23. Lazos quebrantables [Prt. I]

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No fue la impaciencia lo que hizo que se valiera de su ardiente afinidad para matar con suma facilidad, reduciendo los cuerpos a cenizas; lo que hizo que tomara la iniciativa de dirigir a esos hombres fue ver a Alexander destacar entre ellos, estando siempre al lado de su protegida. Eso fue lo que de un momento a otro, entre el desgaste, entre tantas muertes que cobraba con su espada, su furia se acrecentara a tal punto de perder la compostura. Quería demostrar que era el digno Guardián de la Intérprete quien en ese instante se enfrentaba sola ante las flechas que lanzaban las siete ballestas que en hilera se posicionaron en la entrada de la ciudad, imposibilitando el acceso.

Una barrera invisible protegía a André; tanta era la energía que emanaba, que su rubia cabellera ondeaba, como si el viento la soplara; su rostro estaba fruncido, sus pasos se ralentizaron a medida que se acercaba a las ballestas. La lluvia de flechas que le impactaban, se convirtieron en finas partículas de polvo que la cegaban al golpear su cara. Caminó hasta llegar a la mitad del campo de tiro, sacando sus últimas fuerzas para arrodillarse de forma abrupta y golpear el suelo con todas sus fuerzas, causando una grieta que inició desde el punto de impacto hasta la artillería pesada.

Vio antes ese truco en Igor y lo replicó. La superficie se sacudió desconcertando a quienes custodiaban la salida. Bajo las ballestas, la tierra se abrió dando paso a unos picos de roca y hielo que las destrozaron, sin dejar con vida a quienes las activaron.

Manteniéndose consciente, André se cercioró de que la última ballesta fuera destruida. Dejó de tocar la superficie, cayendo sentada, permitiendo que la nieve refrescara sus fatigadas piernas. Sus párpados le pesaban al igual que la armadura que vestía. Su mente se perdía en las palabras que le dio su madre, recordando por qué estaba allí. Cerró los ojos, sacudió la cabeza, despejando el cansancio. Respiró profundo para retomar el aliento y procedió a ponerse de pie. No podía descansar, quedaba finalizar la absurda matanza que trajo un imbécil sediento de poder. Faltaba mucho en su camino en busca de evitar el fin y era ella la que debía hacerlo.

Inhaló hondo otra vez, calmando su cuerpo; marchó sin mirar atrás, olvidándose de la contienda que se libraba a sus espaldas. Enfocó a un soldado caído que aferraba un arco; se lo quitó con propiedad al igual que la flecha incrustada en su cabeza. Empuñó ambos implementos, dispuesta a no fallar.

Se hallaba en la salida de la ciudad; los dragos corrieron a refugiarse en las trincheras que rodeaban el ingreso, mirándola con recelo. Algunos se sorprendieron al saber que una jovencita no mayor a todos ellos ocasionó tal destrucción. Unos empuñaron sus arcos, listos para dispararle; André sólo sonrió sarcástica ante esa osada decisión. Sabía que antes de pararse ante ellos sería respalda, sospecha que se realizó cuando un fuego voraz, como escupido por un dragón, pasó por sus costados, ese misma llamarada roja invocada por ese soldado de fuego, reduciendo los sacos de arena y las barricadas de madera a cenizas.

Drek, más que irascible con ella, quedó perplejo porque se mandara sola, siendo el blanco perfecto. Se acercó, escoltado por algunos que admiraron su valentía, defendiéndolo de cualquier percance. El príncipe, portando una armadura igual a la de los demás, destacó entre sus acompañantes por su tamaño y porte imponente, digno de su linaje, parecido al de su padre. Encubierto por el yelmo que cubría su cabeza, vio entre la rendija de la careta la dorada cabellera de la mujer que le daba la espalda, empuñando entre las manos un arco y una flecha, lista para dar el disparo.

Frunciendo los labios en una fina línea, creyéndose un títere manejado por una siniestra joven, buscó el objetivo al que ella apuntaba, identificando esa inconfundible cabellera blanquecina del hombre que lo crio, convertido en un monstruo, torturando sin piedad a un hombre derrotado.

—No lo vayas a matar —le exigió a André.

—Solo lo detendré —explicó ella, viéndolo sobre su hombro.

Por un segundo se perdió en el esmeralda de sus ojos, dándole un vuelco en el estómago que lo dejó hecha un manojo de nervios, algo que no duró mucho debido a las circunstancias a las que se enfrentaba. Sonrió al saber que la protegía, que a pesar del gran compromiso que le juraba a su reino, resolvió estar en esa batalla junto a ella, jugándose también su cuello.

Se centró en su objetivo; no duraría mucho tensando la cuerda del arco para tirar esa flecha, ni tampoco el mantener con vida al prisionero que fue a buscar en Voreskay. Fijándose en Cornelius, tiró de una vez la saeta que frenó los pasos del viejo, dándole justo en el pecho. Hecho su cometido, así como se esfumó el proyectil de su arco también se fue su último aliento, volviendo a caer de rodillas al suelo.

Drek ante su evidente agotamiento, dejó de pelear, dándoles partida a los demás murder de atacar a los dragos que huían. Guardándose sus palabras se paró frente a André y se acuclilló a su altura, quitándose el casco que estorbaba su vista.

—Eres una imprudente.

Creyó que se toparía con ese característico semblante duro que parecía, formara un muro indestructible entre los dos, pero esta vez fue diferente. Notó preocupación detrás de esa severa mirada y esos labios algo fruncidos que querían emitir las palabras que sabía con certeza cuáles serían.

—Lo siento —murmuró, sonriéndole a medias, entrecerrando los ojos, echando la cabeza hacia atrás para mirar el cielo blanco sobre su cabeza, anhelando sentir el calor del sol detrás de tantas nubes.

Con tenerla tan cerca, el príncipe deseó por lo menos palpar su piel, rozar sus labios. Lucía tan frágil que aún le costaba creer que era una mujer que mataba con crueldad, olvidándose de preservar la vida. Aunque era justificable que actuara como lo hizo durante todo la batalla, aun no concebía que cambiara sus ideales.

—Hay que ir por Renart —comentó ella, bajando la mirada, apartando la serenidad para reflejar entereza.

No esperó recuperar fuerzas. Se puso de pie enseguida, sin flaquear o tambalearse, no había que perder más tiempo. Desenfundó la daga negra de su cinto mientras reparaba en Drek quien le seguía con la mirada, parándose a la par con ella.

El mensaje de los Siete [IyG II] ©Where stories live. Discover now