Capítulo 11: No dejes para mañana lo que puedes hacer hoy

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Capítulo 11

No dejes para mañana lo que puedes hacer hoy

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Capítulo 11

No dejes para mañana lo que puedes hacer hoy.






   Me despierto en un lugar oscuro y frio, con mucha humedad. Trato de mirar a mi alrededor y es un lugar bastante sucio. Veo ratas que caminan en el piso. Telarañas en los rincones, y en frente mío hay una pequeña ventana, que ahora mismo se encuentra cerrada, pero dado que es un poco rota, en los agujeros se notan los rayos del sol que emana la luz del amanecer.

   Estoy sentada en una silla, pero me sorprendo al descubrir que mis manos y mis pies no están atados y estoy libre. Trato de agarrar mi arma, pero cuando pongo la mano en el bolsillo en la cual siempre la llevo, noto que no está más. Luego escucho unos pasos que se acercan a mí, y delante mio viene un hombre. Lo veo de espalda mientras intenta abrir la ventana. Se le dificulta un poco, pero después de unos segundos logra abrirla. Ahora llega mucho más la luz del sol que me hace cerrar los ojos de golpe por el fastidio que me da, ya que mis ojos estaban acostumbrados a la oscuridad.

  Cuando el hombre se gira hacia mi reconozco su cara… es el hombre que estaba con Marcos. El que le pegaba. El mismo que estaba en el restaurante. El que en el identikit de las cinco fotos lo reconocí en cada una de ellas y, por ende, el asesino de mi madre. Agarra una silla y se sienta delante mío.

—Por fin te despertaste. Ya son las siete de la mañana, es hora de ir a trabajar, pero hoy vas a tener el día libre. Te hice un favor, tendrías que agradecerme —me dice el hombre y me ofrece un vaso de agua, pero no lo tomo.

—Ya sé quién eres tú. Eres el asesino de mi mamá y el que quiere matarme a mí también con la ayuda de Marcos. Ya sé todo. Los descubrí a los dos sin la ayuda de nadie, eso significa que no saben esconderse bien, y que siempre dejan algún rastro y alguna pista que es bastante fácil de descubrir —le digo con una voz todavía medio dormida, pero con el pasar de los minutos me siento más despierta y menos débil.

—Pero mira que inteligente. Muchas personas están trabajando en esto, pero tú eres la única que descubrió todo. El único error que cometiste, es que no dijiste nada a nadie. Esto es un gran error para ti, pero a mí me salva, entonces te agradezco mucho —me dice con una sonrisa de alguien que sabe que está ganando, y que tiene el control de la situación. Pero además de ser feliz, su cara parece preocupada, aunque trata de esconderlo, yo lo percibo.

   Tenía que contar todo lo que sospechaba. Tenía que hablar, aunque si resultaba ser una estupidez, siempre es mejor decir las cosas porque en algo pueden ayudar. Aprendí que nunca existe el momento correcto. Puede existir el momento en la cual nos parece mejor decir las cosas, pero nunca va a ser el correcto, porque siempre hay algún imprevisto que logra arruinar el momento.

   Cada gesto que hacemos, cada detalle que aportamos, en algo o en alguien va a marcar la diferencia. Los detalles hacen la diferencia. Parece una frase hecha, pero es la verdad. En cualquier tipo de circunstancia, un simple gesto puede cambiar el ánimo de esa persona, puede cambiar la suerte de lo que está sucediendo en ese determinado momento, puede cambiar el destino. Un instrumento más puede cambiar la melodía de una canción. Un color nuevo puede dar una nueva vida a un cuadro. Una simple acción puede cambiarlo todo. Por ende, si hubiera dicho lo que sabía, ahora todo hubiera sido diferente. Tendría que haber mirado el futuro y adelantarme a las situaciones, en vez de esperar y perder la oportunidad. No hay que dejar para mañana lo que se puede hacer hoy.

   Ahora ya sé lo que va a pasar, me va a matar sin dejar algún rastro, y va a seguir andando por las calles feliz y libre, como si nunca hubiera hecho algo malo.

—María, es la hora de decirte toda la verdad. Ya jugaste a ser policía, ya intentaste buscarme, ya me viste con Marcos y sabes que trabaja conmigo. Sé que eres inteligente como tu padre. Heredaste todo esto de él  aunque nunca estuvo a tu lado. Él siempre te miraba, te espiaba a ti, a tu mamá, y sabía que de grande ibas a ser una mujer fuerte y que trabajará de lo mismo que tu padre. La sangre tira, aunque nunca supiste quién era y que hacía de su vida, el destino se encargó de todo, y mírate ahora, trabajas bien y del mismo trabajo de tu padre —me dice con una seguridad que me da miedo que sepa tanto de mi vida y la de mi familia. Me da rabia que siempre repita la palabra padre y que sepa tanto de él.

—¿Tú cómo sabes tanto de mi padre? ¿Por qué estás interesado en matarme, y por qué mataste a mi mamá? ¿Quién carajo eres? —Le pregunto enojada y harta de que me oculten cosas. De aquí no me voy sin antes haber sabido toda la verdad, aunque sea la última cosa que haga en mi vida.

—Tranquila, mírame bien, ¿mi cara no es parecida a una que conoces bien? ¿A una cara que miras todos los días en el espejo apenas te despiertas? ¿Estos ojos azules que tengo iguales a los tuyos, no te hacen pensar en algo? —Me mira con unos ojos lúcidos que parece que está por empezar a quebrarse en un llanto profundo, pero trata de no hacerlo.

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