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Lauren Jauregui.

Después de lanzar mi bolsa de lona al piso de mi camioneta negra Ford F250 Super Duty, me aparté así mi labrador negro, Diesel, podría saltar en el asiento del pasajero. Me volví para mirar a mi mamá quien estaba de pie detrás de mí con sus brazos cruzados sobre su pecho, golpeteando nerviosamente su pie. No pude evitar sonreírle.

—Mamá, estaré bien —le dije por lo que parecía como la millonésima vez esta mañana.

—Es un viaje largo en auto, Lauren, y el clima se va a poner muy feo. ¿No puedes dejar tu camioneta aquí por un par de días y tomar un vuelo rápido a casa? — Sus ojos me suplicaban no volver hoy a Minneapolis.

—Primero que nada, es un viaje de tres horas, no es tanto tiempo. En segundo lugar, si el clima es tan malo, no conseguiré un vuelo hoy de todas maneras. Y tercero, tengo un montón de mie… —Me detuve mientras me levantaba su ceja—… cosas que hacer en casa. Estaré bien. Y antes de que preguntes de nuevo, no, no voy a
dejar aquí mi camioneta. —Caminé hacia ella y la levanté del suelo en un abrazo de oso.

—Por favor, llámame cada cinco minutos —ahogó ella en mi hombro, la preocupación evidente en su voz.

—No hay problema. No voy a ser capaz de ver a través de los aguaceros de todos modos, así que sacar mi vista de la carretera para seguir llamándote no debería ser un problema.

Se retorció en mis brazos. Tan pronto como sus pies alcanzaron el suelo, me dio un puñetazo en el brazo tan fuerte como pudo.

—No es gracioso, Lauren Michell.

Es increíble cómo incluso a los veintisiete años, cuando tu mamá dice tu segundo nombre te reduce a sentirte como una niña de once años que acaba de romper la ventana de la sala de estar con una pelota de béisbol. O en mi caso, con un disco de hockey. Doblando mis rodillas, me bajé a su nivel y coloqué mis manos en sus hombros, mirando directamente a sus ojos.

—Estaré. Bien. Por favor, deja de preocuparte.

—Cuando tengas hijos un día, Lauren , lo vas a entender. Puede que crezcan y salgan de tu casa, pero nunca salen de tu corazón. Nunca dejas de preocuparte. — Suspiró, entrecerrando sus ojos en mí—. Y cuando tu hija es Lauren Jauregui, tiendes a preocuparte más que la mayoría.

—¡Ja! Gracias por tu confianza, mamá. Hablando en serio, estoy bien. Los meteorólogos decían esta mañana que podríamos no tener tanta lluvia como pensaron inicialmente, de todos modos.

—Sí, bueno, los meteorólogos son idiotas. Ya ha empezado al sur de aquí, y mucho de ello. —Envolvió los brazos a su alrededor, y su cabello prácticamente se volvió gris justo enfrente de mí.

—Conduciré muy rápido a través de él. No hay problema. Cuanto más tiempo estoy aquí, más tiempo me va a tomar llegar a casa. —Le guiñé el ojo y salté adentro de mi camioneta mientras me regresaba una mirada de muerte.

Ya había dicho adiós a la familia completa adentro, pero de alguna manera sabía que ella me seguiría afuera, rogándome por última vez que me quede, y la quería por eso. El motor rugió a la vida cuando encendí mi camioneta y la saqué rápidamente de la calzada antes de
que ella decidiera lanzarse sobre el capó. Rodé mi ventana hacia abajo y le di un último saludo con la mano en mi camino por la calle.

—Está bien, una gran taza de café y estamos listos para marcharnos —dije en voz alta para mí misma mientras entraba en un Dunkin’ Donuts.

Me acerqué a la radio y le di la vuelta a la estación AM para obtener la actualización del tiempo. Mamá nunca lo sabría, pero estaba un poquito nerviosa. Ellos lo habían declarado
como una de las peores series de tormentas que habíamos visto en mucho tiempo y en verdad quería llegar antes a casa. Quería irme hace un par de horas, pero ella insistió en alimentarme primero y, ¿quién era yo para rechazar los panecillos, la salsa espesa y el tocino de mi mamá? El reloj marcaba las 11:30. Mierda, tengo que empezar a moverme. Cerca de una hora y media más tarde, estuve tentada de llamar a casa y decirle lo que cada mamá quiere escuchar de su niña.

Room For YouWhere stories live. Discover now