Capítulo 29.- He Looks so Perfect

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Nada como levantarse cada mañana, apretar lo que tienes entre tus brazos y no sólo sentir su dulce aroma, si no darte cuenta que es esa persona, que tanto te gusta, durmiendo a tu lado con una tranquilidad tan profunda, que celebras ser tú la causa.

Bueno, esos días se convirtieron en un recuerdo y Eduardo lo sabía.

Viejo, ¿sabes que le pasa a nuestro muchacho? —preguntó la Señora Peña, quien se asomaba por el pasillo a la cocina.

Ni idea, pero esos atracones y mal humor no es buena señal. ¿Habrá terminado con la novia que tenía en secreto? —susurró, observando a su hijo comerse una cubeta de pollito frito entera. Nunca lo había visto tragar de esa manera; no parecía si quiera masticar.

Lalo estaba que se lo llevaba el diablo, tenía demasiado tiempo sin poder estar no sólo con sus amigos por culpa de la fachada que tenían con las novias, sino con James. En ese momento, de únicamente pensar en él, ahogó un leve sollozo, metió su cabeza en el bote de comida y gimoteó un:" Estoy enculado".

Sus padres entraron entre gritos preocupados, causando una afeminada exclamación a Lalito, quien tembló al sentirse atrapado en los brazos de ellos. Quería reclamarles, pero sólo salían sonidos agudos e inentendibles.

No te preocupes mi chiquito pichoso, ella no te merece. Eres demasiado hombre para la rompehogares.

—Gorda, no le andes diciendo esas cosas al niño, si termina regresando con ella...

—Nada de regresar con ella. Mi Lalito no es plato de segunda mesa, es la entrada principal, la especialidad de la ca...

—¿De qué diantres están hablando? —preguntó genuinamente confundido—. ¿De qué novia hablan?

—Pues, pues, la que tenías pero ya no tienes y por eso lloras. —tartamudeó su madre nerviosa.

—Mamá, no tengo novia —respondió rojo de vergüenza, desviando la mirada—. ¿Qué chingados? —se quejó al ver cómo su padre le daba dinero a su mamá.

Con esa boca no me vas a andar besando, escuincle —reprendió la señora, mientras guardaba el efectivo—. ¿Tienes problemas con James?

Cuando una mamá sabe, sabe. Aunque Eduardo no lo sabía y su confusión era clara.

—Yo sospechaba que algo sucedía con ese jovencito, la forma en que te miraba era tan obvia y tú estabas tan feliz. Tu padre insistía que sólo eran amigos, que seguro tenías novia, hasta cierto punto casi me convence, pero gané la apuesta.

—¿Y no les molesta? —dijo con sorpresa, extrañeza, un sinfín de sentimientos mezclados; incluso un puchero comenzaba a marcarse. Lalito estaba tan frustrado, que esto ya no era un sueño, sino un trabajo donde le quitaban todo.

Sus padres sin pensarlo le abrazaron y consolaron. Eduardo se sentía tan seguro entre los grandes brazos de ambos, como si lo quisieran animar después de ser el niño que sacaron del festival de primavera. No, peor, como si se hubiese mudado de país y perdiera a la gente que quería. Era una sensación tan rara y sin sentido para él, pues seguía estando con sus compañeros, pero algo había cambiado.

—Seré bruto para estas cosas —comenzó diciendo su padre—. Pero los Peña, somos tan cabrones, que nada ni nadie nos detiene para buscar la felicidad. Si yo me robé a tu madre, chingo a mi madre si no te animo a hacer lo mismo con ese muchacho.

—¿Me robaste? Por dios Rogelio, si mis padres nos acompañaron al aeropuerto —dijo entre risitas.

—Cielos, mujer. Déjame animar a nuestro niño —se quejó tan avergonzado—. Lo que quiero decir es, nunca de los nunca te odiaremos por ser feliz.

PerdidosWhere stories live. Discover now