter. Esto último fue fin querer, claro. Aunque tampoco creo que vaya a devolvérselo.

Sería muy vergonzoso volver a ver al chico bailarín de nuevo, sobre todo después de que su hermano pequeño le haya contado por dónde sudan las chicas.

Mi conquista tiene una lista | EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora