27. Rendición de cuentas [Prt. II]

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Se quedaron viendo las caras, ambos contendientes, aguardando a que alguien hablara o interviniera para detenerlos. Vincent fue perdiendo los escrúpulos, el iris de sus ojos se tornó blanco, su musculatura creció progresivamente.

—No somos el enemigo, Vincent, entiende y toma las cosas con calma —pidió Renart. Ya estaba cerca de ellos, rogando que el terco licántropo entrara en razón.

—Si tengo que matar a alguien que me impida ir a ese lugar, lo haré, así que si en algo aprecian su existencia, apártense. —Su voz era más ronca, sus dientes y garras se alargaron. Estaba a punto de lanzarse contra el sujeto que no lo dejaba pasar.

No toleraba que lo manipularan a punta de engaños, sobre todo que abusaran de su pérdida para hacer lo que quisieran con él. Cargado de impotencia, levantó el puño en alto, enterrándose las garras en la palma, causándose daño aunque no sintió nada. Reclamaría la cabeza de Dragna para al fin sentir paz, saldar la deuda que tenía con su hermano fallecido.

—¡Vincent, basta! —exclamó alguien a lo lejos, voz que reconoció, frenando el puño que estuvo a punto de darle de lleno en la cara a Radamanto quien se sobresaltó por el ataque que no previó.

El color de en los ojos del conde volvió a la normalidad, relajando el cuerpo a su vez. Fue un cambio de ánimo tan repentino que a todos los desconcertó. Quienes presenciaban la disputa, volcaron la vista hacia dónde provino aquella voz, quedando anonadados por la fina figura encubierta de lo que enseguida supusieron, era una mujer.

—¿Leatitia? ¡¿Pero qué demonios haces aquí?! —exaltó Vincent, con evidente enfado.

La doncella, a pesar de ser el centro de atención y de que el conde la miraba con desapruebo como si fuera indigna de su presencia, con la frente en alto, manteniéndose severa, se le acercó para hablarle. No reveló su identidad, portaba una capa que cubría muy bien su cara. Agregándole más aire de superioridad a su presencia, la escoltaba una mujer de piel trigueña sosteniendo un arco, vestida de pieles y botas de cueros cafés, con una alta coleta que despejaba su rostro de la melena negra que poseía. Algunos retrocedieron para cederles el paso al notar tras ellas al felino blanco de rayas negras, dos veces más grande que uno normal, tensando cada paso, gruñendo leve cada que hacía contacto visual con alguien.

A pesar del acuerdo con Vincent, de que con su hermano Patrick estaría a salvo, y de que pronto volvería a Arteas, Leatitia le llevó la contraria. Luego de que en su largo viaje hacia la fortaleza de Borsgav el conde licántropo le salvara la vida, se sintió en deuda con él. Por eso, ante la inminente guerra que de primera mano corroboró por la cantidad de cuerpos esparcidos por esa ciudad, quiso servir a la causa, ser su aliada.

Por ese reclamo, a pesar de creerse insultada, tentada a marcharse, guardó silencio. Los pocos días que convivió con Vincent, sintió que lo conocía de años; terquedad, testarudez, recelo era lo que siempre denotaba en su marcado carácter, no obstante, muy en el fondo sabía que era bueno, que cuidaba de los indefensos, que defendía a los suyos, demostrando la más clara fidelidad a pesar de que aparentara ser alguien que solo se importaba a sí mismo.

—Vine porque sabía de tus intenciones y te dije expresamente que no cometieras una estupidez sin antes ayudarme a recuperar Arteas —le reclamó, cosa que a más de uno le abrió los ojos de asombro por el atrevimiento con el que se dirigió a él.

Si antes le hirvió la sangre por todo lo que presenció al entrar a Voreskay, ante ello, sintió que se le evaporaba por los poros. La cólera era tan evidente al sonrojar su piel y brotar las sienes en su rostro, que parecía que estaba a punto de estallar. No aguantaba oír los reclamos de otros como si les debiera un favor, peor era que no sabía cómo no había mandado todo al demonio porque, de ser la persona que antes fue, hubiera arrasado con el puñado de soldados del Cuartel Murder que quedaron con vida, incluyendo a Leatitia. Era consiente que si la mataba, lo cazarían por cielo y tierra. Si mataba a la Intérprete se exterminaría todo el maldito mundo. Si cazaba a Dragna obtendría su venganza, bajo el costo de que su pueblo se vería perjudicado ante posibles represalias de Transaleste contra Borsgav. Cerró los ojos; no supo cómo ni por qué calmó su ímpetu para no exterminar a los presentes. Fue irónico pero luego de que los abrió, dio un hondo respiro, como si eso fuera a detenerlo.

El mensaje de los Siete [IyG II] ©Where stories live. Discover now