Al llegar, ambas se dispusieron a buscar los objetos de la lista sin haber cruzado palabra una sola vez.

En medio del trajín de mover cajas y organizar cosas, Dhalia se tomaba un momento de vez en cuando para observar a Leyla, con una mirada penetrante y curiosa apenas disimulada. Cada vez que sus ojos se encontraban, Leyla podía sentir la intensidad de su mirada, como si estuviera escudriñando algo más allá de las apariencias.

Finalmente, después de un momento de silencio tenso, Dhalia rompió el aire con su pregunta.

—Leyla, ¿por qué has cambiado tu manera de hablar? —inquirió, sin dejar lugar a ambigüedades.

Leyla se detuvo en seco, sorprendida por la franqueza de la pregunta y el nivel de atención que Dhalia le estaba brindando. Un destello de defensiva cruzó sus ojos, y respondió evasivamente:

—No sé de qué hablas.

Dhalia no aminoró su intención.

—He notado el cambio en tu... ¿acento? Creo que así le llaman. No tengo intención de juzgarte, solo me intriga saber por qué lo haces.

Leyla desvió la mirada, sintiéndose incómoda. Por un momento, pareció considerar su respuesta antes de suspirar y ceder un poco.

—Tendré que hablar con Marco acerca de la lealtad hacia su familia y amigos.

—Marco no me ha contado nada —aseguró la mujer—. Estuve en su cabeza. Los recuerdos de sus vivencias me azotaban todos los días. Más cuando se iba a dormir — estiró la mano para alcanzar una caja de la estantería más alta, y hundió la cabeza en ella sin dejar de hablar—, siempre me saltaban imágenes de su subconsciente, y tu manera de expresarte no es la misma ahora que la que vi en esas memorias.

Leyla se agachó escudriñando en el interior de una caja de herramientas. Sopesó su respuesta un par de segundos, su cara no dejaba de mostrar consternación e incomodidad mientas se mordía el labio inferior.

Cuando se dispuso a hablar, Dhalia la interrumpió.

—Quizás tus motivos no sean relevantes para mí, Leyla, pero lo son para Marco. ¿Por qué sentir la necesidad de ocultar quién eres realmente? ¿Se trata de una inseguridad personal nacida de las burlas de gente sin cerebro? No vale la pena vivir la vida dentro de una farsa que limita tu expresividad y forma de ser.

Leyla se quedó en silencio, sintiendo el peso de cada una de las palabras de Dhalia como una losa sobre sus hombros. Se sentía incómoda, invadida y, en cierto modo, molesta por la incisiva indagación de la mujer.

—No es asunto tuyo, Dhalia —respondió finalmente, su voz sonando más fría de lo que pretendía—. No tienes por qué escudriñar en mi vida personal ni cuestionar mis decisiones —movió la caja sin medir la fuerza, haciendo un ruido metálico que rebotó con eco en las paredes de la bodega. Ella misma se sorprendió de la agresividad del gesto. Soltando un suspiro profundo, agregó—: es una larga historia. No es algo de lo que me guste hablar —dijo, con un tono cargado de tensión y reservas.

Dhalia, incapaz de medir la turbación del momento, continuó hurgando sin ningún tipo de tacto, siendo esta vez más directa.

—Explícame, ¿qué de malo tiene tu acento sureño?

Leyla se puso de pie con rudeza, de nuevo, sintiéndose irracional con sus reacciones. Se pasó una mano por el cabello, desviando la mirada hacia las cajas apiladas en el fondo del pasillo antes de responder.

—No tiene nada de malo en sí mismo —confesó con resignación mientras caminaba hacia aquellas cajas—. Es solo que... bueno, digamos que no encaja del todo con el ambiente de las ciudades. La gente tiende a juzgar y a tener prejuicios basados en estereotipos. Quiero evitar eso.

Dimensión en llamasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora