Capítulo 2.- Haru Haru

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고생 끝에 낙이 온다

(gosaeng kkeute nagi onda)

-El placer llega al final de la dificultad-

El proverbio que día a día se repetía Do-Yun. Ser hijos inmigrantes estaba lejos de ser fácil por las expectativas a cumplir. No existía menos que la perfección, pues ser el primogénito, parecía ser más un castigo y no una recompensa de los dioses. Citando a Do-Yun, era: Un rotundo asco.

El padre del niño le hacía el favor de permitirle estudiar música, con la condición que fuese clásica, algo útil para el mundo real.

Piano, violín, violonchelo e incluso flauta son algunos de los instrumentos que sabe tocar, sin embargo, él no se quedó con eso. Su oído se agudizó, al punto de poder sacar partituras de cualquier melodía, además que poco a poco pudo comenzar a aprender a bailar, pues los compases le eran fáciles de identificar. Estaba preparándose para ser el mejor, aunque fuese a escondidas. Y para suerte suya, su madre le apoyaba tanto como podía.

Días antes su padre leía el periódico, donde pudo ver el anuncio; al menos de reojo identificó lo que decían las enormes letras rojas. Apenas tiraron el diario, lo recogió para leerlo. Al darse cuenta de esa oportunidad, entrenó más duro en esos momentos libres, para decirle a su madre su deseo de ir, y mostrarle lo preparado que estaba.

—¿Trece años y sabes hacer todo eso? —preguntó Diego bastante sorprendido, aunque pensaba que tal vez por la edad, exageraba sus aptitudes.

—¿Qué es eso que te dio tu mamá? —dijo Eduardo, curioso por el amuleto. Llevaban un par de horas platicando, y apenas había tomado la confianza de preguntar.

—Oh, es una Norigae, un amuleto que suele usar mi mamá en un traje típico, es para la buena suerte.

—Mi mamá me dio una virgencita —presumió Eduardo con cierta emoción de no ser el único "bobo" con un amuleto.

—La mía me dio un medallón de San Juditas, no sé qué me trata de decir —resopló Diego, sacando el pequeño talismán.

—¿Por qué lo dices? —preguntó curioso el niño.

—Es el patrono de las causas difíciles o desesperadas —contestó Eduardo, intentando no reírse.

—Esa mujer...—refunfuñó apenado.

—¿La puedes culpar? Después que te explotó el horno...

—¡¿Que te explotó qué?!—jadeó Do-Yun impresionado, pero antes de recibir respuesta, le llamaron al gimnasio.

Había sido tan amena y agradable la plática, que no se habían dado cuenta que estaban frente a la puerta.

Do-Yun se sobresaltó. Su fría seguridad se iba desmoronando, y un ligero temblor recorrió su cuerpo hasta que Diego le rodeó con un brazo, recordándole lo genial que era mientras alzaba su pulgar. Por un segundo se imaginó que así sería tener hermanos mayores o amigos. No tenía experiencia en ese tipo de cercanía, y no le molestaba.

El niño asintió, dedicándole una tonta sonrisa que encogía más sus ojos.

Los muchachos lo vieron entrar, y con el de seguridad haciéndose "menso", lograron asomarse un poco, no sólo para ver al niño, sino para echarle porras. Muy en sus adentros imaginaban que sería un acto algo torpe por su edad. No estaban acostumbrados a ver gente tan joven bailando y cantando, lo más cercano era Timbiriche, y así que digan, wow qué coreografías tienen, pues no.

—A su ver...

—Oh por dios —balbuceó Diego, quien cubrió la grosera boca de Eduardo.

Ambos veían la audición del pequeño con la mandíbula descolocada. No podían creer el control tan exacto que tenía su cuerpo; moviéndose al ritmo de Candy Girl de New Edition, lograba mostrar sus ágiles pies con esos saltos y vueltas. ¿Y su voz? Era la de un niño, dulce y melodiosa, pero todavía le faltaba un poco. Con algo de trabajo, seguro podía ser el siguiente ídolo adolescente, aunque los comentarios de los presentes no fueron los mejores.

PerdidosWhere stories live. Discover now