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Camila C.

Alexa y yo nos asombramos con todo lo que habíamos tachado de nuestra lista mientras Louisa se encontraba lejos. Pastel, banda y flores… hecho. Los centros de mesa ni siquiera estaban en nuestra lista, pero encontramos las más hermosas vasijas antiguas en un mercado de pulgas por una ganga y no las pudimos dejar. Louisa estaba más que entusiasmada con nuestro progreso, hablaba a borbotones sobre lo agradecida que estaba. Al minuto que regresó al pueblo, le hice pagar el favor al ayudarme a estar arreglada para el evento de caridad con Lauren. Quería vestirme para matar; de ninguna forma le daría a Blaire ninguna munición esta noche. Esta vez no había pasarela de modas, ni mi mamá ni yo teníamos voz ni voto en lo que iba a usar. Louisa tenía un puñado de vestidos de diseñador caros que
reservaba para ocasiones especiales, e insistió en que usara uno de ellos esta noche. Era un vestido rojo, Nicole Miller, entallado por arriba de las rodillas que unía la parte delantera y trasera, enseñando la cintura por la cual dice Louisa que matarían la mayoría de las mujeres. Zapatos Jimmy Choos con correas negros, que ella nunca usó, me quedaban como a Cenicienta, mostrando hermosamente la pedicura que me hice más temprano ese día con las chicas. Nunca quiero olvidar lo adorables que se veían sentadas en esas sillas tan grandes, sonriendo de oreja a oreja con sus lindos dedos de los pies apenas tocando el agua. El evento “Wild Kids” estaba a medio camino de mi casa y la de Lauren, así que no tenía sentido manejar todo el camino hasta su casa. Me dijo que llegaría aquí a las 6:15 p.m. para recogerme. Como siempre, estaba lista antes de tiempo, caminando de
un lado a otro en la cocina como un padre impaciente.

—Siéntate, relájate —llamó mamá desde la sala, dando un golpecito en el sillón al lado de ella.

—No puedo, arrugaré mi vestido. Quiero que todo sea perfecto.

Se puso de pie y entró a la cocina, haciéndome compañía mientras yo caminaba de un lado a otro.

—Bueno, te ves hermosa y feliz. Estás radiante. Podría llorar con tan solo pensar en cuánto has cambiado desde el último mes y medio desde que conoces a Lauren. Ella en verdad es una bendición.

Mi pecho se calentó con su nombre. Desde hace casi una semana que no la he visto y deseaba envolver mis brazos alrededor de ella. Esta cosa de la larga distancia era difícil, pero me hacía apreciar en verdad el tiempo que podíamos pasar juntas, sin mencionar la docena de horas en el teléfono que pasamos conociéndonos realmente. Aún no nos quedábamos sin cosas de que hablar.

—Lo sé, mamá. Estoy loca por ella.

—Ya lo sabía, ustedes dos no lo ocultan muy bien que digamos. La forma en que se miran a través de la habitación, la forma en que sonríes involuntariamente cuando digo su nombre, la forma en que tu corazón crece cuando la ves jugar con las niñas… ustedes tienen algo real. —Lágrimas caían de sus ojos. —No me hagas llorar, arruinaré mi maquillaje. —Señalé a mis ojos, siendo una tortura mantenerlos secos—. Es tan raro, me metí en esto decidida y determinada a que no se convirtiera en nada serio, pero creo que eso ya no es lo quiero. La juzgué. Asumí que por lo que hacía para ganarse la vida, no era capaz de ser una buena
Persona, una mujer de familia. Me ha demostrado lo equivocada que he estado una
y otra vez. Me gusta, mamá. Me gusta mucho.

—Me gusta cómo suena eso. —Detrás de mí una voz ronca puso en llama todos los nervios de mi cuerpo. Mientras me giraba, mi aliento se quedó atrapado en mi garganta

Wow.

Lauren se veía como si hubiese salido de un anuncio de revista de Armani. Estaba recostada contra la pared con un brazo detrás de su espalda y el otro sosteniendo una solapa de su saco. Las líneas del esmoquin negro que usaba fueron hechas perfectamente a la medida para su cuerpo, acentuando cada detalle de este hasta su esbelta cintura. Sus cabello normalmente indomable,  fue alisado solo lo suficiente, su rostro aún más perfecto. Lauren era esta loca, atleta profesional, pero esta noche, podría pasar fácilmente por modelo.

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