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Antes de la calma

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Antes de la calma...

La mansión es un monumento a la opulencia y al legado de una familia arraigada en la historia y el poder. El eco de los pasos de aquellos destinados a mantener el legado resuenan en los pasillos. Tú y Leon están caminando, uno al lado del otro, él sosteniendo tu mano contra su brazo y luciendo una cara de pocos amigos. Sientes una montaña rusa de emociones cruzando por tu estómago: rabia, tristeza y, sobretodo, decepción. La semana que había prometido tu madre ya finalizó así que los dos están camino hacia la sala de estar de su casa. De la mansión Kennedy donde, al parecer, ambas familias decidieron que vivirían.

Sientes los ojos escoserte gracias a las lágrimas que amenazan con salir con cada paso que estás dando. Tus padres están junto a tus suegros, los cuatro sonriendo mientras los observan. El plan era dejarle como herencia la mansión, según lo que escuchaste hacía unos días, al primogénito de la familia. Con quien, por cierto, no tuviste tiempo de intercambiar ni una sola palabra.

El casamiento fue tan abrupto como la noticia; el juez llegó, ambos firmaron y dicha persona desapareció en cuanto se vio finalizado el contrato. Leon no dijo nada y tú sabías que si abrías la boca te ahogarías con tus propios sollozos. Aún no sabes cómo pudiste ser capaz de levantarte de tu cama ese día y arreglarte en lo más mínimo para dicha ceremonia.

Aunque tus papás fueron veloces, porque cuando menos supiste, la mayoría de tus pertenencias ya estaban en la mansión Kennedy. Ninguno de los dos tuvo la decencia de avisarte, ni este día, ni días anteriores, que el plan era vivir en una casa completamente ajena a ti. Eso solo ayudó a que tu decepción creciera.

—¡Que preciosidad! —es lo que dice Victoria cuando te ve. Leon por fin suelta tu mano y te da la impresión de que estuvo todo el rato conteniendo el aliento, porque su pecho se desinfla con un suspiro silencioso. El señor Kennedy, Thomas, aprieta el hombro de su hijo y le susurra algo que no alcanzas a comprender. Tu papá rápido se une a ambos hombres y le estrecha la mano a Leon, quien le corresponde el apretón. 

Alcanzas a ver a Ashley al fondo, sentada en uno de los sillones y observando con absoluta atención su celular. Con ella tampoco has compartido palabra alguna. Toda la semana se resume en pequeñas reuniones con los papás de Leon, en donde tus padres te presentaron formalmente. Te sentiste como una res a la venta: la vaquita lechera que unos granjeros estaban por vender al mejor postor.

Aún no entiendes de qué modo tu unión con el heredero Kennedy ayudaría a ambas familias, porque eres maestra de primaria, con cero interés en inmiscuirte en el negocio familiar: la seguridad privada. Apenas tienes conocimiento de lo que se supone que hace la empresa de tu papá y crees firmemente que habría sido más fácil una alianza con la empresa Kennedy, si es que los cuatro señores reunidos querían mantener el legado entre personas conocidas, además de hacerlo crecer. 

—Felicidades —dice tu madre mientras alza una copa de champán. Victoria se une a ella, las dos sonriendo ampliamente y pareciendo a punto de llorar, igual que tú, aunque no de impotencia. 

—Debo retirarme —comenta Leon, de repente. Su papá le da un asentimiento y le palmea la espalda. Sabes que el señor está orgulloso de su primogénito y a ti te sigue dejando en shock ver a todos los adultos tan tranquilos. Normalizando un acto arcaico y salvaje. Un acto que te ha arrebatado toda la libertad o derechos que creías tener.

La amenaza de tu mamá se sigue repitiendo constantemente en tu mente. Una manera demasiado rastrera de convencerte de aceptar algo que, en primer lugar, nunca nadie debió idear.

Tras despedirse de sus padres y de tus propios padres, Leon vuelve al despacho del que momentos atrás salieron. Incluso se despide de su hermana, a quien le da un afectuoso beso en la frente, aunque de ti apenas y hace algo parecido a una reverencia.

—¿Y bien? ¿Dormiremos en la misma habitación, en la misma cama? ¿Tendré que compartir mi intimidad con alguien a quien apenas y conozco? —preguntas. Ni siquiera intentas ocultar el tono mordaz en tu voz ni el veneno que advierte con salir. Sientes la punta de tu lengua hormiguear ante el creciente enfado que hay en tu cuerpo. Quisieras poder sacarlo todo, poder enfurecerte y gritarle a los cuatro lo terrible que la estás pasando. Sin embargo te contienes. Ashley aún al fondo levanta brevemente la mirada y te observa. Hay una pizca de incredulidad en sus ojos.

Victoria, Thomas y tus papás te ven casi como si hubieras hablado en algún idioma alienígena.

—Claro que no. Bueno, no lo sé. La tercera planta de la casa es (era) toda de Leon, hay cuatro habitaciones, una de ellas será la tuya, si así lo quieres —te responde Thomas. Suena totalmente descolocado. Interiormente te preguntas si acaso cuestionaste algo así de extraño—. Será decisión de ambos, supongo. Y hablando de eso...

La señora Kennedy carraspea.

—Nosotros nos iremos pasado mañana. Sin embargo Ashley —Victoria le da una miradita a su hija, quien de nuevo parece absorta en su celular—, ella quiere quedarse aquí. Leon no pareció tener un problema con eso, ¿qué hay de ti?

Que de repente cualquiera de los cuatro se preocupe por lo que piensas te sorprende, sin duda alguna. ¿En serio mi opinión importa, justo ahora? Te preguntas internamente.
En teoría la mansión también es tuya, en la práctica sientes las cosas diferentes. ¿De qué modo tendrías cara para correr a Ashley de la que ha sido su casa durante toda su vida? Tampoco es que sientas que el ambiente entre Leon y tú vaya a ser como la de una luna de miel. Tienes cero interés en conocer a alguien que parece aceptar con naturalidad un trato que te quita una parte vital de tu vida: la decisión de con quién deseas pasar el resto de tu vida.

—Yo no tengo problema —dices, al fin.

Además, si dijera que está en contra de que Ashley viva en la mansión, ¿qué ganaría exactamente? Si Leon está de acuerdo, no ves de qué modo podrías sentirte incómoda con la presencia de la hija menor de los Kennedy.

—¡Bueno! —excalama tu papá. Una señorita, a la que no notaste hasta ese momento, le pasa con cuidado una copa como la que las señoras sostienen. Luego hace lo mismo con Thomas—. Hagamos un brindis, por los recién casados.

Y sin embargo, la única que está ahí, eres tú.

—¡Que vivan! —dicen los cuatro al unísono, mientras levantan las copas y las chocan entre sí. Tú niegas con amabilidad recibir una copa de la señorita que los acompaña, entonces ella se escurre hacia donde crees está la cocina.

¿De verdad la familia Kennedy y tu propia familia van a fingir que, definitivamente, no quieres celebrar una tontería así?

De nuevo tu corazón se acelera, con dolor. No puedes reconocer a tus propios padres...

Betrothed Hearts [RE4R | Leon S. Kennedy/Lector | AU]Where stories live. Discover now