—Por eso no habrá problema. ¿De qué tipo?

—De gala. Mañana los hombres de Sebastián te acompañarán para comprar algo.

—Maravilloso.

—Es por seguridad, Felipa.

—Ya, pero no es precisamente cómodo, ni discreto, tener a dos hombres de guardaespaldas.

—Mantendrán la distancia. Pero comprende que ahora podrían intentar interceptarte si aún te andan investigando.  Tu tío ya ha tenido que despistar varias veces.

Mis labios se arrugaron con incertidumbre.

—Bueno, todo sea por ti, papá —sentencié—. ¿Y bien? ¿Tienes teléfonos?

—Sí —dijo, levantándose.

Se agachó hacia la caja fuerte tras su asiento y la abrió. Rebuscó y luego la volvió a cerrar. Se alzó, vino hacia mi y me tendió un teléfono nuevo.

—Gracias —dije y entonces tuve una idea, sabiendo que él no lo conocería de memoria—. Déjame tu teléfono para poner el teléfono del tío Ricardo y dame el tuyo. No me los sé de memoria y la tarjeta ha quedado para la mierda.

Me tendió su teléfono tras desbloquearlo.

Vaya, no esperaba que fuese a funcionar tan... bien.

—Vayámonos al porche, la comida está casi lista.

—Tantito voy.

Salió de su despacho mientras yo, mentalmente, celebré mi victoria.

Mientras iniciaba el teléfono nuevo (eran sencillos, no como los últimos iPhone o Galaxy), fui a la agenda del suyo. Rápidamente, anoté todos y cada uno de los teléfonos importantes con un boli en un papel que había sobre el escritorio. Doblé el papel y lo guardé en mi sujetador.

Entonces, casi iniciado el nuevo teléfono, aproveché y revisé algunos de sus mensajes para obtener toda la información que me fuese posible mientras me dirigía al porche con mi padre.  Hasta logré hacer algunas fotos.

—Pan comido —dije al terminar, guardando mi teléfono nuevo y bloqueando el suyo.

Crucé la casa hasta llegar al porche y me senté con él en la mesa. Había preparado un tequila para mí y él tenía otro.

—Me alegra verte aquí —dijo de la nada.

Sonreí lo mejor que pude, devolviéndole el teléfono.

—¿Crees que podamos quedarnos esta vez?

Tuvo que sopesarlo en su mente.

—Eso pretendo.

—¿Y si no?

Eso pareció dejarlo sin respuesta.

—Cuando termine todo esto, te prometo que empezaremos bien de cero. Tú y yo.

Le sonreí.

—¿Cómo va la situación?

—Tengo la confianza de casi todos y la producción es alta, más de lo que creímos dada la situación. Nadie sospecha que lo ocurrido con Pedro fuésemos nosotros. Siguen creyendo que la DEA los paró y nosotros nos vimos sin alternativa. Pero aún no sabemos qué hacer para... ya sabes.

—Bueno.

Entonces, no pude contener la sonrisa perversa que se esparcía por mi rostro debido a una idea. Hablé de nuevo:

Pa, ¿confías en mí?

—Por supuesto. Eres mi hija.

—Entonces creo que tengo la forma de que logres matar dos pájaros de un tiro.

Se incorporó en su asiento, inclinándose hacia mí curioso.

—¿Cómo?

—¿Por qué no haces una reunión con todos, absolutamente todos, los líderes?

—Eso es una pésima idea.

—Al contrario —objeté—. Aunque sea un plan nefasto, lo único que necesitamos es poder sacarles información.

—¿Y cómo mierda pretendes que todos accedan a ello? Muchos no aceptarán venir.

—Es que no vas a invitarles a tomar café. Vas a invitarles para pedir disculpas y unir fuerzas.

—Yo, ¿disculpas? ¿Es que perdiste la cabeza?

Ahogué una risa.

—Es de mentira —expliqué—. Lo necesario es que acudan todos. Y mientras tú te disculpas por lo ocurrido, «pobrecito Pedro, no me quedó más remedio, hice lo que tuve que hacer por todos ustedes...» , les dices que repartes el dinero de Pedro a partes iguales, para ellos, como disculpa.

—Felipa... estás sugiriendo una estupidez. Y perderíamos dinero.

—Tú mismo dices que hay que sacrificar cosas para conseguir otras, ¿por qué no ves que, cuando ellos vean que tu te desviviste por estar bien con ellos, que eres un hombre correcto, que de verdad lo sientes, los tendremos? —le provoqué—. Además, eso ganará muchos puntos en la gala: un hombre que acepta sus errores, parte de más abajo y vuelve a retomar. Podrías conseguir más aliados de lo que crees. Y cuando todo esto termine, tendrás ese dinero de vuelta y mucho más.

Eso pareció hacerlo pensar, porque me miró como si estuviese montando un rompecabezas en su mente; intentando entender mis movimientos.

—¿Y cómo pretendes hacer que nos crean? Porque vendrán preparados por si algo es mentira.

—Necesito que te muestres ameno y hagas lo que te digo. Si algo se respeta en este mundo, por ilógico que parezca, es el honor y la fidelidad. No es necesario traer a todos..., pero sí a tus más allegados como... Fernando, Alejandro, Sebastián..., Mauricio —sugerí—. Ellos son los peces más gordos y con quienes siempre trabajaste al fin y al cabo. El resto de trabajo lo hará el boca a boca.

—Y luego, ¿qué?

—Cuando obtengamos toda la información, armaremos un plan para echarlos abajo en menos de tres meses.

No le hizo falta sonreír, porque sus ojos ya lo hacían. Si algo tenía mi padre, era codicia y era más fácil de engatusar de lo que muchos creen. Y eso fue todo lo que tuve que hacer para iniciar el plan que iniciaría el cambio: acabar con ellos y quedarse con todo.

TODO, POR EL PLANWhere stories live. Discover now