Cap 39

4 1 0
                                    


La mirada de Sophie se posó en Anadil y se le revolvió el estómago. Su libro de cuentos favorito terminaba con una bruja dentro de un barril lleno de clavos puesto a rodar, hasta que lo único que quedaba de ella era un brazalete hecho de huesos de niños. Ese brazalete adornaba la muñeca de su compañera de cuarto.

—Sí que conoce las historias de brujas, ¿no? —Anadil se echó a reír socarronamente—. La abuelita estaría orgullosa.

Sophie miró un póster que había arriba de la cama de Dot. Un hombre atractivo vestido de verde gritaba mientras el hacha de un verdugo cortaba su cabeza.

—Papi me prometió dar el primer hachazo —comentó Dot.

Sophie observó horrorizada a sus tres compañeras de cuarto.

Ellas no necesitaban leer cuentos de hadas, porque venían de allí.

Habían nacido para matar.

—Princesa y Lectora —advirtió Hester—. Los dos peores defectos que puede tener un humano.

—Ni siquiera los Siempres la quieren —dijo Anadil—. De lo contrario, las hadas ya habrían venido a buscarla.

—¡Tienen que venir! —gritó Sophie—. ¡Yo soy buena!

—Te quedas con nosotras, tesoro —observó Hester, mientras ahuecaba la almohada de Sophie de una patada—. Así que, si quieres seguir viva, será mejor que te adaptes.

¡Adaptarme a unas brujas! ¡Tratar con caníbales!

—¡No, escúchenme! —suplicó Sophie—. ¡Les digo que yo soy buena!

—Eso sigues repitiendo. —En un instante, Hester la aferró de la garganta y la inmovilizó sobre la ventana abierta—. Y sin embargo no tienes pruebas.

—¡Hago donaciones de corsets a viejas sin hogar! ¡Voy a la iglesia todos los domingos! —gritó Sophie, a punto de ser arrojada al vacío.

—Mmm, no veo ningún hada madrina —indicó Hester—. Vuelve a intentar.

—¡Les sonrío a los niños! ¡Le canto a los pájaros! —Se atragantó Sophie—. ¡No puedo respirar!

—Tampoco hay ningún príncipe azul —observó Anadil mientras la sujetaba de las piernas—. ¡Última oportunidad!

—¡Me hice amiga de una bruja! ¡Soy así de buena!

—Ningún hada a la vista —Anadil dijo a Hester mientras la levantaban entre las dos.

—¡Es ella la que debe estar aquí, no yo! —gimió Sophie.

—Por qué será que el Director trae a estos ejemplares inútiles a nuestro mundo —siseó Hester—. Solo puede haber un motivo: es un estúpido.

—¡Pregúntenle a Agatha, ella les dirá! ¡Ella es la villana!

—Ahora que lo pienso, Anadil, nadie nos dijo cuáles son las reglas —comentó Hester.

—Así que no pueden castigarnos por romperlas —opinó Anadil, sonriente.

Entre las dos levantaron a Sophie por encima del borde.

—Uno —anunció Hester.

—¡No! —chilló Sophie.

—Dos...

—¿Quieren pruebas? ¡Voy a darles pruebas! —gritó Sophie.

—¡Tres!

—¡MÍRENME A MÍ Y MÍRENSE USTEDES!

Hester y Anadil la soltaron. Atónitas, se miraron unas a otras y después a Sophie que, encorvada en la cama, no paraba de sollozar.

—Te dije que era una villana —trinó Dot, mientras mordía un caramelo.

Se oyó un bullicio afuera de la habitación y las chicas se acercaron a la puerta. Esta se abrió de golpe e irrumpieron tres lobos, que las tomaron del cuello y las guiaron hacia un tropel de alumnos de túnicas negras. Los estudiantes se empujaban y daban codazos; algunos se caían y no podían volver a levantarse en medio de la muchedumbre. Sophie se pegó a la pared para salvar su vida.

—¿Adónde vamos? —le gritó a Dot.

—¡A la Escuela del Bien! —respondió Dot—. Para la ceremonia de bienven... —En eso, un muchacho con aspecto de ogro le dio una patada para empujarla.

¡La Escuela del Bien! Llena de esperanza, Sophie siguió a la espantosa muchedumbre escaleras abajo, mientras se arreglaba el vestido rosa para su primer encuentro con sus verdaderos compañeros de clase. Alguien la tomó del brazo y la arrojó contra[...]


La escuela del bien y el malDonde viven las historias. Descúbrelo ahora