11. Sangre soberana [Prt. II]

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Vincent Cedélicus llegó al gran salón de la fortaleza de Arteas luego de enfrentarse con los soldados de La Rebelión y la escolta del castillo. Había olido la sangre de Leatitia siendo ese aroma su impulsor para destruir las cadenas que lo ataban y las rejas de hierro que lo recluyeron en el calabozo. En un principio creyó que le haría daño pero bastó con verla indefensa ante el soberbio general para que su instinto la protegiera a toda costa.

Las ganas de probar de su carne nunca se opacaron por lo que en ese instante luchaba contra sí mismo para no dañarla; su mente se lo ordenaba, algo imposible de obedecer. Aferrándose al deseo de no perderla, lastimó su cuerpo sin saberlo cada que pasaba las manos por el rostro, tallándolo con desespero cuando estaba a punto de perder la razón.

Luego de esa lucha que duró sumida entre el silencio mutuo y los gruñidos de una bestia errática, Vincent se doblegó, retomando su forma humana. A pesar de estar acostumbrado al dolor que ocasionaba su metamorfosis, esta vez le dejó destrozado cada milímetro de su piel, aparte de los zarpazos que él mismo se hizo.

Al volver a ser un hombre cayó de rodillas, jadeando como si hubiera corrido sin descanso durante días, con la sangre ajena manchando su rostro, manos y torso. Estaba desnudo ante la reina cosa que no le incomodó pero sí le causó furia por estar humillado ante ella.

Leatitia no supo ni qué decir, ni siquiera qué hacer, intentó dar las gracias pero temía que cambiara de actitud de forma repentina pues al parecer era una bestia de fuerte temperamento. Duraron en silencio por varios minutos luego de eso, nadie se presentaba ante ellos lo cual la inquietó, preguntándose si él tenía algo que ver.

—Escogiste un buen aliado —murmuró el conde licántropo entre jadeos mientras le quitaba la armadura y la ropa al cadáver a su lado.

Leatitia quedó apenada ante esas palabras, inclusive bajó la mirada por un segundo. No dijo nada, sólo observó hacia el suelo mientras Vincent se colocaba la armadura que había adquirido.

Ya vestido se irguió en su lugar para girarse a verla, limpiándose con el dorso de la mano la sangre que le empapaba la boca. Sus ojos eran plateados aun y su rostro ceñudo, clara señal de que no deseaba entablar conversación alguna.

—Creo que esto es la guerra, pero matarte no me dará el honor que quiero —sentenció. Ignorando cualquier objeción de su parte, dio media vuelta para ir hacia la puerta que comunicaba hacia el vestíbulo del castillo.

De repente las puertas por las que ingresó Vincent, que comunicaban el salón a un pasillo que dirigía hacia el interior del castillo, se abrieron. Decenas de hombres con armaduras destrozadas entraron al recinto. Al toparse con el cadáver del general pararon en seco, luego repararon en la reina y finalmente en Vincent quien iba hacia la salida, ignorando lo que acontecía.

—¡Arréstenla! —ordenó una voz masculina. Era un soldado de La Rebelión de contextura fornida, un poco más alto que la mayoría.

Vincent detuvo su marcha al oír esa orden; aunque fingió que ella no le importaba, presintió la misma sensación que tuvo en su sueño, una de peligro y muerte. Leatitia por su parte frunció el ceño cuando notó que los soldados fueron hacia ella, la iban a apresar y no sabía la razón. Dio unos pasos hacia atrás hasta que chocó con alguien.

Un imponente conde se paró tras ella; sus ojos perdieron ese color plateado que los hacia lucir brillantes para quedar blancos en su totalidad. Gruñó, dejando ver sus filosos dientes, adquiriendo una espeluznante expresión. Tomó a Leatitia del brazo y la empujó hacia atrás para protegerla.

—Vete —ordenó, viéndola de reojo sobre su hombro. Su voz era gutural, parecía la de un monstruo.

La reina no dijo nada, sólo se limitó a retroceder. Los soldados los fueron rodeando, apuntando sus lanzas al conde quien se las arrebató. Con sus garras salientes, el inmortal tomó algunos por el cuello o la cabeza para arrancarles la vida sin la menor compasión.

El mensaje de los Siete [IyG II] ©Where stories live. Discover now