15. DÍA. En los confines de la ciudad

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Sábado por la mañana. Unos densos nubarrones tapaban el sol y daban a la ciudad una luz un tanto tétrica.
DC4 acompañó a Alcor hasta el parque y le hizo de vigía.
Alcor desenterró la caja metálica con dedos temblorosos. Cuando vio la nota doblada, el corazón se le puso a mil. La leyó del tirón. Cuando acabó, sonrió. Mizar. Así que su interlocutora también era una chica. Alcor sintió unas ligeras cosquillas en el estómago. Mizar le pedía que, si podía, respondiera al instante. Por suerte, Alcor había traído el bloc de notas. Así que se sentó en el banco y se concentró durante unos segundos. Luego empezó a escribir sin parar. Las letras le salieron como de una tubería reventada.
Cuando puso el punto final, dobló la hoja, le dio un beso y la puso dentro de la caja metálica. Se había pasado bastante, pero era lo que sentía: había abierto su corazón.
El robot la ayudó a enterrarla.
Después, emprendieron el viaje hacia los confines de la ciudad. DC4 había concertado una cita con lo desconocido. Un encuentro al que no podían faltar si querían resolver ese misterio.
El N11 los transportó hasta el límite sur. En esa zona, se encontraban las viviendas más pobres.
Al bajar del autobús, Mizar comprobó horrorizada la suciedad que se amontonaba por encima de las aceras. En el suelo, había colillas de cigarro, papeles grasientos utilizados para envolver hamburguesas y döners, y latas de cerveza y de coca-cola.
Empezaron a andar en silencio. DC4 iba delante, concentrado en orientarse en aquel espacio desconocido.
Al poco, Alcor se puso a su lado.
―¿Crees que es peligroso? ―preguntó.
―Puede, aunque no debería. Las cámaras de seguridad están para garantizar eso, ¿no?
―Supongo. ¿Está muy lejos?
―Unos 10 minutos.
―Pues, vamos.
Cruzaron una calle. Casi no había circulación a esas horas de la mañana. Los pocos coches que se movían eran modelos viejos. Paradójicamente, su línea era de lo más extravagante. Cuando se estandarizaron los vehículos sin conductor, los diseñadores trataron de hacer algo futurista, pero el resultado fue la estética de una película de ciencia ficción que hubiese envejecido mal.
A medida que se alejaban de la parada de autobús, las calles se volvieron más oscuras y estrechas. Estaban entrando en el barrio chino de la ciudad. Alcor empezó a ver farolillos de colores que se extendían de lado a lado de las calles. Los supermercados y los puestos de comida emanaban un olor delicioso. Alcor estuvo tentada de detenerse y comprar unos fideos, pero al final no lo hizo. Era mejor resolver el asunto por el que habían venido cuanto antes mejor.
DC4 la condujo hasta una callejuela sin salida. Avanzó unos pasos y se detuvo.
―¿Estás seguro de que es aquí? ―preguntó Alcor.
DC4 asintió.
―Al fondo, a la derecha.
Caminaron hasta lo que parecía un antiguo negocio de productos mecánicos. La persiana estaba bajada y, por la suciedad acumulada, debía llevar cerrado mucho tiempo.
―No parece haber nadie.
DC4 disminuyó la intensidad de sus ojos.
―No comprendo. Las coordenadas que me dio Xylsqig coinciden con este sitio exacto.
Alcor empujó la persiana con los dedos, pero no se movió ni un centímetro. Tuvo que limpiarse la mugre con un pañuelo.
―Me parece que todo esto es una equivocación o una gran broma. Nos vamos.
―No, es aquí.
―¿Aquí? ¿Dónde?
DC4 caminó unos metros hasta sobrepasar la tela metálica, luego retrocedió. Cogió a Alcor de un dedo y la hizo avanzar.
―Aquí.
El dedo de DC4 quedaba a la altura de la rodilla de Alcor, así que tuvo que agacharse para mirar lo que estaba señalando el robot: una especie de trampilla.
―¿Esto? ¿En serio? ¿Qué diablos se supone que es?
―Una puerta.
Alcor la empujó con el pie, pero no se movió ni un centímetro.
―¿Me estás diciendo que tenemos que entrar por ahí como si fuéramos perros?
―Sí.
Alcor miró a su alrededor; la calle estaba desierta.
―Está bien, tú primero.
―De acuerdo.
El robot empujó la portezuela durante un buen rato, pero no se movía. Alcor se puso de rodillas y lo ayudó. Empujó con todas sus fuerzas hasta que los contornos empezaron a deslizarse con un chirrido metálico.
Sin pensarlo, el robot desapareció al otro lado. 
Alcor se quedó sola. Un escalofrío le recorrió la espalda. Miró a su alrededor: la calle seguía vacía. Empujó la superficie metálica con la mano y empezó a gatear hacia el otro lado.
Cuando la puerta se cerró a sus espaldas, se quedó a oscuras.
―DC, ilumina, por favor.
El robot dio potencia a la luz amarillenta de sus ojos. Delante de Alcor se dibujaron las tenues líneas de un corredor. Era estrecho, pero se podía avanzar a gatas. La cuestión era hacia dónde. Solo había una manera de saberlo.
Avanzaron durante un par de minutos en línea recta. Después, el suelo empezó a inclinarse hacia abajo.
El aire empezó a volverse caliente.
―¿Ves algo? ―le preguntó Mizar al robot.
―No, está demasiado oscuro.
Siguieron avanzando durante cuatro o cinco minutos más. A Alcor le dolían las rodillas; esperaba que no le quedaran marcas, si no, tendría problemas en el trabajo.
El túnel volvió a nivelarse.
Continuaron durante doscientos metros más, hasta que una tenue luz empezó a vislumbrarse al fondo. Eso les dio ánimos para seguir adelante.
―Vete con cuidado ―le dijo Alcor al robot―. No sabemos con lo que nos vamos a encontrar.
―Descuida.
El túnel desembocó en una especie de habitación. DC4 se hizo a un lado y Alcor metió la cabeza. Tenía unos seis metros cuadrados. Las paredes estaban pintadas de color negro. No había ningún tipo de abertura, ni nada que rompiera la monotonía de las superficies lisas. En el centro había una mesa con una silla, y encima de la mesa, un ordenador. La luz que desprendía la pantalla era la que se había colado por el corredor a través del cual habían llegado. No había ni rastro de ninguna persona.
―Esto es una tomadura de pelo ―murmuró Alcor.
―Hay algo escrito en la pantalla ―dijo el robot.
Con precaución, entraron en el espacio. La abertura del túnel quedaba a un metro de altura. Así que Alcor tuvo que bajar primera y coger en brazos al robot.
Avanzaron hasta la mesa. Alcor se sentó en la silla delante del ordenador con DC4 en su regazo. Sus ojos se fijaron en el mensaje escrito, pero era totalmente incomprensible:

Ñcpkylcac cl cqry fyzgryagól. Cl lsctc fnpyq qnlypá sly yjypky. Clrnlacq ñnbpáq qyjgp. Bczcpáq zsqaypkc cl cj Pcqryspylrc bc Yjbn.

Xylsqig

―¿Qué diablos significa esto? ―murmuró Alcor en voz baja.
―Es un mensaje para nosotros ―dijo el robot―. Debe haberlo dejado Xylsqig.
―Entonces, ¿no piensa presentarse?
―Quizás haya ideado esto como medida de precaución. Quizás nos esté observando en este momento. Puede que quiera ponernos a prueba para ver si somos de confianza.
Alcor echó un vistazo a su alrededor. ¿Cómo podía estar alguien observándolos si estaban en una habitación sellada?
―¿Tienes idea de qué significa esto?
―Es un mensaje cifrado.
―¿Puedes descifrarlo?
―No es mi especialidad, soy un robot de entretenimiento. Pero podría intentarlo.
―Por favor.
DC4 se quedó en silencio. En sus ojos se reflejaba el mensaje.
―¿Qué? ―preguntó Alcor al poco.
―Nada. Debe ser un algoritmo muy complejo.
Alcor se reclinó en la silla.
―¿Puedes seguir intentándolo?
―Por supuesto, pero podría tardar horas, días. Mi procesador no es especialmente rápido.
Alcor se pasó la mano por el pelo.
―Pero esto no tiene sentido...
―¿Por qué?
―Piénsalo, DC. Citas a alguien en un lugar concreto; aun así, dejas un mensaje indescifrable. Es absurdo.
―Puede.
―Quizás Xylsqig solo quería poner algún tipo de protección simple...
El robot inclinó la cabeza.
―Puede... Lo suficientemente complicada para que alguien que por error llegara hasta el mensaje no pudiera leerlo, no obstante lo suficientemente simple para que el destinatario pudiera resolverla.
―Exacto.
Los ojos de DC4 se iluminaron mientras se concentraba de nuevo en la nota.
Al poco, cabeceó.
―Tienes razón, es simple. Es un código simple.
―¿Lo has resuelto?
―Sí, es un cifrado Cesar de veinticinco desplazamientos.
―Cesar, ¿cómo la ensalada?
―Sí.
―En qué consiste.
―Cada letra está desplazada veinticinco posiciones. Por ejemplo, la letra a se convierte en y. Aparte de la precaución, supongo que quería asegurarse de que venía.
―¿De que venía quién?
―Yo. ―DC4 hizo una pausa―. Es decir, una inteligencia alternativa.
―Un robot.
―Sí.
―Muy bien, robot, y qué diablos dice el mensaje.

Permanece en esta habitación. En nueve horas sonará una alarma. Entonces podrás salir. Deberás buscarme en el Restaurante de Aldo.

Zanuski

―¿Zanuski?
―Ese es el nombre real de Xylsqig...
―Pues a mí me parece igual de irreal. ―Alcor se pasó una mano por el pelo―. Diez horas.
―Sí.
―Eso significa que se hará de noche.
―Sí.
―Que Zanuski quiere que nos saltemos el turno y salgamos de noche.
El robot la miró.
―¿Te atreves?

Bajo un cielo artificialWhere stories live. Discover now