Capítulo 29

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—¡Ahhh, ese pase para el Metro Floral! —dijo Agatha con tono irónico. Enterró las manos en los bolsillos—. Acérquense y les mostraré.
Las niñas se acercaron con desconfianza. Mientras tanto, las manos de Agatha buscaban una distracción: fósforos... monedas... hojas secas...
—Eh, acérquense más.
Las niñas, murmurando entre ellas, se amontonaron.
—No es tan pequeño —resopló Beatrix.
—Se encogió con el lavado —explicó Agatha, mientras buscaba entre más fósforos,
chocolate derretido, un pájaro sin cabeza (Muerte los escondía en su ropa)—. Está por aquí, en algún lado...
—Es posible que lo hayas perdido —dijo Beatrix.
Bolas de naftalina... cáscaras de maní... otro pájaro muerto...
—O lo pusiste en otro lugar —dijo Beatrix.
¿Y si les mostraba el pájaro? ¿O el fósforo? ¿O encendía el pájaro con el fósforo?
—O nunca dijiste la verdad.
—Ah, ya lo tengo...
Pero lo único que tenía Agatha era un sarpullido nervioso en el cuello.
—Ya sabes lo que les ocurre a los intrusos, ¿verdad? —amenazó Beatrix.
—¡Aquí está! —¡Haz algo!
Las niñas se arremolinaron, amenazantes.
¡Haz algo ya mismo!
Agatha hizo lo primero que se le cruzó por la cabeza y rápidamente lanzó un sonoro pedo.
Una distracción eficaz crea caos y pánico. Agatha tuvo éxito en ambos sentidos. Un
olor nauseabundo se esparció por el estrecho pasillo: las niñas huyeron en estampida y las hadas se desmayaron al olfatear el aire, dejando el camino hacia la puerta libre. Solo Beatrix le obstruía el paso, demasiado horrorizada para moverse. Agatha se acercó a ella como si fuera un lobo.
—¡Bu!
Beatrix huyó para salvar su pellejo.
Agatha corrió hacia la puerta, mirando para atrás y viendo con orgullo cómo las niñas
chocaban contra las paredes y se pisaban unas a otras para huir. Decidida a rescatar a Sophie, arremetió contra las puertas esmeriladas y corrió hasta el lago. Pero apenas llegó, el agua se alzó en una ola gigante y, con un estruendo, la devolvió a través de las puertas, en dirección a las chicas que chillaban, hasta que aterrizó boca abajo en un charco.
Tambaleando, se puso de pie y quedó petrificada.
—Bienvenida, nueva princesa —la saludó una ninfa flotadora de más de dos metros de estatura, mientras se movía hacia un costado para dejarle ver un vestíbulo tan magnífico que Agatha se quedó sin aliento—. Bienvenida a la Escuela del Bien. Sophie no podía soportar el hedor del lugar. Mientras avanzaba tambaleando por la fila, la mezcla de tufo a cuerpo sucio, piedra mohosa y lobo fétido le provocó náuseas. Sophie se paró en puntas de pie para ver hacia dónde se dirigía la fila, pero lo único que alcanzó a ver fue un desfile interminable de frikis. El resto de los alumnos la miraba con odio, pero ella les respondía con su sonrisa más amable, no fuera cosa que se tratara de una prueba. Tenía que ser una prueba, un error, una broma o algo así.
Se dirigió a un lobo gris.
—No es mi intención cuestionar su autoridad, pero ¿podría ver al Director? Creo que él... —El lobo rugió y la bañó en saliva. Sophie no insistió.
Junto a la fila descendió a una antesala más baja, donde tres sinuosas escaleras de caracol negras se alineaban una junto a la otra. Una de ellas, con monstruos tallados en madera, tenía escrito MALDAD a lo largo del pasamano; la segunda, decorada con grabados de arañas, decía TRAVESURA, y en la tercera, adornada con serpientes, se leía VICIO. Alrededor de las tres escaleras, Sophie vio que las paredes estaban cubiertas por marcos de diferentes colores.

La escuela del bien y el malWo Geschichten leben. Entdecke jetzt