CAPÍTULO 7

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Casi un mes más tarde...




Juárez estaba tan bonita como la recordaba, quizá incluso más. Seguía siendo un punto peligroso si no conocías bien la ciudad o no te fijabas dónde ibas a parar, y muchas cosas seguían yendo mal, o peor, de lo que hacía años atrás. Pero quitando eso, era una ciudad digna de admiración con mucha, muchísima, historia.

El sol picaba, las calles estaban repletas y yo daba un paseo en busca de algo que hacer. Tenía la mañana totalmente libre, y al fin me dejaron andar a mis anchas sin estar llamándome cada media hora para comprobar si seguía viva y no me había metido en ningún lío.

Mi padre seguía intentando volver al negocio en su totalidad. El ansia le podía, pero no pudo hacer demasiado. Tan sólo logró que sus mayores aliados, aún vivos, le ayudasen a traficar y él obtenía un beneficio menor dado que otros hacían todo el trabajo.

Sabía que la impotencia de la situación le ahogaba lentamente, provocando lo que, esperásemos quedase en un hipotético futuro, perdiese la cabeza y comenzase a traficar y matar sin medida alguna; hacerse con todo de una como yo misma le tenté. Aunque los que estaban jugándose la vida, al fin y al cabo, eran siempre los demás... y mi tío Ricardo; moviendo los hilos. No obstante, para mí iba todo genial tras un mes sin tanto altibajo.

Mi móvil sonó y era un mensaje. Lo leí. Mi lengua recorrió el filo de mis dientes, maldiciéndole mentalmente. Lo guardé. Aligeré mi paso y me dirigí hacia una tienda de electrónica. Fui hacia el mostrador y sonreí al dependiente.

—Hola. Un teléfono desechable, por favor.

Asintió y desapreció por la puerta que había tras él. Apareció de nuevo y me lo tendió. Dejé dinero de sobra sobre el mostrador, le sonreí de nuevo y salí de la tienda.

Observé mi alrededor, inquieta, y entonces me oculté entre la multitud mientras activaba el teléfono. Llamé y descolgaron.

—Necesito tiempo... No puedo ir ahora, sería gafarlo... Encontraré otro lugar... Cuatro días.

Colgué.

Joder.

El mundo pareció detenerse por momentos a mi alrededor mientras que en mi cabeza todo daba vueltas. No podía pensar con claridad, pero debía sostener la calma; mantener la cabeza fría. Y sólo había clara una cosa: tenía menos de cuatro días.

Me dirigí a un bar, pedí un vaso de agua y una cheve. Tras servirme, metí mi móvil y el desechable en agua. No podía creer que alguien como él hubiese cometido tal estupidez y me hubiese mandado un mensaje al móvil. Pero ahora tocaba eliminar rastros. Saqué los teléfonos y los guardé tras secarlos. Me tomé la cerveza casi de un trago esperando que eso calmase la ansiedad.

Regresé a casa tras comprar algo de comida y tranquilizarme. Tenía que pensar el siguiente paso, encontrar la forma de que mi padre se hiciese con todo.

Nada más llegué, fui a buscarle.

—¿Ya regresaste? —preguntó él, colgando el teléfono.

—Dime que tienes teléfonos de sobra.

—¿Qué pasó?

—Un jodido turista. Iban pedo, me empujaron y el teléfono cayó a la fuente de la plaza.

—¿Dónde fuiste?

—Al centro. Quería ver la ciudad —dije—. Aún no había podido visitarla bien de nuevo.

—El próximo viernes, en la noche, vamos a un evento donde puede ser que logre una nueva vía para enviar mercancía. Hay un hombre que organiza una fiesta anual, algo discreta, donde asisten los mejores y muchos logran hacer buenos negocios de todo tipo. Quiero que asistas conmigo.

TODO, POR EL PLANWhere stories live. Discover now