—¿Dónde estamos?

—Donde los corazones dejan de pensar y se concentran en latir —fue lo que me dijo en medio del mar. Ese día me vendó los ojos y me dijo—: Este día te quiero solo para mí. No quiero a nadie. Solo quiero que estemos tú y yo, y que nos olvidemos del mundo, y bueno... yo quiero concentrarme en tu cuerpo. Hoy quiero ser tu lienzo y la pintura... usa tu creatividad Soph.

Sentí sus dedos acariciándome el abdomen y me guió hacia el sitio donde estaríamos.

Era jueves por la tarde.

Eran las cinco y estábamos en la lancha de su amigo Andrew.

Solo ella y yo. Julie había tomado clases y sabía manejar botes, de hecho, lo hacía varias veces a la semana para irse a nadar con el equipo en mar abierto. Pero esa vez me había llevado a mí.

—Este es mi sitio de paz y quiero compartirlo contigo... quiero que hoy solo seamos tú y yo. Que apaguemos las luces del mundo y que... —Me quitó la venda de los ojos—: ¿Ves todo esto? Es la inmensidad. Es mi sitio favorito, o lo era antes. Porque ahora mi lugar favorito es cualquiera en el que estés junto a mí.

Dejó de hablar y lo siguiente que sentí fueron sus labios sobre los míos y sus manos desesperadas quitándome la ropa.

Estábamos lejos del mundo exterior, lejos de cualquier cosa que pudiese hacernos daño y se sentía bien.

Sus labios recorrieron mi espalda, mientras mis dedos querían descubrir nuevos rincones de su piel dibujando en ellos todas las poesías que nunca me atrevería a escribirle.

—Te amo —fue el primer te amo, pero no fue suficiente—: Te amo, princesa. Te amo más allá de lo que parece posible.

Y la amé de verdad, la amé por encima de cualquier miedo, de cualquier duda, de lo que pasaría mañana, o del después.

Ese día me di cuenta de que conocí al amor capaz de desarmar cualquier imposibilidad. Al amor que te llena el alma y te demuestra que quedarte sin respiración no está tan mal. Y eso hicimos... hicimos el amor, porque nunca se trató de sexo. Ella para mí iba por encima de un acto de excitación. Le entregaba mi alma en pedazos, le entregaba mi vida diez mil veces, porque era suya. Todo lo que tuviera siempre sería suyo, lo quisiera o no. Lo que saliera de mí, cualquier cosa que proviniera de mí estaría conectado con Julie de alguna manera. Porque mi alma se había conectado a la suya. Y eso sería así hasta la eternidad. Lo sabía al verla, al sentir su piel, al consumirla en cientos de orgasmos, para besarla mil veces y decirle: quédate. Pero de nada servís que se lo pidiera, cuando una parte de mí estaba atraída por la muerte. Cuando en lo más profundo de mí, anhelaba morir.

—Soy tuya —exclamé—: y puedes hacer conmigo lo que quieras.

Volvió a besarme y se montó sobre mí, mientras mis manos recorrían su cuerpo. Me besó hasta desgastarme la piel y me sentí poderosa, como si el amor fuera capaz de reconstruir mis pedazos rotos y hacerme sentir que lo puedo todo.

No sé cuántas veces nos amamos, pero la oí gemir sobre mi oído. La oí suplicarme que no parara, que siguiera, la oí llegar al extasis y temblar mientras mi cuerpo se aferraba al suyo, fusionándose. Porque es que... era ella. Ni siquiera entiendo cómo vive tantos años sin su amor.

—¡Ahora vamos a nadar! —Cogió mi mano y ambas nos lanzamos al mar.

Una vez dentro, allí en mar abierto, juntas y sin miedo... sin miedo a nada que no fuera perdernos, entonces fue ella quien habló:

—Eres lo mejor que me pasó en toda mi vida, Sophia, y quiero que sepas que no me arrepiento de mi vida contigo. Me arrepiento de no haberte conocido antes.

—Yo...

—Hoy no quiero que hables, hoy quiero que me sientas, que sientas que te amo, pero sobre todo: que AMO amarte.

Y las palabras le dieron cabida a los besos y nadamos un rato, pero mi miedo a que viniera un tiburón nos hizo subir rápido a la lancha y allí continuamos con una tarde de deseo. Una tarde en la que la descubrí mirándome como si fuera a perderme y entendí que le lastimaba, a ella le dolía mi dolor.

El capricho de amarteМесто, где живут истории. Откройте их для себя