CAPÍTULO 8

115 5 0
                                    







Comida lista, bebidas preparadas y casi todos acababan de llegar. Mi padre saludó mientras los invitaba a sentarse en la mesa del porche que habíamos preparado para la cena amistosa. Saúl me presentó, compartiendo el secreto de que seguía viva. Increíblemente, lo hizo orgulloso. Y es que pocas veces encontrabas que una mujer, hija de un líder, estuviese metida en el asunto. Muchas acababan asesinadas, otras sencillamente ignoraban a voluntad lo que sus maridos, o padres, hacían y se dedicaban a intentar llevar una vida "normal".

Desgraciadamente, este mundo estaba gobernado por hombres. Gracioso, ya que mi opinión era precisamente que una mujer podría ser mil veces peor que alguno de todos estos idiotas. Nosotras dominaríamos el mundo si quisiéramos.

Tomaron asiento mientras mi padre les agradecía una vez más por haber accedido a venir. Y yo me mantuve callada y obediente, para no crear problemas. Esta boquita podía soltar demasiadas cosas y el plan esta noche era tenerlos a todos contentos y comiendo de nuestra mano. Y yo era el primer anzuelo: una cara bonita y buena, la hija perfecta.

El ruido de un coche llegando nos distrajo a todos.

—Ya voy yo, pa —dije y me levanté de la silla.

Acababa de llegar el último invitado: Sebastián. Fui a recibirlo tras abrirle la puerta y que aparcase el coche.

—Felipa —saludó—. ¿Cómo andas? ¿Todo en orden?

—Como la seda —respondí—. Gracias por venir, te necesitábamos.

Me sonrió y tendió su brazo. Rodé los ojos ligeramente, así como entrelacé mi brazo al suyo y nos dirigimos a la mesa.

—¡Miren qué belleza me encontré! —presumió.

—¡Sebastián! —exclamó mi padre con alegría y abrió sus brazos—. ¡Ven acá, cabrón!

Se unieron en un abrazo, dándose palmaditas en la espalda.

—Gracias por venir —dijo mi padre.

—Todo sea por un amigo —respondió Sebastián. Entonces miró a todos, señalándole—. Un grande.

La cena comenzó entre parloteo mientras que yo me dediqué a mi papel: servirles, ser una buena hija, escuchar cada tontería que decían y sonreír a cada chiste como si estuviese de acuerdo. Mi padre cumplió el suyo a la perfección, dejándose como una pobre víctima ante el caso de Pedro. De hecho, salieron a la luz muchas mentiras del susodicho. Y vaya, quizá sí hicimos bien en cargárnoslo el primero... Porque, al parecer, no era tan bueno como pensábamos todos y tenía varios trapos sucios. El más importante: robaba a través de otra persona, la cuál siempre acababa muerta y siendo el "culpable".

Todo eso fue un punto a favor, porque pronto estuvieron de acuerdo con mi padre y no le culparon por lo sucedido. Al contrario: lo vieron como algo necesario, como si les hubiese hecho un favor a todos y, al abrirse de ese modo, encontrase un punto en común entre todos ellos; facilitando su relación.

Y mientras toda esa gente estaba tragándose un tequila muy caro y llenando su gaznate, el robo de información iba sucediendo: teléfonos, ubicaciones, cuentas, tarjetas, mensajes... ¿Cómo? Gracias a un aparato de última generación que era capaz de robarte hasta el alma si así lo programases. Y todos esos caramelos estaban siendo copiados y enviados a un portátil que tenía en mi habitación.

A media cena estaban todos borrachos y soltando estupideces, pero eso era lo que precisamente buscábamos: desmontarles sin que se diesen cuenta. Y para el postre mi padre ya había logrado dos amigos y posibles nuevas vías de tráfico que no conocía la policía.

Mentiría si dijese que después no dormí como un bebé, porque lo hice. No sólo por lo que conseguimos esa noche, sino porque luego la que se puso pedo fui yo misma junto a esos cabrones para celebrar mi victoria. El problema vino cuando desperté y todo daba vueltas. No porque quisiera, sino porque habíamos quedado en que los hombres de Sebastián vendrían a las once de la mañana para ayudarme en mi compra de un vestido.

TODO, POR EL PLANWhere stories live. Discover now