21. La Batalla de las Bestias - El inicio

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Lo que pasó dejó con la boca abierta a los dragos mientras que los murder se satisfacían de ver cómo se espantaron ante los actos de su nueva líder. Las saetas, al cruzar la barrera invisible que André creó, se hicieron fino polvo que cayó en conjunto con la nevada. Dera, la mano derecha del general Artemius, a pesar de dar por segunda vez la orden a sus arqueros fue en vano; las flechas al cruzar la barrera que se extendía sobre el cuartel, se hicieron polvo.

Un fuerte choque de metales no se hizo esperar luego de esa intervención, los cuerpos de dragos y los murder chocaron unos a otros, comenzando así la batalla. André observaba unos cuantos metros atrás cómo sus hombres luchaban con tesón.

La mano donde sostenía la espada tembló; no supo cuánto tiempo resistiría, entendiendo que esa era la última ayuda que le brindaría al ejército para que salvarlo de un ataque masivo. La energía vital se le acabó, la magia del libro que aguantaba su cuerpo era demasiada. Quería hacer más pero su carne le falló. Al verificar que todo su ejército se mezcló con el enemigo, bajó el brazo con desgana. Un escalofrío albergó cada centímetro de su piel, clara señal de debilitamiento, sus piernas querían desistir pero no podía permitírselo, no en ese momento tan crucial en el que cientos de hombres dependían de ella.

Una mano se posó en su hombro y otra más a la altura de su espalda. Volvió a ver a los costados encontrándose con un hombre de más edad que el otro, que al cruzarse sus miradas una chispa se prendió en sus ojos azules, acompañando una sonrisa en sus labios que acentuó las arrugas que con los años fueron llegando. Del otro lado, el más joven no dejaba de mostrar preocupación por ella aunque denotara severidad. Su guardián, ese que estuvo apoyándole, que la comprendió de principio a fin en su cometido. Ambos estaban allí para luchar a su lado, dar el primer paso juntos. Quedaron sorprendidos, más que eso, orgullosos de que fuera la Intérprete, complacidos de ser guiados por ella.

—¿No estás muy viejo para pelear? —inquirió André al reparar en Igor quien se quitó la careta del yelmo para despejar su vista.

—Nunca es tarde para pelear, no me quedaré de brazos cruzados sin luchar mano a mano contigo, querida —expresó su viejo tutor, sonriendo de medio lado.

—No perdamos tiempo, entonces —indicó, sonriente. Se colocó el yelmo por fortuna, así los demás no notarían su agotamiento.

Antes de que André fuera a la batalla, Alexander la tomó del brazo, deteniéndola. Igor continuó, decidido, sacando de su cinto bien abastecido, una pequeña espada que al frotarla entre sus manos se convirtió en una espada que sostuvo con firmeza del mango, lanzándose hacia un par de dragos.

Molesta por no avanzar para luchar junto a su tutor, André volvió a ver con fiereza a Alexander quien se retiró el casco que protegía su cabeza para encararla.

—Antes de que digas algo, quiero que sepas que, pase lo que pase, escojas a quien escojas, estará bien por mí la decisión que tomes.

Frunció el ceño sin entender el porqué de esas palabras.

—¿Por qué me dices eso?

—Lo digo porque no sé qué nos depare esta batalla y las demás que vengan, por eso, antes de que pase algo quiero que sepas que... —enmudeció; apartó la mirada hacia el enfrentamiento que se libraba metros adelante.

¿Era el momento oportuno? No sabía si saldrían vivos pero, era mejor decirlo a morir y llevarse ese sentimiento a la tumba. Ella lo miró con inquietud; ¿qué era tan importante que en ese preciso instante necesitara hablarlo?

—Alex —lo llamó para que la viera a los ojos. Él lo hizo con inseguridad—. Estoy segura que saldremos con vida y lo que tengas que decirme será a su debido tiempo.

El mensaje de los Siete [IyG II] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora