CAPÍTULO 15

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Un mes más tarde...


A medio ejercicio oía su voz pidiéndome que aguantase cinco series más y luego parase. Comenzamos con el boxeo esa semana. Tras varios entrenos, ese día, casi al finalizar la sesión, me dio una serie y tenía que repetirla hasta cien veces —o lo que lograse—, contra el saco. Pasos, puño derecho, luego izquierdo, sin dejar de mover los pies. Esquivar, esquivar, patada y patada. Me lesioné a media sesión la  muñeca, pero me callé y continué.

Podía, ya iba por la número setenta, pero sentía el corazón en la garganta y mi mano inflamarse. Mi cuerpo quería parar, desplomarse incluso, pero yo no se lo permitía. Le recordaba por qué estábamos aquí, que debíamos ser siempre mejores y volvía a la carga pegando más fuerte.

—Felipa, para —repitió por tercera vez, más serio.

—No —respondí sin detenerme. Vi por el rabillo del ojo que él se acercaba y hablé de nuevo—: Ni se te ocurra acercarte más o te usaré a ti de saco.

Cedió, porque se mantuvo cerca, pero en ningún momento me detuvo como le pedí. Continué, haciendo la cuenta atrás y ansiando llegar al fin a las cien. Apenas quedaban quince y eso me motivó aún más hasta que al fin llegue a la noventa y nueve. Realicé la última incluso con más furor que el resto, y paré en seco, levantando la mano. Mis pulmones clamaban por aire y sentía mis mejillas arder. El problema vino cuando cogí una bocanada de aire y todo a mi alrededor pareció girar a gran velocidad... hasta que se volvió oscuridad.

Cuando abrí los ojos, intenté enfocar la vista. La cabeza me martilleaba.

—Lipa —escuché. Era su voz. Sentí una mano sobre la mía—, ¿estás bien?

Gruñí, dándome cuenta de lo que había ocurrido. Me desmayé tan pronto conseguí alcanzar la número cien.

—Sí —dije, observando mi alrededor. Me había traído a la habitación y estaba acostada en la cama. Mis ojos cayeron sobre los suyos, que me miraban preocupados. E, irónicamente, me gustó que me mirase así.

—Te desmayaste y golpeaste la cabeza.

—Eso parece —comenté, llevando la mano a mi sien resentida.

—No voy a decirte lo estúpida que has sido.

—Acabas de hacerlo —recalqué y me incorporé hasta quedar sentada en la cama. Me quejé. Tenía el cuerpo agarrotado.

—Podrías morir por una tontería como esa.

Sonreí de lado, agriamente, ante la idea.

—La muerte sería un regalo para mí, algo que esta misma no va a concederme pronto como castigo. Créeme.

Rodó los ojos. Se levantó, se quitó la sudadera y me la tendió.

—Póntela, esta abriga mucho. Voy a quedarme hasta saber que estás fuera de peligro y a informar a Thompson.

—Estoy bien.

—Podrías tener una contusión. Además, has estado desmayada casi veinte minutos.

—No necesito una niñera.

—Pues no te queda otra —se fue hacia la puerta—. Voy a preparar algo para que comas. Ponte cómoda —añadió antes de desaparecer.

—Joder —mascullé.

Mis ojos cayeron sobre la sudadera y, curiosa, la atraje hasta mi nariz e inhalé. Olía a él y me sentí extraña, porque me agradó. Me la puse.

TODO, POR EL PLANWhere stories live. Discover now