El sitio al que arribaron era irreal, un cañón natural rodeado de un bosque cuyos arboles eran tan altos como la montaña más ponderosa, enredándose entre sí, formando laderas que llegaban a lo más alto de las paredes rocosas. Tenía gran diversidad plantas, en su mayoría flores y pequeños animales que convivían con la gente que habitaba allí. La bruma, igual que en el otro bosque, estaba al nivel del suelo pero un poco más clara, dándole un toque de ensueño.

Las casas de los lugareños se ubicaban entre los grandes árboles o junto a ellos, alzándose algunas hasta las copas. Lo particular de los habitantes era su pulcra presencia, siendo delicados en su forma de moverse. Eran leunurians de todos los géneros y edades, conviviendo en un sitio donde perpetuaba la paz, sin murallas o soldados que los protegieran ya que era un lugar neutral, ajeno a la guerra.

Las nueve personas que llegaron por aquel portal, bajo la vista de los aldeanos, caminaron a paso firme, contemplando como algunos entrenaban por mero gusto, destacando con el arco y las lanzas, espectáculo que no duró mucho debido a la visita inesperada. A medida que se adentraban, la gente analizaba con más preocupación la situación de aquellos prisioneros. Receloso, Alexander no dejaba de mirarlos aunque le encantó aquella raza que vivía tan tranquila a pesar de las asechanzas de la guerra.

Por otro parte, André se distrajo viendo a los niños que jugaban, no a la guerra ni nada, solo jugar a perseguirse o a capturar mariposas, pero esa contemplación no duró mucho ya que poco a poco se aproximaban a la fortaleza amurallada, embebida en una montaña inclemente ante la vista de cualquiera.

—Es la primera vez que vienen a Nerel, creo —comentó Ginabe de forma burlona.

Los dos prisioneros de inmediato la vieron de reojo, asombrados pues no creían lo que acababa de decir. Solo esperaban, en especial André, que a pesar de todo los llevaran ante la reina Lyan.

La fuerte muralla de rocas blancas, era custodiada por varios guerreros con armaduras plateadas, tan perfectas y relucientes que parecían de cristal. En lo alto del muro fortificado abundaban los arqueros, mientras que en la zona baja dominaban los lanceros y escuderos, guardias de porte intimidante por la forma sincronizada en la que se movían cuando recibían una orden.

Estando frente a las puertas de la fortaleza, Ginabe se acercó a un guardia de cabellera corta rubia quien portaba una armadura dorada, diferente a la de los demás, con detalles de hojas verdes que rodeaban una media luna, tallada en el pecho de su peto.

—Solicitó entrar —enunció, tomando firme posición frente al guarda.

—¿Motivo? —consultó, viéndola inexpresivo.

—Dos prisioneros de alta peligrosidad, buscados por el ejército de las once provincias.

Ante ello, luego de una rápida inspección a los presos, el guerrero pidió a dos soldados que lo acompañaban en su turno de vigilancia, que abrieran las enormes puertas que resguardaban a Nerel.

El castillo ubicado en la parte más alta de la montaña defendida por la gran muralla blanca de Enlen, estaba construido in situ —entre la montaña—, aunque varias torres rebasaban la altura. Su fachada era la misma naturaleza que se colaba entre las paredes, enredaderas de plantas y flores de colores vivos, únicas en esas tierras.

La ciudad delante de aquella edificación era militarizada; los leunurians adentro de la fortaleza se entrenaban para la guerra. No había niños, solo soldados, tanto hombres como mujeres. No era enorme pero si lo suficiente para albergar a miles.

El grupo siguió su trayecto entre el boscoso lugar. Al igual que afuera, las casas estaban hechas entre los árboles o los muros rocosos de la montaña. No tuvieron que andar mucho ya que una carroza los esperaba para ir hasta el castillo a lo alto.

El mensaje de los Siete [IyG II] ©Место, где живут истории. Откройте их для себя