Me dolía todo el cuerpo, por lo que deduje que el viaje había sido movidito y nadie reparó en preocuparse por mis cervicales o espalda al soltarme entre lo que seguramente fue un cargamento de camino a Juárez.

Me quedé observando todo a mi alrededor mientras esperaba a que alguien viniese, como siempre sucedía. Mi tío, mi padre, o alguno de sus hombres para meterme algo de miedo y ponerme a prueba. Entonces escuché un ruido. Pasos, más de uno se acercaban. Sonó la puerta del garaje abriéndose y entonces aparecieron dos hombres.

Sus ojos cayeron fugaces sobre los míos un breve instante. Incluso si fueron sólo dos segundos, estos dijeron demasiado y adoré, tanto como extrañé, su corta forma de mirarme. Mi corazón se alteró, a lo que inhalé profundamente y calmé todo mi ser. Ya no estábamos fuera, ahora estábamos en una operación y todo era distinto. No había un nosotros en esta obra de teatro.

Él también se metió de lleno en su papel mientras terminaban de llegar hasta mí, aunque juré ver ligeramente la comisura de sus labios alzarse. Su compañero, algo más bajo que Samuel, sacó una pistola y me apuntó a la cabeza. Sonreí de lado y... Bueno, ya sabéis cómo continúa esta escena.

***

Tras haber convencido a mi padre y a mi tío sobre lo que supuestamente ocurrió todo este tiempo, me quedé un buen rato en mi cuarto. Estaba agotada, tenía el cuerpo aún resentido y necesitaba descansar un mínimo si quería estar al máximo.

No obstante, pasadas unas pocas horas, decidí salir y dar una vuelta; ver qué había cambiado por aquí. Recorrí la casa y no escuché ruido alguno. Me extrañó, dado que eran ya las diez de la noche. ¿Habían salido sin avisar? Pero yo ya sabía qué hacer en estos supuestos casos: quedarme aquí sin hacer nada y si algo ocurría me llamarían dando órdenes. Si había un lugar seguro en todo Juárez, por ahora, era esta hacienda.

Cuando decidí prepararme algo de comer y una copa, oí unos pasos venir. Mi corazón reaccionó absurdamente al verle entrar en la cocina, pero acto seguido tuve que fingir indiferencia; prosiguiendo. No podíamos arriesgarnos. Más bien yo no podía.  Y odiaba por momentos que me hiciese sentir como una estúpida quinceañera.

Ninguno habló mientras cada uno hizo lo que había venido a hacer. Sentí cómo la tensión en el ambiente iba creciendo de forma exponencial a medida que pasaban los segundos. Creí por primera vez en la fuerza de atracción, porque todo mi cuerpo pedía, más bien imploraba, ir hacia él y tuve que luchar contra todo impulso.

Decir que le extrañé sería quedarse corta, porque incluso todas esas noches en las que me autoconvencí de que ya no lo hacía, que todo terminó o incluso fue algo pasajero, ahora veía que nada de lo que me dije era cierto. Ni tenía sentido. Su presencia seguía teniendo ese efecto sobre mí y la mía sobre él, pero... ¿hasta qué punto?

En un momento en el que él no miraba, distraído buscando algo que comer, le eché un vistazo. Había adelgazado a pesar de no perder músculo. Lo vi en su cara. Mantuvo ese corte de pelo y los tatuajes ya parecían llevar años marcados en su piel; más morena que antes. Se había cambiado de ropa, como era evidente, y ahora llevaba una camiseta de tirantes blanca. Nunca era agradable pasearse con sangre de otra persona, por muy acostumbrado que estuvieses. Sus nudillos, algo en lo que no me pude fijar antes, estaban llenos de moretones y heridas. Seguramente de algún trabajo que mi padre le ordenó.

Mi mandíbula se tensó y tragué saliva ante el pensamiento intrusivo que cruzó mi mente; extrañando su tacto. Ansiaba sentirle, porque ahora debíamos fingir que éramos dos completos desconocidos y chocaba. Me bebí la copa de un trago y ya no quise ni comer. Necesitaba salir de ahí cuanto antes para no cometer una estupidez.

Rodeé la isla de la cocina evitando cruzarme directamente con él y partí de nuevo hacia mi habitación. Cuando llegué al pasillo y pasé la segunda puerta me detuve en seco. Otro pensamiento me invadió: la puta curiosidad.

Esa era su supuesta habitación.

Dudé, porque no tenía sentido alguno. Pero en el fondo sabía que buscaba algo para poder sentirme cerca de él, por absurdo que fuese, tras todo este tiempo. Algo que me indicase que él seguía siendo Samuel; mi Samuel.

Y entonces me vi cometiendo una de las estupideces más grandes que alguna vez hice. Fui a su puerta y, tras comprobar que nadie venía, la abrí con cuidado; despacio. Tan sólo iba a echar un vistazo rápido, satisfacer mi curiosidad. El problema vino en menos de una fracción de segundo. Su mano se apretó sobre la mía contra el pomo de la puerta y su aroma vino abriendo recuerdos en mi mente. Seguía usando el mismo jodido perfume y ya parecía que lo hacía a propósito.

No pude dame la vuelta, no fui capaz. Y ahí estaba de nuevo ese poder que tenía sobre mí. Era la única persona en el mundo capaz de desarmarme. Su mano ascendió por mi brazo lentamente y tuve que cerrar los ojos un instante para ahogar un pequeño jadeo. Tenía que pararle, pero no podía hacerlo. Me sentí paralizada y atrapada en su contacto conmigo. Esta llegó hasta mi hombro y entonces descendió por mi costado.

Mi cuerpo se tambaleó ligeramente hacia atrás, dándome a descubrir que él no estaba tan lejos como pensé y rápidamente mi cuerpo rozó el suyo. Cuando quise darme cuenta, mi mano seguía sujeta a la puerta. Todo esto estaba mal. Muy mal. Pero el problema era que, cuanto más lo pensaba, más lo deseaba.

Habíamos estado medio año sin el otro, evité hasta ponerme en contacto con él de cualquier modo por seguridad. Pero ya dudada de si por la de la operación o por la nuestra... O más bien la mía.

Surgieron dudas, como no saber si después de tanto tiempo todo seguiría igual. Si seguiríamos igual. Miedos, muchos, entre miles de pesadillas. Lágrimas incluso, aunque me pese reconocerlo. Y ahora parecía que no hubiese pasado ni un día sin el otro.

Su mano viajó hasta mi cintura y de un movimiento me hizo girar sobre mis pies hasta tenerme de frente y aferrada a él. Nuestras miradas se encontraron, de una forma casi indescriptible. En ese momento, sentía mi corazón querer estallar, porque sus ojos decían exactamente lo mismo que los míos: no sabes cuánto te extrañé.

Y cometimos la peor decisión: abalanzarnos sobre el otro y besarnos para acabar con toda esa tensión y anhelo. Uno que duró poco, porque el afán se hizo con todo y en menos de un segundo estábamos entrando en su cuarto.

Sus manos se deshacían de mi ropa entre besos así como las mías de la suya. Ninguno quería ni podía parar, y estábamos dispuestos a cometer este error hasta el final. Nos dejamos caer sobre la cama mientras nuestros labios recorrieron la piel del otro hasta desnudarnos.

Todo era tan delicado y hambriento que perdí una vez más el sentido. Porque si la última vez hicimos el amor, esta vez íbamos a recordarnos lo que nos perdimos todo este tiempo.

De un movimiento se colocó sobre mí y se adentró sin previo aviso haciéndome gemir. No cesó, aunque tampoco quería que lo hiciese. Sus manos sujetaban las mías como si yo pretendiese escapar; de algo que, en realidad, no quería ni que acabase. Sus labios ahogaban como podían mis gemidos y sus gruñidos así como mis piernas se enroscaban alrededor de su cintura buscándole aún más.

Eran tantas las ganas, que sentía con qué rapidez terminaría esto. Tanto tiempo sin él que mi cuerpo reaccionaba ante lo más mínimo. Ambos sabíamos que debía serlo, ya bastante nos jugábamos en todo esto, pero también estábamos de acuerdo en que ese peligro nos gustaba.

Oímos ruidos, sabiendo que estaba a punto de torcerse todo, pero eso no le detuvo. Su mano fue hacia mi boca, cubriéndola, y empujó aún con más fiereza hasta que los dos estallamos entre ahogados gimoteos y jadeos.

Por un instante, sentí mi mundo completo de nuevo. Me miraba, de ese modo que tanto extrañé, mientras intentábamos recobrar el aliento.

Me besó con fuerza, como si fuera la última vez que fuese a hacerlo, una vez más. Sentí el dolor en el, pero incluso así, había alegría por ese reencuentro; esa promesa que parecía haber sido cumplida a pesar de resultar efímera.

—Feliz cumpleaños, Lipa —susurró.

Se levantó, dispuesto a lidiar con la situación y asegurarse de que no nos descubriesen. Sentí un vacío que tuvo que durar poco. Tenía que salir de ahí lo antes posible y regresar a mi cuarto. Me alcé de la cama, recolecté mi ropa tirada por el suelo y me escabullí mientras aún sentía en mi cuerpo y mente lo que acababa de ocurrir.

TODO, POR EL PLANWhere stories live. Discover now