CAPÍTULO 6

116 6 0
                                    




Logré meter la llave, cargando con todo.

—¡Ma! ¡Ya estoy aquí!

Fui a la cocina y dejé las bolsas. Desde que había enfermado, debía encargarme de todo. Y no es que me molestase, porque al menos así salía más a la calle a pesar de que a ella no le gustaba la idea.

Hoy era uno de los peores días, esos en los que se levantaba sin fuerzas. ¿Y cómo iba a estar alguien bien, sufriendo cáncer y no queriendo recibir tratamiento? Aunque tampoco era tan fácil como parecía. Ni ella ni yo existíamos a los ojos legales del mundo. Y a pesar de que yo le insistí durante todo un año ir a algún médico, ella me pidió que respetase su decisión.

Fui hacia su habitación. Nada más verme, sonrió.

—Tardaste poco —dijo.

—No quería dejarte sola mucho rato. Fui a comprar lo que necesitabas —expliqué, mostrándole las bolsas con la medicina.

Lo bueno y lo malo de Estados Unidos era que mucha medicina, si pagabas, podías conseguirla en la farmacia indicada.

Tomé una de las pastillas, el vasito de agua sobre la mesita de noche y ella se incorporó con cuidado en la cama. Se tomó la medicina y dio un trago al agua. Suspiró con dificultad, volviendo a acomodarse. Y yo lo hice a su lado. Seguía doliéndome verla así a pesar de haber asumido la cruda realidad.

Y es que ni siquiera quiso contárselo al cabrón de mi padre, y no comprendía por qué. Si la situación se había vuelto... normal. Él aparecía para joder cada cierto tiempo, mi madre y yo vivíamos aquí en la sombra, pudiendo hacer un mínimo de vida normal. Y hasta ahora ella me enseñó todo lo que aprendió de ese mundo al que pertenecía mi padre. Por si algún día lo necesitaba.

—Felipa... —dijo con dificultad—, ¿qué te preocupa?

No pude soportarlo más.

—No entiendo por qué no le pedimos ayuda. Sabes perfectamente que podríamos ponernos en contacto con él. Y te ayudaría, pagaría por los tratamientos. Él encontraría un médico bueno.

—No quiero deberle nada a ese hijo de puta.

—Ese hijo de puta es papá.

—No es tan fácil como crees. Y no lo digo por mí, sino por ti. No me importa lo que me ocurra a mí, sino a ti. Y si el mundo sabe que sigues viva, que eres la hija del líder de un cártel, no tardarán en venir —explicó—. Tu padre nos sentenció a esta vida cuando tomó la decisión de quedarse en Juárez.

Tragué saliva, intentando deshacer el nudo en mi garganta. Mi madre tenía razón. Ya me contó la historia de ellos dos. Cuándo me tuvieron, cómo mi vida peligró desde que nací, por todo lo sucio que mi padre, Saúl, hizo en un pasado y los demás querían venganza. Y habíamos logrado sobrevivir veintiún años, consiguiendo una vida mínimamente normal fuera de México.

—No puedes pretender que vea cómo mueres lentamente y que no haga nada, Má.

—¿Confías en mí?

—Siempre.

Me regaló una sonrisa.

—Entonces no debes preocuparte por nada, al menos aún.

Me acosté junto a ella y su brazo me rodeó con cuidado.

—No quiero perderte, no sé que haría sin ti. Me moriría yo también.

Sentí que ahogaba una risa.

—Felipa, te he cuidado, educado y entrenado durante años precisamente para eso. Porque ya que estábamos sentenciadas a la vida de tu padre, no iba a dejarte vulnerable. Y eres la chica más fuerte, lista y determinada que he conocido en mi vida.

—¿Por qué no le dejaste antes de tenerme a mí y desapareciste? Podrías haber tenido una vida normal.

—Porque en ese momento no podía, no era capaz de verlo... Y, sobre todas las cosas... jamás te habría tenido a ti; mi pequeña —respondió—. Le amaba mucho, Felipa. Hasta tal punto de aceptar su vida y convertir la mía. Y una parte de mí siempre amará a tu padre, pero con los años me di cuenta de que todo podría haber sido mucho más distinto, de que debí pararlo a tiempo. Porque otra parte de mí sabía que él no dejaría todo por mí o incluso por nosotras, por mucho que nos quisiera. Porque lo hace, pero a su modo. Y no permitiré que te veas envuelta en él.

Le odiaba a menudo por ello cuando pensaba en él. Nunca eligió, o al menos no a nosotras. Y esa jodida verdad dolía igual cada vez.

Habíamos caído en silencio, hasta que me di cuenta de que cayó rendida por el agotamiento. Me levanté con cuidado y la arropé antes de dejarla descansar. Mis ojos la observaron unos segundos, incierta.

Quizá me habría preparado para poder sobrevivir yo sola, para defenderme del mundo si algo se torcía, pero no por ello estaba lista de verdad. ¿Cómo iba a estar alguien preparado para perder a una madre?

***

Me extrañó no verla en casa aún. Había ido ella a comprar esa semana. Una pasó desde su recaída, desde esa charla, pero pareció mejorar mucho esta última. Hasta sonreía, de verdad.

La puerta de entrada se abrió y ella entró. Al verme, sonrió. Traía bolsas de supermercado.

—¿¡Dónde estabas!? —reprendí, arrugándose mi ceño.

—Lo siento, Lipa... El supermercado estaba a rebosar.

—Ya, pero... ¿casi tres horas?

—Imagínate cómo estaba eso...

La miré con cierto recelo un instante antes de dejarlo ir y ayudarla a colocar la compra. Rebuscando, vi algunas cosas que se me hicieron familiares.

—¿Es que vamos a...?

—Machaca, sí —aseguró con una sonrisa.

Mi alegría creció. Si algo me gustaba era la comida de nuestra tierra, a pesar de que era complicado conseguir buenos productos aquí. Y no siempre podíamos cocinarla. Sólo lograba un buen hinche de comida cuando regresábamos a Juárez.

Esa era otra de las cosas que jamás comprendí , la forma en la que mi padre nos reunía. ¿Era realmente necesario llevarme como un rehén hasta la hacienda? Pero esa era su forma de mantenerlo todo en seguridad. Nunca sabías cómo actuaba Saúl Cambeiro.

TODO, POR EL PLANOn viuen les histories. Descobreix ara