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Un cabello negro y lacio, muy particular, alcanza a verse entre la multitud

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Un cabello negro y lacio, muy particular, alcanza a verse entre la multitud. Y ese vestido ceñido en un tono rojo sangre le quita cualquier duda a Leon. Es ella.

De pronto el mundo parece detenerse y balancearse bajo sus pies y si no tuviera suficiente fuerza en las piernas está seguro que se habría caído: la mujer, con lentes de sol, también parece haberlo visto (o quizá todo fue planeado) y la oscuridad que ocultan sus ojos se hacen hacia un lado, revelando por fin la mirada castaña de Ada.

Leon quiere negarse a ello. Quiere pensar que todo es fruto de su imaginación porque en sus sueños sigue reviviendo su imagen, una y otra vez (hasta el día en que tomó una siesta a tu lado); las pesadillas de la vida de Ada escurriéndose de sus manos. Leon desea obligarse a creer que esta Ada es falsa.

Pero la multitud de gente que se abre paso entre ella, evitándola cuando se queda quieta para devolverle la mirada a Leon, le envía escalofríos por toda la espalda. 

No es su imaginación.

Se gira para verlas y balbucea las primeras palabras que se le ocurren antes de salir para alcanzar a la figura de Ada, que empieza a alejarse ya del cine. Sigue, apresurado, los pasos de Ada.

[...]

Cuando gira en la dirección que ella tomo, unas suaves y pequeñas manos lo jalan, para detener su andar. Podría reconocer ese toque, sedoso y cauteloso, aunque hubiera pasado una eternidad sin sentirlo.

—Leon —susurra Ada, cuando los dos están frente a frente. Sus manos viajan de los brazos de Leon hasta su pecho, donde descansan con las palmas abiertas; los lentes de sol cuelgan del pecho de su vestido. Uno sumamente parecido antes de que cualquier rastro suyo desapareciera, pero no es el mismo.

También lleva una gargantilla y unas medias negras que le cubren las largas piernas.

Leon quiere apartar la mirada de su figura. Quiere alejarla, también, confundido por todos los sentimientos que empiezan a formarse en su pecho.

Ada —jadea Leon, sin aliento. 

¿Está enfadado, está triste, está invadiéndolo la ira, el miedo o la incertidumbre?

Toma las manos enguantadas de Ada con las suyas y las aparta, con la esperanza de que ella no haya sentido sus latidos frenéticos y procura no juntar mucho sus muñecas, para evitar eso mismo. Siente que los ojos le arden y lágrima a lágrima va suspirando e intentando ordenar cada pensamiento extraño que surje en su mente.

—Tú estás muerta —de su voz sale un grito ahogado. 

Puede sentir a Ada.

Sus manos no son una ilusión, ni su mirada triste y desolada.

Sigue exactamente igual que hace un par de años, cuando la vio por última vez, aunque su cabello está más largo y la madurez de la edad le ha dejado huella. Ada siempre fue particularmente madura, sobretodo por los tres años de diferencia que hubo entre los dos. Ella también parece enterrarse en los rasgos más masculinos de Leon y en cómo los años lo han cambiado.

Pero sobretodo, cómo su partida lo cambió.

Leon es consciente de todo lo que tuvo que cambiar de sí. Es consciente de la musculatura que ganó, de la mirada seria, fría y dura que tuvo que crear, para sustituir los ojos inocentes y tontos del Leon de veintiún años: años y años entrenando con el propósito de centrarse en algo que no fuera trabajo, que pudiera mantenerlo ocupado de vicios y del recuerdo de Ada.

—Tú estabas muerta —el agarre en las manos de Ada se hace más fuerte, conforme la incertidumbre es reemplazada por enojo.

Los recuerdos que estuvo intentando ocultar en el bahúl de su mente, uno a uno van flotando en su mente y todo ello le arranca jadeos dolorosos. Quiere gritar. Leon tiene mucho miedo y desea huir.

Se siente igual de débil y diminuto, como cuando Ada rechazó su propuesta y como cuando luego se enteró de su supuesto fallecimiento.

Leon recuerda sin ningún problema los primeros días, cuando se refugió en el alcohol y se alejó de todo mundo, incluida Ashley: Leon es capaz de recordar el modo en que deshechó todos sus sueños y metas a futuro, en ese instante en que la única persona con la que quería compartir eso ya no se encontraba a su lado.

La noticia de la muerte de Ada fue cruda, como un balde de agua fría.

No encontraron el cuerpo. Tan solo su auto, destrozado, volcado hacia un lado de alguna carretera lejana a Raccoon City. Leon estuvo meses pensando si ese accidente lo provocó él, de algún modo, si la propuesta de matrimonio la asustó tanto que decidió alejarse de la ciudad con tanta prisa que terminó chocando.

Leon Scott Kennedy siempre conoció bien a Ada Wong, e incluso formalizar su noviazgo fue difícil.

Tontamente tuvo la ilusión de que si había conseguido eso, podría conseguir que le diera el sí.

Leon incluso pudo vislumbrarse con ella, en una casa muy alejada de la mansión Kennedy, formando su propia vida y consiguiendo al fin la libertad.

«Mudémonos juntos. Vámonos de aquí, puedo conseguir un trabajo en otra ciudad. Escapémonos», fueron las dulces e inocentes palabras que Leon le dijo a Ada, quien lo miraba con unos ojos extrañados y un rubor que pocas veces pudo apreciar en sus mejillas.

Recuerdo tras recuerdo, empiezan a marear a Leon conforme van llegándole.

—A mí también me gusta haberte encontrado, Leon —susurra Ada, con un tono sarcástico en su voz.

Tiene otra vez esa mirada estoica, que no le da a Leon ninguna pista de lo que está pensando o sintiendo.

Betrothed Hearts [RE4R | Leon S. Kennedy/Lector | AU]Where stories live. Discover now