6 | No te mueras todavía.

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Niego lentamente con la cabeza. Tenía pensado ponerme a investigar esta mañana, pero apenas he pensado en el periódico desde lo de anoche. Ya he desperdiciado uno de los siete días que el señor Miller me dio para escribir el artículo, y estoy empezando a agobiarme. El único candidato que creía tener ahora está fuera de mis posibilidades.

—No muchas.

—Podrías preguntarle a Kira —me sugiere—. Ella conoce a todo el mundo. Seguro que sabe decirte sobre quién podrías escribir el artículo.

El simple hecho de escuchar su nombre ya hace que me entren ganas de ponerme a despotricar en voz alta. Logro controlarlo, por suerte, y agrando la sonrisa para que Wesley crea que voy a hacerlo. Supongo que es una buena idea, aunque lo que menos me apetezca ahora mismo sea volver a ver a ese problemático ser humano.

—Lo haré. —En cuanto veo cómo mi amigo abre la boca, me imagino cuáles van a ser sus próximas palabras. Decido adelantarme para que no desperdicie saliva—: No te preocupes, Wesley. No se me olvidará hablarle también sobre ti. Puedo contarle miles de cosas fascinantes. ¿Qué te parece si incluyo lo de los pedos del sobaco?

Estoy bromeando. Él lo sabe y decide seguirme el juego.

—Seguro que eso despertaría sus sentimientos por mí.

—Sentimientos como el asco, por ejemplo.

—O la admiración.

—No te olvides de mencionar la repugnancia.

—Deja de meterte conmigo —se queja, dándome un suave golpe en el hombro. Estoy a punto de decir algo, cuando Wesley continúa hablando—: Tengo examen en diez minutos y quiero aprovechar lo que queda de recreo para estudiar. ¿Te importa si seguimos discutiendo luego?

Sus palabras consiguen sonsacarme una sonrisa. Me llevo una mano a la frente y golpeo el suelo con el pie derecho, imitando el saludo de los militares. En cuanto me ve, el chico hace lo mismo.

—Que se reparta suerte y no justicia —me refiero al examen, ya que estoy completamente segura de que no ha estudiado nada.

—Amén, hermana.

Me rio, aunque él sigue andando hasta que desaparece de mi campo de visión. Entonces, miro alrededor y descubro que el pasillo, en donde antes había tres o cuatro grupos de amigos, ahora está completamente vacío. A excepción de mí.

Trago saliva. Ahora que Wesley se ha ido, me siento como un pobre perrito sin hogar que no sabe a dónde ir. El corredor es un sitio de paso, por donde seguro que camina gente con la que no quiero encontrarme, así que quedarme aquí está completamente descartado. Por otro lado, la idea de adentrarme en los confines de la cafetería me parece aterradora.

Sobre decir que no pienso salir a esa jungla de balones, testosterona y humanos a la que la gente de por aquí llama patio de recreo. Ni loca.

Al final, como decido que lo mejor es no quedarme parada, me giro y echo a andar hacia la zona Norte del instituto. Mis últimas tres clases de la mañana están por allí, así que tendré una excusa si algún profesor me pilla vagando sola por los pasillos. Con esto en mente, camino distraída, observando las hileras de taquillas azules que llenan las paredes, y empujo con ambas manos la puerta que parte el corredor del centro en dos.

Mis problemas empiezan justo entonces: cuando se escucha un crack seguido de un golpe, porque la madera de la puerta acaba de chocar contra algo que había al otro lado, y el pobre chico que ha sido víctima de mi ataque se cae de culo sobre las frías baldosas del pasillo.

Ay, Dios mío. Creo que acabo de matar a alguien.

—¡Lo siento, lo siento, lo siento! —chillo, llevándome una mano a la boca. El corazón ya me late muy rápido de por sí, pero la velocidad de sus latidos se descontrola por completo cuando distingo el rostro de la persona a la que acabo de noquear. Entonces, no sé si echar a correr, ponerme a llorar, gritar o suplicarle clemencia.

Mi conquista tiene una lista | EN LIBRERÍASWhere stories live. Discover now