CAPÍTULO 23

24 5 0
                                    

No cualquiera podría decir que había raptado a uno de los sicarios más peligrosos. Aunque, si lo piensas bien, Sebastián ya no era tan sicario como quería aparentar. Al fin y al cabo, él sólo pagaba, daba órdenes y recibía nuevo dinero. El resto hacía el trabajo sucio. Y no mentiré, me dio cierto... placer tenerle atado a una silla dentro de un cuartucho de almacén mugriento en pleno Nueva York.

Costó, pero fue más fácil de lo que creí gracias a Samuel, quien ahora vigilaba a los escoltas y me iba informando. Logramos interceptarlo no muy lejos del bar, usé una técnica que Samuel me enseñó para atontar y en menos de veinte segundos lo estábamos arrastrando hacia el bar.

Ahí estaba él, de espaldas a mí e intentando zafarse del perfecto agarre que le hice con simple cinta americana.

Desde mi silla me alcé ligeramente, lo suficiente para darle la vuelta a la suya y dejarlo de cara a mí. Sus ojos atravesaron los míos. Me miró inquieto, y juraría haber visto un ápice de miedo. Me apoyé sobre mis muslos y, tras un corto silencio, hablé:

—No me reconoces, ¿verdad? —No respondió, a lo que yo ahogué una risa. Me eché hacia atrás y apoyé mi brazo en el respaldo de la silla, cruzando las piernas—. Es gracioso que alguien como yo haya conseguido capturarte. Tranquilo, nadie notará tu ausencia, porque esto puede ser rápido... Si decides colaborar.

Continuó sin hablar, a lo que segundos después proseguí:

—Quiero que trabajes para mí, Sebastián. —Hubo otro silencio y ya me sentí algo indignada—. ¿De verdad que no me recuerdas ni un poco? Es muy bajo incluso para ti no recordar a la única persona en el mundo que te llamaba Sastián.

Entonces sus ojos se iluminaron entre alegría y miedo, recordándolo. Me miraba incrédulo.

—¿Fe... Felipa? —logró decir segundos más tarde.

—De carne y hueso.

Su ceño se arrugó.

—Es imposible —dijo en un susurro sin dejar de contemplarme, como si debatiese mentalmente su cordura—. ¿De qué mierda va todo todo esto?

—Ya te lo dije, quiero hacer un trato contigo.

—Si esto es cosa de Saúl, te prometo que se van a arrepentir —gruñó.

—Y yo te prometo que nada tiene que ver con mi padre, Sebastián. O sí... —dudé—. De hecho, antes de que nada, quiero tu palabra de que esto, termine como termine, quedará entre tú y yo. Nadie, absolutamente nadie, más.

Gruñó, parcialmente en desacuerdo..., pero tampoco le quedaba otra. Proseguí:

—Te soltaré con la condición de que me escuches. Y que todo esto quede entre nosotros.

Apartó la mirada irritado, pero comprendí que aceptaba a regañadientes. Aunque tampoco estaba en posición de elegir. Tomé las solapas de la cinta americana y deshice ambas manos, dejándole libre.

—¿Qué mierda quieres?

—Trabajar contigo.

—¿Por qué?

Le mostré su teléfono.

—Llama y di que te retrasas, que tienes que estar solo. Invéntate algo coherente —dije, pero él dudó y no hizo nada. Yo, impaciente, puse los ojos en blanco—. No tengo todo el día, Sebastián... Y a mí también me vigilan. Podemos hacer esto por las buenas... o por las malas. Por desgracia, ya no tengo nada que perder.

—No.

Gruñí exasperada.

—Quiero darle un futuro a tu hijo. Uno bueno en el que no deba preocuparse. Porque puedo ir a por ti, y a por tu hijo... Y créeme que lo conseguiría solita... O puedes elegir trabajar conmigo y retirarte tranquilamente sabiendo que Sebastianito va a tenerlo todo y que no corre peligro. Ni tú. Eso queda a tu elección.

TODO, POR EL PLANWhere stories live. Discover now