2 | Devuélveme mi guarda-pelotas.

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—¿Quién eres? —repite el niño.

Volver a escuchar su voz consigue sacarme del estado de shock en el que estaba sumiéndome. Algo se enciende en mi cabeza, y rápidamente pienso en que seguramente el chico bailarín sigue dentro de la casa. Que no haya venido a abrirme la puerta no significa que no se le pueda ocurrir pasar por aquí en cualquier momento.

Debería acabar con esto cuando antes, porque lo último que me gustaría ahora mismo es tener que encontrarme con él.

—Me...me llamo Abril. Soy tu nueva vecina. Vivo al otro lado de la calle —le respondo al niño, tratando de sonar tan dulce como puedo. Él se limita a observarme—. He venido porque necesito ayuda. Resulta que se me ha caído una... cosa, ahí, en tu patio. Es muy especial para mí y necesito recuperarlo. ¿Qué te parece si me dejas ir a por ella? Te prometo que solo tardaré un par de minutos.

A pesar de que termino la frase esbozando una sonrisa de oreja a oreja, por dentro estoy muriéndome de nervios porque necesito oír ya cuál es su respuesta.

Pero el niño cambia bruscamente de tema.

—No sabía que teníamos nuevos vecinos —murmura. Luego, me pregunta—: ¿Es una pelota?

Enarco las cejas.

—¿Qué?

—Lo que se te ha caído —vuelve a decir. El interés es notorio en su voz—. ¿Es una pelota?

La ansiedad me revuelve el estómago. ¿Qué digo ahora?

—No exactamente —dudo a la hora de continuar—: Es más bien... Un guarda-pelotas. Sí, eso. ¿Puedo entrar a por él, por favor?

De inmediato, me felicito mentalmente por haber sido tan ingeniosa. Debo admitir que he definido bastante bien el término.

No obstante, el pequeño no debe de estar muy conforme con mi respuesta, porque tiene cara de estar a punto de decirme que no. El problema es que yo he venido a recuperar lo que es mío, y no pienso dejar que un niño se interponga en mi camino. Antes de que le dé tiempo a responder, doy un paso adelante. Estoy a punto de cruzar el umbral, cuando el pequeño me cierra la puerta en la cara.

Por suerte, los pocos reflejos que tengo me salvan esta vez. Evito velozmente que la madera me ropa la nariz, e introduzco el pie entremedio para impedir que él eche el cerrojo.

—Lo siento, pero mi madre dice que no puedo dejar entrar a extraños en casa —dice, como si acabase de entrar en modo piloto automático.

—Pero yo soy tu vecina —discrepo, mostrándome tan amable como puedo.

—Eso es mentira. Nunca antes te había visto. ¡Eres una extraña! Y quieres entrar en mi casa. Vas a robar mis juguetes. Vete ahora mismo o llamaré a mi hermano mayor. —Su amenaza consigue ponerme los pelos de punta. Como para reafirmar lo que acaba de decir, se da la vuelta y grita—: ¡Noah, una extraña quiere robar mis juguetes!

El corazón me da un vuelco. Creo que sé a quién está llamando, y no me gusta en absoluto. Tengo que solucionar esto. Ya de ya.

—Vale, vale —digo rápidamente. Luego, me agacho para quedar a su altura y le toco el brazo. El niño se vuelve hacia mí—. ¿Cómo te llamas?

Frunce el ceño, desconfiando. Pero responde de todas formas.

—Tom.

—Está bien, Tom. —Interiormente, cruzo los dedos porque necesito que acepte mi próxima propuesta—. Hagamos un trato. Entras tú, vas a por mi guarda-pelotas y me lo traes. Mientras tanto, yo te esperaré aquí. Fuera de tu casa. Lejos de tus juguetes. Y todos felices. ¿Qué te parece?

Mi conquista tiene una lista | EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora