Capítulo 6.- I want Candy

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Do es ese niño que te hace decir: "Conozco a un chico duro que es dulce". Era estricto, duro y no perdonaba ni un solo error a pesar de ser amateurs, actitud que ayudaba a sus compañeros a percibirse invencibles.

Los chicos se preparaban para ese gran día. Sentían que iban a llenar todo un estadio, y mañana iban a dar todo.

—Y un, dos, tres...Mierda, Diego. ¿Acaso estás manco? —le gritó Do a su amigo.

Todos se quedaron en un sepulcral silencio, incluso podían oír cómo Lucas sorbía sus mocos.

—Lo siento, eso fue insensible —balbuceó Do, con las orejas rojas.

—Estás... ¿bien? —preguntó Bruce.

Habían sido días intensivos de no descansar, y aunque los chicos tenían el lujo de no rayar en la excelencia en otras áreas de sus vidas, la historia de Do era diferente.

Sus ojeras se veían pronunciadas, su piel lucía pálida y sin brillo, además de que su cuerpo temblaba por el exceso de cafeína. No pudieron evitar preguntar cuántas horas había estado durmiendo.

Do entre balbuceos, recapituló su horario de clases, momentos de hacer la tarea, sus prácticas con el violín y piano, a parte de los entrenamientos, perdió la cuenta de los minutos libres que tenía para poder descansar.

—Estás siendo increíblemente irresponsable —le reprendió Bruce, tomándolo de la mano para llevarlo al sofá.

—Duerme, tú y yo nos sabemos la coreografía de memoria. Me encargaré del resto del día. Si no descansas, mañana podrías fallar —intervino Eduardo.

Do dudó por unos momentos, pero su cansancio era tal, que Bruce fácilmente pudo empujarlo para recostarlo, y aunque el pequeño intentaba renegar, su cuerpo pesaba al punto de sentir que se desmayaría; incluso trató de protestar, sin embargo, sólo le salía un inentendible coreano.

—¿Todo bien, muchachos? ¿Cómo van? —llegó Jeffrey con una charola.

El hombre no los desatendía, y aunque podía pagar a sus sirvientes para atenderlos, prefería ser él, quien pudiese llevar las bebidas y bocadillos.

Jeffrey al notar cómo el más pequeño de todos se quedaba profundamente dormido, dejó a un lado la bandeja, se acercó y tocó su frente, preocupado de que tuviese fiebre o algo, debido a la pálida apariencia que tenía el menor.

—Debo hablar con sus padres definitivamente —pensó en voz alta, notando lo agotado que estaba el niño.

—¿Sabe cómo es su hogar? —preguntó Diego.

Todos notaban que Do tenía moretones inexplicables, sobre todo en sus manos. Intentaba ocultarlo con benditas o vendas, con el pretexto que fueron ensayando. Pero Jeffrey imaginaba la realidad. Debía cuidar a sus muchachos.

—Tómense un receso para hacer sus deberes, debo hacer unas llamadas —contestó, evadiendo un poco la pregunta.

Los muchachos asintieron, cada uno yendo por su mochila. Aunque trabajaban para ser famosos, la escuela seguía presente.

—Señor ...—llamó Diego con cierta inseguridad. Incluso cuando el hombre volteó a verle, éste escondió su mirada. No sabía bien cómo preguntarle.

—¿Quieres mi respuesta sincera? —Sonrió con suavidad, arqueando sus cejas. Su mano pasó a su espalda y le palmeó. Podía leer perfectamente cuál era la duda del jóven.

—¿Lo será? —dijo dudoso. Le daba miedo ser lastimado. Estos meses tanto con él como con Eduardo, habían sido crueles, aunque sentía algo de seguridad al ver cómo siempre los defendía.

PerdidosUnde poveștirile trăiesc. Descoperă acum