8. Lyan de Tarlezi [Prt. I]

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—Usted qué cree —bufó la Intérprete con indignación, emitiendo una mueca de desagrado.

Apoyó los codos en sus piernas para luego descansar el mentón entre sus manos entrelazadas. Viendo hacia el suelo, se distrajo con los trazos en tinta dorada en el piso de mármol, líneas curvas que formaban una especie de enredadera, como ramas de árboles.

—Sé que no es fácil llevar un poder que temes que se te salga de las manos. Aún no lo usas porque sabes lo que implica utilizar cada ayuda que el libro te puede brindar.

—Los recuerdos que mi madre ha dejado en el libro me dijeron que usted me daría las respuestas para encontrar la solución a ello, para evitar que el libro me consuma —declaró André, aun cabizbaja, reflejando desasosiego en su mirar.

—Tu enojo ante lo que tienes que hacer, irá cambiando a medida que encuentres lo que tu abuelo ha ido buscando durante casi toda su vida —comentó Lyan, consiguiendo que la joven de inmediato la enfocara con los ojos bien abiertos.

—¿Entonces usted sabe? —preguntó, anhelando que la respuesta fuera sí.

—Por algo estás aquí y el hecho que no intervenga en los intereses del libro no quiere decir que sea indiferente a lo que éste planea hacer. —La reina hizo una pausa mientras dirigía la mirada hacía el vano de la puerta que quedó destruida, a sus espaldas—. Ya no hay tratado además —indicó, con una leve sonrisa.

André se avergonzó por ello, agachando la cabeza en respuesta; era la culpable de que ese tratado estuviera roto.

—Lamento eso —murmuró, apenada, apretando los dientes de momento.

—Si no lo hubieras hecho no podría darte las respuestas a lo que estás buscando —explicó Lyan, sonriéndole de forma maternal—. ¡Cio!

Pasados unos segundos, apareció una joven leunurian de rubia cabellera como la reina, de ojos azules grisáceos. Era alta, delgada, con ciertos rasgos delicados parecidos a Lyan.

—Ella es mi hija —indicó la soberana, haciendo un ademán a la doncella que acababa de entrar para que se acercara. André enseguida se puso de pie.

Cabizbaja y sin expresión alguna en su rostro, la joven princesa fue ante su madre, posicionándose a su lado. Lyan la recibió tomando sus manos, dedicándole una amplia sonrisa. Cio le correspondió del mismo nuevo, para luego volver a mostrarse impasible.

—Pásame el collar, querida —le pidió a su hija.

La doncella se le acercó y la abrazó fuerte, susurrándole algo al oído en voz temblorosa. Lyan se sorprendió por el gesto inesperado de su hija que correspondió a los pocos segundos, estrechándola con animosidad.

La princesa se apartó de su madre; sus ojos se empañaron, a tientas de liberar un par de lágrimas, sin embargo, su expresión era firme indicando lo contrario. Escondido entre las sedas ocres de su vestimenta, se quitó un collar plateado con un dije con tres corazones, que unidos por las puntas parecían un trébol de tres hojas. Se lo entregó a Lyan para luego retomar su posición a la diestra del trono.

André que observaba atenta la situación, sintió un vacío en el pecho, ya que le recordaba aquel momento vivido con su madre Ariadna. Fue inevitable que un nudo en la garganta se presentase, queriendo devolver el tiempo para pasar más tiempo con ella.

—Hay cinco reinos a los cuales el Primer Intérprete Reconocido estipuló ser los primeros en ser parte del tratado. Iban a ser solo esos cinco, pero la guerra dejó tantas naciones destruidas y a muchos sin un hogar que dispuso a seis más. —Lyan jugueteaba con el collar entre sus manos, viendo con detalle el dije cada que caía en su palma—. Fuimos llamados en un principio Los primeros cinco; el Intérprete escogió a quienes gobernarían esas naciones, las otras fueron reyes voluntarios que aceptaron resguardar a los damnificados, a cambio de la magia que el Intérprete ofrecía. Leren, Grant Nalber, Borsgav, Kuon y Sanalevi fueron Los primeros Cinco.

—¿Pero para qué los escogió? —preguntó André, tornándose pensativa.

—El libro, es obvio. —La Intérprete frunció más el entrecejo en señal de no comprender, por lo que Lyan procedió a explicarle—. El Primer Intérprete Reconocido nos pidió que para ser parte de ese tratado, debíamos comprometernos a no hablar del verdadero propósito de ese gran ejército. A parte de La Rebelión, existió primero el Cuartel Murder; éramos nosotros encubiertos, buscando desde ese entonces esto. —Lyan alzó el collar, cogiéndolo con dos dedos—. Cógelo. —Se lo pasó a André quien lo recibió como el objeto más delicado jamás tomado.

—¿Qué es esto? —preguntó, admirando con detenimiento el collar.

—Como bien sabes, el libro se autodestruye cuando alguien lo usa para el mal. Así mismo opta por quitarse fragmentos impregnados de ese mal para estar limpio. Pero lo que sucede es que cuando se arranca una hoja completa del libro, no se manifiesta como un poder que pasa por generaciones como la magia o los elementalistas, sino como un objeto, uno que contiene un poder aún más grande y destructivo.

—Pero si buscaban esos objetos para evitar su poder destructivo, ¿por qué el nombre de El Cuartel Murder? —preguntó la Intérprete un poco enojada, temiendo descubrir algo que para nada le agradaría.

—Porque el objeto, para sellar su poder, necesita un sacrificio y éste lastimosamente es la muerte. —Le fue inquietante escucharlo, incluso para la princesa Cio—. Es por eso que el Cuartel Murder incluso es temido al ser nombrado y escuchado. Éramos nosotros mismos queriendo controlar algo peor.

—¡Crearon Las Once Provincias como una fachada para algo tan repulsivo! —exclamó la Intérprete, advirtiendo acusadora a la reina. Se levantó de repente del suelo, provocando que ambas mujeres se sobresaltaran por su impulsividad—. ¡Fingieron dar paz y protección, pero en realidad lo hacen para ver qué pueblo devastar y borrar del mapa!

—El Intérprete lo último que quería era hacer eso. El Intérprete también hacía su sacrificio —explicó la reina, tratando de calmar a la enardecida joven que caminaba de un lado a otro, agarrándose con frustración el cabello.

—¡¿De qué vale portar este objeto si lo que causa es destrucción?! —recalcó. Se fue agitando, observando colérica a la reina Lyan—. ¡¿De qué sirve buscar solución a una catástrofe si el libro sigue destruyendo al Intérprete?! ¡¿De qué sirve esta porquería si lo único que causa es muerte?! —gritó fuera de sí.

El lugar de repente tembló. La ropa de André ondeaba como si el viento le soplara bajo los pies. En sus manos y espalda un humo denso se presentó como el de una hoguera apagada.

—¡Calmate! —ordenó Lyan parándose de su trono. Tanto ella como su hija quedaron estupefactas por su explosiva reacción.

—¡¿Cómo quieren que me calme?! ¡Ustedes no tienen que cargar un maldito libro que te muestra cada dos segundos el dolor que han vivido muchos, ordenándote todos los días que destruyas todo!

André caminaba de un lado a otro, cada paso que daba se volvía cada vez más pesado, el suelo se agrietaba con cada zancada y el humo que invadía su cuerpo se volvía más denso. Apretaba con furia el collar entre sus manos, queriendo usarlo para devastar todo a su paso, pero su mente luchaba para que se tranquilizara, conteniéndose de no hacer una locura.

—Dices que no quieres dañar a nadie pero mirate ahora —acusó la princesa Cio quien la reina Lyan refugiaba a sus espaldas.

André se detuvo al escuchar esas palabras. Alzó sus manos para verlas, solo que el humo no le distinguirlas. Las bajó, notando enseguida lo que había hecho cada pisada suya en el suelo de mármol. Se aterró por lo que inconscientemente ocasionó, cerró los ojos, negándose a ello. Se mandó de nuevo las manos a la cabeza, aferrándose el cabello con desesperación, queriéndoselo arrancar.

—¡¿Por qué me tiene que pasar esto a mí?! ¡No sé controlarlo! ¡Esto no puede estar pasando! —espetó, desesperada, con la voz enronquecida.

Cayó al suelo de rodillas, produciendo otro breve temblor cuando hizo contacto, agrietando la superficie de manera irreal, peor que cuando daba zancadas. El techo se sacudió desprendiendo polvo, parecía que un gigante se hubiese acabado de sentar allí.

El mensaje de los Siete [IyG II] ©Where stories live. Discover now