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Sophie abrió los ojos y se encontró flotando en un foso de olor nauseabundo, repleto hasta el borde de un espeso fango negro. Una siniestra pared de niebla la rodeaba por todos los costados. Intentó hacer pie, pero no pudo; se hundió y tragó lodo por la nariz, que le quemó la garganta. Mientras intentaba respirar, encontró algo a que aferrarse: era el cuerpo de una cabra a medio comer.

Jadeando, trató de alejarse a nado, pero no podía ver ni siquiera a pocos centímetros. Oyó gritos arriba y levantó la mirada. Percibió movimientos fugaces, y a continuación, decenas de pájaros óseos atravesaron la niebla y arrojaron al foso a multitudes de niños que no paraban de chillar.

Luego los gritos fueron reemplazados por el ruido de chapuzones, y llegó otra oleada de pájaros, y luego otra, hasta que el cielo quedó repleto de una lluvia de niños. Sophie vio que uno de los pájaros descendía en picada a buscarla y ella se dio vuelta bruscamente, justo a tiempo para recibir una enorme salpicadura de lodo en la cara.

Se limpió el lodo de los ojos y, cuando los abrió, se encontró frente a frente con un niño. Lo primero que vio era que no tenía camisa. Su pecho era raquítico y pálido, sin ningún atisbo de músculos. En su cara pequeña sobresalía una nariz larga, dientes puntiagudos y pelo negro que caía sobre unos ojos redondos y brillantes. Parecía una comadreja siniestra.

La escuela del bien y el malWhere stories live. Discover now