2 | Devuélveme mi guarda-pelotas.

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Lo primero que pienso en cuanto le veo abrir la boca es que está a punto de volver a gritar. Por suerte, no lo hace. En su lugar, se limita a juntar las cejas, como si estuviese replanteándose mis palabras.

—¿Es un guarda-pelotas, dices? —me pregunta. Yo asiento con la cabeza.

—Así es.

El niño se cruza de brazos. Algo en su postura me dice que las cosas están a punto de empezar a irme mal.

—Entonces, lo siento, pero me lo quedo.

Enarco las cejas. ¿Cómo, cómo, cómo?

—¿Disculpa?

—Ha caído en mi patio, así que ahora es mío. Lo siento. Además, justo necesitaba uno.

Vuelve a intentar cerrarme la puerta en la cara, pero utilizo el pie para evitarlo. No puedo creerme que me esté diciendo esto.

—¡Pero no puedes usarlo! —replico a toda prisa—. Es un juguete de... niña.

Tom junta las cejas. Son oscuras, como su cabello, que le tapa casi toda la frente.

—Mi madre dice que no hay juguetes de niños y de niñas. Son todos para todos.

Maldigo entre dientes. Ha tenido que tocarme una familia moderna.

—¿Y no te ha dicho tu madre que no está bien quedarse con cosas que no son tuyas?

Debo de haber formulado la pregunta correcta, ya que consigo dejarle sin palabras. Observo con el corazón en un puño cómo se lleva una mano a la barbilla, pensativo. Necesito que deje de discutir y me haga caso de una maldita vez. Tengo que recuperar mi sostén antes de que su hermano mayor venga a preguntar qué está pasando.

—Está bien —responde, aunque se ve que le cuesta ceder ante lo que le pido—. Iré yo, pero voy a cerrar la puerta —añade, amenazante.

La felicidad que siento en ese momento no es poca. Sin embargo, prefiero tragármela y dejar las celebraciones para luego, cuando haya recuperado lo que es mío.

Levanto las manos por encima de la cabeza, para darle a entender que estoy de acuerdo.

—Cómo quieras.

—Ahora vuelvo.

Dicho esto, Tom consigue —por fin— cerrar la puerta. A continuación, le escucho corretear hasta el fondo de la casa. Soy lo suficientemente desconfiada como para creer que, en realidad, todo ha sido una farsa y no piensa devolverme mi sujetador. Solo espero que, cuando lo vea, se dé cuenta de lo que es realmente y no tenga tanto interés en quedarse con mi guarda-pelotas.

Si no, estaré perdida.

Por suerte, el niño tarda poco el volver. La puerta se abre de pronto, dejándome ver el rostro contrariado del pequeño de los Carter. Está tapándose la nariz con una mano, mientras sujeta algo brillante con la otra. Frunzo el ceño al darme cuenta de que ese algo es un tenedor, en cuyas púas alguien ha atado las tirantas de mi sostén.

—¡Esto no es un guarda-pelotas! —exclama entonces, sosteniendo el artilugio lejos de su rostro. Es como si le diese asco tocarlo.

Sé que no debería reírme, pero la situación me parece tan ridícula que me resulta imposible retener una carcajada. Me tapo la boca con la mano para que no vea que estoy mofándome a su costa. Por suerte, Tom únicamente le presta atención a la prenda.

—¡Es un sujetador! —chilla. Luego, me lo tiende. Está repugnado—. Toma. ¡Qué asco! Encima está mojado. ¿Las chicas sudáis por las...?

Abro mucho los ojos y le arrebato el sostén antes de que pueda terminar la pregunta. No voy a dar explicaciones sobre la intimidad del sexo femenino. Menos aún a un niño de seis años.

Mi conquista tiene una lista | EN LIBRERÍASWhere stories live. Discover now