CAPÍTULO 22

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Mis pies andaban inquietos. Estaba nerviosa y mis dedos se apretaban al ramo de flores que sostenía. Apenas eran las seis de la mañana y Samuel cruzaba conmigo el cementerio.

Tras dos semanas, encontramos un sitio donde intervenir a Sebastián y la misión se puso rápidamente en marcha. Él y yo viajaríamos a Nueva York, donde, al parecer, estaba ocultándose en ese momento mientras intentaba aún encontrar el sitio de su retirada a través de contactos y asegurar un futuro a su hijo.

Teníamos el tiempo justo: llegar, encontrarle, convencerlo y regresar. Nos jugábamos mucho en todo esto, pero tenía fe en nosotros. En mí.

Llegué a su lápida y sentó como un bofetón en la cara nada más leí su nombre. Tuve que contener un instante el aire para calmar todo mi ser. Noté que Samuel iba a alejarse, pero lo atrapé por la muñeca. Le necesitaba a mi lado.

—Quédate, por favor.

No dijo nada, tan sólo permaneció a mi lado en silencio mientras mil y una imágenes y recuerdos cruzaban mi mente. Todos dolían y, al mismo tiempo, me hacían feliz. Porque, a pesar de nuestra no tan deseada —o ideal— vida, teníamos los mejores recuerdos que cualquiera pudiera tener.

Recordaba cómo me dormía junto a ella cuando era pequeña porque tenía miedo. Cuando ella no sabía cómo arreglar mis días y entonces recordaba que una buena machaca lo mejoraba y luego jugábamos al ajedrez o las cartas. Recordaba incluso su forma de regañarme, como el día en que decidí que la pared vacía de la cocina era una buena diana para practicar el tiro de cuchillo. Esos cuentos que me contaba por las noches, que ocultaban anécdotas de las que tardé años en comprender.

No sé ni cuánto tiempo pasó, tan sólo sé que luché porque las lágrimas no cayesen y ser fuerte como ella siempre me enseñó. Sabía que ella, si pudiera, me diría: No llores por los muertos, sino por los vivos; quienes sí tienen problemas.

Tuve que mirar hacia arriba, cortando mi llanto y tragando saliva, hasta que respiré hondo y conseguí contenerme. Cuando bajé la mirada, solté inmediatamente a Samuel al darme cuenta de que mi agarre se apretó demasiado.

—Perdón.

—No te disculpes —dijo—. ¿Estás bien?

Dejé el ramo de flores sobre su tumba y acaricié ligeramente la fría lápida, leyendo por última vez su nombre. Tuve que tragar, deshaciendo el nudo en mi garganta, antes de poder hablar.

—Sí —aseguré—. Vámonos, nos estarán esperando en el hangar.

***

Mientras que él pudo descansar, yo no lo logré. Mis ojos quedaron fijos en lo que me pareció una completa maravilla. Había viajado en pequeños aviones, tenía vagos recuerdos, pero en absoluto recordaba haber presenciado algo tan simple como las nubes a mi alrededor mientras cruzábamos el cielo.

Aterrizamos tiempo después y le desperté. Bajamos y nos dirigimos hacia el supuesto hotel en el que nos quedaríamos bajo el nombre de un matrimonio recién casado.

Cuarenta minutos después, llegamos. Nos dieron la habitación correspondiente y nos instalamos.

—No sé tú —dijo Samuel—, pero yo necesito una copa.

Solté una pequeña risa.

—Vamos a por una.

—Thompson mencionó un bar de confianza, de un conocido que nos hace el favor de recibirnos y son discretos. Está a una manzana de aquí.

TODO, POR EL PLANOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz