26. DÍA. PI8

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Alcor salió de su celda. La agarraban por los brazos, de manera que no tenía más remedio que seguir a ciegas el camino marcado. Eran manos duras, musculosas, incapaces de ajustar su fuerza a los finos brazos de Alcor.

Caminaron doscientos metros, después se detuvieron y oyó cómo se abría una puerta.

Entraron en una estancia desconocida donde los guardias la acomodaron en una silla metálica. Acto seguido, el sonido de sus pasos se alejó y la puerta se cerró tras ellos.

Estaba sola.

De pronto, una voz inundó el espacio.

―Puedes quitarte la capucha.

Alcor obedeció.

Miró a su alrededor. Se trataba de una celda aséptica, con las paredes lisas y sin ningún tipo de ventana. A un lado había un mueble con ruedas y una especie de ordenador con electrodos. Delante de ella, un panel ocultaba el origen de la voz.

―Bien ―dijo esta desde el otro lado―, podemos hacerlo de la forma corta o de la larga. ¿Qué prefieres?

―La corta ―dijo Alcor.

―Perfecto, demuestras inteligencia con tu decisión. ―La voz hizo una pausa―. Empecemos. ¿Qué hacías fuera de tu turno?

―Me perdí.

La voz hizo una pausa, como si estuviera esperando una aclaración más, pero Alcor no dijo nada.

―¿Qué hacías en los barrios pobres? ―continuó la voz―. Tu familia tiene dinero.

―Estaba dando una vuelta.

Se produjo otro silencio tenso.

―No eres el primer caso, ¿sabes? ―arremetió de nuevo la voz.

―No sé a qué te refieres.

―Hija de político que acaba siendo una antisistema. La historia está llena de casos como el tuyo.

―¿Mi padre ha sido informado?

―Sí.

―Entonces estáis muertos.

―El señor Block ha encargado específicamente que te interroguemos. Quiere llegar al fondo de la cuestión. Saber si todavía es posible salvarte o si estás demasiado metida en la mierda.

―Ya.

―La cuestión es, entonces, Alcor, la siguiente: ¿te llega ya la mierda al cuello?

Hasta este momento, Alcor había pensado que interactuaba con una inteligencia alternativa, pero esa respuesta la había desconcertado. ¿Había alguien detrás del parapeto? ¿Estaban jugando con ella?

―No sé de qué me hablas ―dijo―. ¿Tenéis una orden judicial?

―No es necesaria. Además, este es un interrogatorio preliminar.

―Tengo derecho a un abogado. Los policías que me detuvieron lo dijeron.

―Todo a su debido tiempo.

Alcor deseó insultar a la voz, aunque la posibilidad de pelarse con una máquina la detuvo.

―Te daré un rato para pensar.

Inmediatamente, las luces se apagaron.

«Qué gilipollez», pensó Alcor. No iba a cambiar su discurso solo porque la dejaran a oscuras.

Entonces, empezaron a sonar gritos. Primero eran lejanos, pero poco a poco se fueron acercando. Gritos espantosos de gente sufriendo. Niños, adultos, viejos. Se acercaban tanto que Alcor tenía la impresión de que estaban a su lado. O en la celda de al lado, no lo tenía claro. Se acercaban y se alejaban, pero nunca mucho.

Bajo un cielo artificialWhere stories live. Discover now