Capitulo 8

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Para la hora del crepúsculo, los niños ya estaban encerrados en sus casasdesde hacía un buen rato. A través de los postigos de sus habitacionesvieron a sus padres, hermanas y abuelas que, armados con antorchas, rodeabanel bosque siniestro, desafiando al Director a cruzarsu círculo de fuego.Sin embargo, mientras los niños, temblorosos, apretaban los tornillos de susventanas, Sophie se preparaba para aflojarlos. Quería que este secuestro fuera lomás práctico posible.Encerrada en su habitación, preparó sus horquillas, pinzas y limas de uñas, yse dispuso a trabajar.Los primeros secuestros habían ocurrido dos siglos atrás. A veces raptaban ados niños, otras veces a dos niñas, y en algunas ocasiones, a uno de cada uno. Lasedades también eran variables; uno de los secuestrados podía tener dieciséisaños y el otro catorce, o quizá los dos tener doce años. Sin embargo, si bien alprincipio las elecciones parecían hechas al azar, pronto fue evidente que todoslos secuestros eran parecidos. Uno de los niños era siempre hermoso y bueno, elhijo que todo padre quería tener. El otro era feo y raro, un paria desde que nacía.Una pareja de opuestos, en su juventud más plena, desaparecíamisteriosamente.Claro está, los aldeanos culparon a los osos. Que nadie hubiera visto jamás unoso en Gavaldon era motivo de más para empeñarse en encontrar uno. Cuatroaños después, cuando desaparecieron otros dos niños, los aldeanos admitieronque tendrían que haber sido más específicos y declarar que los osos negros eranlos culpables, osos tan negros que se confundían con la noche. Sin embargo,cuando los niños siguieron desapareciendo cada cuatro años, la aldea concentrósu atención en los osos excavadores, luego en los osos fantasma, y luego en ososdisfrazados... hasta que fue evidente que no se trataba de osos.Y mientras los aldeanos, desesperados, elaboraban nuevas teorías (la «Teoríadel tubo del desagüe», la «Teoría del caníbal volador»), los niños de Gavaldoncomenzaron a percibir algo sospechoso. Al mirar las decenas de pósteres deniños desaparecidos que se publicaban en la plaza, las caras de esos niños yniñas les parecían curiosamente familiares. Entonces abrieron sus libros decuentos, y allí encontraron a los niños secuestrados.Jack, desaparecido hacía cien años, no había envejecido nada. Y aquí estabaen el libro, pintado con el mismo pelo despeinado, hoyuelos rosados y sonrisatorcida que hacía suspirar a las niñas de Gavaldon. Solo que ahora tenía unaplanta enorme en su jardín y debilidad por las habichuelas mágicas. Mientrastanto, Angus el gamberro pecoso de orejas puntiagudas, que había desaparecidojunto con Jack el mismo año, se había transformado en el gigante de orejaspicudas y pecas que vivía en la punta de la planta de habichuelas de Jack.Ambos habían encontrado la manera de llegar a un cuento de hadas. Sinembargo, cuando los niños de la aldea expusieron su «Teoría del libro decuentos», los adultos respondieron como suelen hacerlo: les dieron unapalmadita y volvieron a concentrarse en sus teorías de tubos de desagüe ycaníbales.Después, los niños les mostraron más rostros conocidos. Secuestrada hacíacincuenta años, la dulce Anya ahora aparecía sentada sobre unas rocas bajo laluz de la luna, en un dibujo de La Sirenita, mientras la cruel Estra se habíaconvertido en la artera bruja del mar. Philip, el honrado hijo del cura, era ahoraEl sastrecillo listo, mientras que la presuntuosa Gula asustaba a los niños comola Bruja del bosque. Muchísimos niños, secuestrados en parejas, habíanencontrado una nueva vida en el mundo de los libros de cuentos. Uno comorepresentación del Bien, y el otro, del Mal.Los libros provenían de la tienda de libros de cuentos del Sr. Deauville. Elnegocio estaba situado en un viejo rincón, entre la panadería de Battersby y elPickled Pig Pub. El problema, claro está, era de dónde sacaba el Sr. Deauvillelos libros de cuentos.Una vez por año, una mañana cualquiera que él no podía prever,cuando el Sr.Deauville llegaba a su trabajo, descubría que había una caja de libros dentro desu tienda. Cuatro flamantes cuentos de hadas, una copia de cada uno. El Sr.Deauville colgaba un letrero en la puerta de su tienda, que rezaba: CERRADOHASTA NUEVO AVISO. Luego se encerraba en su despacho, día tras día, para copiara mano los nuevos cuentos, hasta que obtenía una cantidad suficiente de librospara todos los niños de Gavaldon. En cuanto a los misteriosos originales,finalmente aparecían una mañana en el escaparate de la tienda: era la señal deque el Sr. Deauville por fin había finalizado su agotadora labor. Cuando abría lapuerta, había una fila de cinco kilómetros que cruzaba la plaza, seguía entre lasladeras de las colinas y rodeaba el lago, repleta de niños sedientos de nuevoscuentos, y de padres desesperados por ver si alguno de los desaparecidos habíallegado a los cuentos de ese año. 

La escuela del bien y el malDonde viven las historias. Descúbrelo ahora