11 | Me llaman Rabia.

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Me muero de ganas de quejarme; quiero decirle que no estoy de acuerdo con su forma de ver las cosas, porque no puedo escribir nada acerca de Noah que sea más interesante que lo que ya he puesto en el artículo, pero me he esforzado tanto por conseguir esta plaza que no me atrevo a mediar esas palabras.

Primero dejé que el chico bailarín hiciese el segundo punto de mi lista, luego me pasé más de dos horas atiborrándole a preguntas y terminé quedándome en vela toda la noche; me niego a permitir que todo ese trabajo se vaya al traste.

—¿Cuánto tiempo tengo?

Su pálido y arrugado rostro se frunce en una sonrisa. El señor Miller tiene la cintura apoyada sobre el escritorio, y me observa con los brazos cruzados.

—El que precise. Aunque confío en que no la necesitará, dispone de la ayuda de todos los miembros de la redacción. Tiene un puesto en el equipo.

En cuanto escucho esto, todo lo demás pasa a un segundo plano.

—¿De verdad? —indago, emocionada. No soy capaz de creérmelo.

El hombre asiente con la cabeza.

—Se lo ha ganado. Sin embargo, tal y como le he dicho antes, no publicaré nada de su autoría hasta que considere que es suficientemente bueno. Si he tomado la decisión de incluirla en mi departamento, es porque creo que tiene potencial. No haga que me arrepienta de ello.

Me levanto de un salto. De repente, estoy tan eufórica que me entran ganas de ponerme a chillar como una desquiciada.

—No lo haré —le aseguro, mientras contengo el impulso de lanzarme a abrazarlo. Apuesto a que me pondría una denuncia o algo parecido—. Gracias, gracias, gracias.

El señor Miller me hace un gesto para quitarle importancia al asunto.

—No es nada. Solo intente traerme el artículo antes de que acabe el curso. —Señala la puerta del despacho con la cabeza—. Ahora márchese. Tengo cosas que hacer.

Su tono de voz, que es amargo y aburrido, me hace sospechar que podría cambiar de idea en cualquier momento. Temiendo que me quite aquello que tanto ansiaba, musito un último agradecimiento antes de abandonar el despacho. Me siento orgullosa de mí misma, estoy emocionadísima, y siento la enorme necesidad de ir a contarle esto a todo el mundo para que lo celebren conmigo.

No obstante, en cuanto pongo un pie en el pasillo y mis ojos recaen sobre la persona que está esperándome allí, la realidad me golpea como si se tratase de una pared de hormigón.

Borro mi sonrisa.

—Eh, hola. —Noah Carter levanta la mirada de sus zapatillas al oírme llegar. Yo hago el intento de huir, como es habitual, y echo a andar por el pasillo. Por desgracia, tarda poco en llegar a mi lado—. ¿Va todo bien? Ayer estuve hablando con tu amigo, Wesley, y me dijo que hoy ibas a enseñarle el artículo al señor Miller. Por eso estoy aquí. Quería saber cómo han ido las cosas. Ya sabes: porque escribiste sobre mí y eso.

Le echo un rápido vistazo de reojo. No sé si él lo habrá notado, pero vislumbro una clara mejoría en su aspecto. Las ojeras han ido, poco a poco, desapareciendo de su rostro; y ahora el chico que me acompaña me parece tan atractivo como aquel día, cuando le vi bailando desde mi ventana.

Aun así, vuelvo la vista al frente de inmediato. No quiero que me pille observándole y llegue a conclusiones precipitadas. Sobre todo después de que mi plan, que con tanto ahínco había maquinado, haya quedado hecho pedazos.

Hay dos cosas que me impiden alejarme de Noah Carter: la primera, que necesito una exclusiva, y la segunda, que parece decidido a seguirme a todos lados.

Mi conquista tiene una lista | EN LIBRERÍASWhere stories live. Discover now