CAPÍTULO 13

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Quizá esa fue la mejor noche que en mi vida descansé. Dormí a pierna suelta como no pude en mucho tiempo. Podría deberse a que, literalmente, me encontraba bajo tierra y había dos controles de seguridad antes de poder llegar a mí. O que esa cama era como tumbarse en las nubes.

Me levanté y fui a la cocina a por café. Hoy ya no era tan sólo Felipa; hoy era un nuevo comienzo, el mío, como futura agente del FBI. Hoy iniciaba mi transformación.

Apenas curioseé ayer la casa, tan sólo me limité a ubicar cada sitio. En el pasillo que daba al salón había mi cuarto y el baño —Innecesariamente con una bañera barra jacuzzi en todo el centro—. Sólo el baño era más grande que el salón de mi casa. En el otro lado del pasillo, a la izquierda, había otra habitación que parecía como una sala de lectura y otra vacía. Más adelante, llegabas a un gimnasio completo con piscina incluida. Mayormente, todo eso era para que mi rendimiento y entrenamiento fuesen lo más bueno posible.

Tenía prácticamente lo que cualquiera desease. Y si no, sólo tenía que pedirlo. Eso sí, privada del exterior. Thompson ya me comentó e insistió en que alguna que otra vez saldría, pero no entraba en los planes, por ahora. Tampoco me importaba. Ya no tenía nada a lo que aferrarme en la vida.

Me preparé un café tras descubrir cómo funcionaba la máquina. Me sentí una inútil, porque evidentemente sabía que existían, pero nunca en mi vida tuve una. Me desquiciaban este tipo de cosas. Mi madre acostumbraba a hacer el café a la antigua: lo molía, lo ponía en un filtro y hervía agua.

El reloj de la cocina marcaba las siete de la mañana. Según Thompson, Samuel venía a las ocho para entrenar. Mi cuerpo se alborotaba ante la idea, no entendía qué me ocurría con él... O quizá sí. Y me aterraba.

Cuando le tuve cerca sentí mis pulsaciones acelerarse, mi cuerpo revolverse, y era incómodo. Yo no padecía nunca por nadie, de ninguna manera. Al menos no así. Y con él pareció como si nos hubiésemos conocido en otra vida. Quizá era la segunda cosa que me daba miedo: sentir algo por alguien. La primera se hizo realidad el día en que perdí a mi madre.

Nunca me relacioné, nunca supe lo que era que alguien te importase salvo ella. Pero nada de ello iba a ser posible. Yo tenía un plan, uno muy importante, y nada podía estropearlo.

Sacudí mi mente y dejé a un lado cualquier pensamiento ajeno a la situación. Tenía que limitarme a estudiar y entrenar; ser la mejor.

Y no sólo ser la mejor. Quería ser quien derribase no uno, sino todos los cárteles que tuviesen relación con mi padre. Quería hacerle creer que lo obtendría todo, que sería el más grande. Quería que sintiese todo es poder, lo gozase y viviese hasta sentir que le estallaba el corazón de orgullo, para luego, en el momento oportuno, acabar con él.

Sólo había algo claro: Saúl Cambeiro debía morir, y su propia hija se encargaría de ello.

Tras una ducha refrescante, me dirigí al armario. Me sorprendí al ver que estaba lleno de ropa adecuada. Ayer eché un vistazo, pero no tan preciso como ahora. Y al parecer Thompson había comprendido bastante bien a lo que me referí cuando trajo cosas para mí: Atuendos negros, blancos y sencillos.

Opté por algo cómodo para entrenar. Ni siquiera sabía qué haríamos, aunque podía hacerme una idea. Me alisté y cuando estuve lista esperé los diez minutos restantes en el recibidor, donde había el ascensor y una butaca.

El ruido de este activándose me hizo levantar la mirada del suelo. Él ya estaba aquí.

Tan pronto se abrió la puerta me levanté. Las puertas se abrieron y ahí estaba él. Vino hacia mí y volvió a tenderme la mano como saludo.

TODO, POR EL PLANWhere stories live. Discover now