30. Al otro lado del muro

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A sus espaldas, los edificios gigantescos de metal y cristal empezaron a hacerse cada vez más pequeños, como una de esas postales que había visto en los museos de historia.

―¿A dónde nos llevas? ―preguntó Mizar.

―A un sitio tranquilo. ―El mercenario hizo una pausa―. Hay mucho de que hablar, ¿no?

―Supongo ―respondió esta.

―Tenéis que pensar bien vuestros próximos movimientos. No es que os quiera acojonar, pero...

―No hace falta que sigas ―le interrumpió Alcor―, a partir de este momento nos deben considerar terroristas. O sea que pueden hacer lo que les dé la gana con nosotras.

―Exacto ―dijo Haldeck―, y tienen mucha imaginación, créeme.

―Eso si nos cogen ―murmuró una voz de niño.

Todos se giraron hacia Señor.

―Claro ―dijo Mizar, pasándole una mano por el pelo―, pero eso no va a pasar, ¿verdad?

Los ojos de DC4 se iluminaron.

―Las posibilidades de que...

―Calla ―le cortó Miza.

―Este crío ha demostrado tener verdadero coraje ―dijo Haldeck―. Por no decir unos cojones como un toro.

―¿Qué es un toro?

―Un bicho muy grande y muy fuerte. Todavía quedan algunos.

Señor soltó una carcajada.

―Haré uno cuando tenga un alambre ―dijo. Luego añadió―: Me gusta Haldeck.

―Choca esos cinco.

Señor y Haldeck hicieron sonar las manos.

―¿Vamos muy lejos? ―preguntó Alcor.

―Lo suficiente como para que no nos moleste nadie ―respondió Haldeck―. Me la estoy jugando por vosotras. ―Hizo una pausa―. Esto digamos que lo hago gratis. Es como una especie de propina, porque me habéis caído bien.

―Muy generoso ―dijo Alcor con ironía.

―Ya te irás acostumbrando a Haldeck ―murmuró Mizar, es de lo más simpático.

Haldeck aceleró y el motor de fusión hizo que sus espaldas se pegaran a los asientos.

Mizar miró por la ventanilla y observó cómo, detrás del muro de contención, los altos rascacielos y el constante parpadeo de luces artificiales eran solo ya un puntito en la lejanía.

Poco a poco, el paisaje empezó a ser más sobrio y desolado hasta que se convirtió en una zona desértica. Era vasta y vacía. El sol brillaba intensamente, reflejándose en la arena. No había vegetación, solo dunas que se extendían hasta el horizonte. El viento moldeaba la arena, creando ondas en la superficie. El calor era sofocante, casi tangible. El silencio dominaba el paisaje, solo roto por el zumbido del Vórtex. Era un lugar olvidado, inhóspito y solitario.

―Nos dirigimos a la nada ―murmuró Alcor.

―Eso es lo que quieren que creamos ―dijo Haldeck―, pero hay vida más allá.

―¿Qué quieres decir?

―Les interesa que no pueda verse nada desde la ciudad, ni desde los edificios más altos.

―Porque no hay nada ―dijo Alcor―. Solo muerte.

―Te equivocas.

―¿Entonces?

Bajo un cielo artificialWhere stories live. Discover now