Capítulo 1.- ¡MBOP!

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La vida no debe tener sentido alguno, sólo sonar y sentirse bien; por más pegajosa, cansada y repetitiva que sea nuestra existencia, queremos ser ese One Hit Wonder. Esperen, ¿quién está escribiendo esto? Claro que no queremos ser un solo éxito, queremos ser EL éxito.

Todos buscamos eso. Cambiar la historia y ser conocidos, mientras hacemos lo que más adoramos hacer y ser.

En la radio suena a todo volumen "Step by Step" de los New Kids on the Block, que muy pese a tener unos años de haber salido, seguía retumbando en los coches, centros comerciales e incluso en los barrios marginales, donde una vieja y desgastada boombox hacía temblar el suelo de Los Suburbios, un lugar a tres estaciones del metro de la Gran Ciudad.

—Ed, Ed...— Se escuchó apenas la joven voz.

No sólo la música estaba demasiado fuerte, sino que Eduardo se encontraba muy concentrado en su baile. Su cuerpo se contorneaba, las rodillas se flexionaban ágilmente y sus palmas chocaban al ritmo en una perfecta coreografía.

Diego, quien intentaba llamar a su amigo, estuvo a punto de maldecir, pero la música comenzó a poseerlo. No podía evitar mover su cadera, bajaba y subía su cuerpo al ritmo del R&B, ambos coordinándose de una forma monstruosa.

Viéndolos, uno sólo podía imaginar que eran un par de pubertos que aspiraban a ser bailarines, sin embargo, la pasión por la música llegó un escalón más arriba, obligándolos a cantar y armonizar torpemente. ¿Había gallos? Sí, pero para el oído inexperto, tenían voz.

En cuanto comenzaron a cantar, Eduardo se dio cuenta de la presencia de su amigo, y lo que iba a ser un melisma, se convirtió en un grito de terror.

—Ay, hijo de...—logró jadear, tomando su pecho.

Diego sacó una fuerte carcajada, mientras apagaba la música. No esperaba sorprenderlo así.

—¿De qué te ríes tú? —resopló tembloroso de la vergüenza de ser vistos.

A pesar de estar en la calle, por decirlo de alguna forma, ambos tenían su escondite para bailar y cantar. Pues por más que un chico cantor y bailarín pudiese robar los suspiros de las chicas, esto era la realidad, donde de maricón no te bajaban y las palizas abundaban. Por ende, ese tramo de callejón entre baldíos, era su lugar seguro de los bravucones.

—Lo siento, lo siento. Perdón por llegar tarde, y es que... ¿Te suena el nombre de Jeffrey Rock? —preguntó Diego. Su sonrisa era tan amplia que dejaba ver esa dentadura casi igual de blanca que su tez.

—¿Jeffrey? ¿La versión atractiva del Sr. Barriga de Los Suburbios?

—No, el caníbal de...—corrigió sarcásticamente, hasta percatarse de la descripción de su amigo—¿Cómo lo describiste? —Parpadeó confundido.

—Ser hombre no me impide reconocer cuando alguien es bonito —balbuceó torpemente, intentando que la saliva no se le atorara en la garganta.

—Bueno, pensándolo bien, creo que sí tiene algo que...

—¿Qué hay con él? —interrumpió Eduardo, queriendo contener una suave risa por cómo había puesto a pensar a su amigo.

—Ah, sí, sí, sí —contestó energéticamente, extendiendo el periódico en su mano—. Alguien usará sus millones para crear al siguiente New Kids on the Block —jadeó por la emoción, agitando el pedazo de papel—. Son audiciones, serán en la Gran Ciudad, y estaba pensando que...

—¿Audicionar? —susurró. Sus ojos brillaban como un par de canicas de la ilusión.

—¿Qué dices? —insistió Diego, moviendo sus cejas. Mordió su labio inferior conteniendo esa tonta sonrisa, y grito, qué quería salir por sólo imaginarse en un escenario.

PerdidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora