31. Cónclave

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―Lo mejor será que paséis dentro ―dijo Elara―. Aquí estamos seguros, pero nunca se sabe.

El grupo penetró en la casa. A pesar del aspecto rústico del exterior, el interior era una mezcla de cosas antiguas y alta tecnología. En un rincón había una pantalla y un procesador cuántico. Al otro lado, una lumbre con un fuego real que chisporroteaba con alegría. En el centro, una mesa de madera con sillas alrededor. Una escalera de caracol subía a la buhardilla.

Elara colgó una tetera de un gancho y esta quedó suspendida encima del fuego.

―Sentaos ―dijo Haldeck.

―¿Os apetece un té? ―preguntó Elara.

Todos asintieron menos Señor, que levantó una mano.

―A mí no me gusta, señora ―dijo.

―¿Un vaso de leche?

Los ojos del niño se iluminaron.

―¡Sí!

―Muy bien.

Al poco, cada uno ya tenía enfrente su taza humeante. Además, Elara puso una fuente con lo que parecían galletas caseras.

Durante unos segundos, comieron con calma. Luego, Haldeck, rompió el silencio.

―Bueno, mejor no demorarlo más. Señor...

―Hans.

―¿Cómo?

―El policía dijo que me llamo así. Hans. Lo he estado pensando y me gustaría que me llamarais por mi nombre real. Creo que me lo debía poner mi madre, porque es un nombre bonito. Aunque no la conocí nunca, me hizo este regalo. Ella quería que yo me llamara así. Y eso me hace feliz.

Haldeck frunció el ceño.

―De acuerdo. Hans será. ―Hizo una pausa―. Entonces, dinos Hans. ¿Qué pasó en comisaría? ¿Qué saben?

―Ese policía gordo, Banjo, me interrogó. Piensan que me prostituyo, pero eso no es cierto. Me creéis, ¿verdad? Una vez un hombre malo trató de abusar de mí, pero logré escapar. No me gustó lo que me hacía y no lo haría por dinero. Por eso aprendí a hacer figuritas. Os puedo hacer algunas si queréis. ¿Os gustan, verdad? Soy un artista. A la gente le gusta el arte porque explica algo. No es solo entretenimiento. Mis figuritas muestran el interior de las personas. Por eso me las compran.

―¿Y dónde quedo yo entonces? ―preguntó Mizar.

―El policía piensa que eres mi praxenetea. Eso dijo. Que te encargas de mi prostitución. Está detrás de eso. Quiere llegar a tu jefe, que yo te haga llegar a tu jefe para que él pueda pillarte.

―Pero yo no tengo jefe.

―Él piensa que sí, que formas parte de un grupo.

―¿Y cómo piensa pillarla? ―dijo Alcor, señalando a Mizar.

―Me dio esto.

Señor sacó el localizador que le dio Banjo de su bolsillo.

Las caras de pánico se dibujaron en el rostro de los cuatro adultos.

―Dame ―dijo Haldeck― agarrando al vuelo el extraño objeto.

El mercenario examinó el dispositivo detenidamente. Después, se levantó y fue hacia un pequeño armario al lado de la chimenea. Abrió el segundo cajón y sacó un conjunto de destornilladores microscópicos. Volvió a la mesa, se colocó unas gafas de aumento de visión y agarró uno de los destornilladores. Con paciencia, empezó a hurgar hasta que consiguió desmontar el pequeño artilugio. Durante un rato, examinó las piezas microscópicas y se las enseñó a DC4.

Bajo un cielo artificialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora